La noticia la anunció el propio Presidente en una de las tantas entrevistas que dio en estos días: su principal consejero político, el asesor estrella Santiago Caputo, pasaría a ocupar un lugar formal en el Gabinete tras las elecciones del 26 de octubre y saldría así de la cómoda trastienda en la que se movía hasta ahora. Es una manera de blanquear su poder real y de darle la visibilidad que sus decisiones merecen. Pero, ¿se trata de un premio o más bien un castigo en medio de su interminable interna con la hermana Karina Milei?
Para quienes sostienen lo primero -incluido él mismo-, su entrada en escena es consecuencia del empoderamiento del consultor después de haberse convertido en un protagonista clave del salvataje norteamericano al gobierno argentino. Sucede que Caputo contrató a la empresa de su allegado Leonardo Scatturice -sí, el del avión que no fue revisado en Aeroparque- para que hiciera lobby ante Estados Unidos y aceitara el vínculo bilateral. Scatturice tiene como socio a Barry Bennett, un influyente amigo y ex asesor de Donald Trump, y fue por esa vía que se lograron las dos reuniones entre Milei y el Presidente norteamericano y el anuncio de la ayuda económica del Norte que por unos días tranquilizó al dólar en el mercado local. Con esa cucarda en su haber, Caputo hoy se ve a sí mismo como el salvador del Gobierno y sabe que el Presidente le agradece esas gestiones subterráneas que lograron lo que no pudo el canciller Gerardo Weirthein desde su cargo formal.
La Cancillería es, justamente, uno de los lugares en los que podría recalar el asesor estrella, aunque también se mencionan como destinos posibles la Jefatura de Gabinete que hoy ocupa su rival Guillermo Francos o el ministerio del Interior de Lisandro Catalán.
Del otro lado, dijimos, están los que creen que el supuesto empoderamiento de Caputo en realidad se trata de un castigo. Quienes argumentan así recuerdan una situación similar en el gobierno de Raúl Alfonsín, cuando, tras perder las elecciones legislativas de 1987, el entonces Presidente obligó a Enrique “Coti” Nosiglia, su histórico operador, a asumir un cargo formal y salir de las sombras. Nosiglia juró como ministro del Interior, se hizo cargo de sus decisiones y dejó de intrigar desde la impune trastienda. Lo mismo que Guillermo Francos le exige hoy a Caputo, un gran admirador del “Coti”: que el asesor estrella “se haga responsable” y ponga la firma, “el gancho”, en lo que decide. Que dé la cara. Porque no puede ser, se queja Francos, que un simple monotributista sin cargo formal tenga más poder real que el jefe de Gabinete. Empoderarlo, según esa lógica, es también una forma de limitarlo, de tenerlo bajo control: un ministro paga las consecuencias de sus actos, un asesor en las sombras, no.
Como dijimos, Caputo hasta ahora era un contratado del Gobierno. El contrato es con la Secretaría General de la Presidencia que comanda su rival interna, Karina. Es por “prestación de servicios profesionales autónomos”, con honorarios mensuales de 2,3 millones de pesos durante 2024, el último dato disponible.
Es monotributista categoría B, la segunda más baja del régimen. No hay remate.














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