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POLíTICA | 17-10-2020 00:14

Separados por Maduro: la crisis de identidad que atraviesa al Gobierno

La condena a Venezuela recalentó la interna del oficialismo. Y es apenas una muestra de sus diferencias. La victoria pírrica del Presidente y su sueño de ser el próximo Lula.

A Alberto Fernández lo influyó más Bob Dylan y Litto Nebbia que Juan Domingo Perón. Es algo que repite cada tanto pero, más allá de sus gustos musicales, es claro que al menos en algo le prestó atención al General: sabe que, como decía el fundador del movimiento, la única política es la política exterior y que el resto es nada más que administración. Quizá con esa idea es que había pedido, cuando arrancó 2019 y todavía no era él el candidato, una embajada en España, y también con esa lógica es que, cuando comenzaba este año, el Presidente fanteseaba con la idea de hacer crecer su liderazgo hacia Latinoamérica mediante el Grupo de Puebla. Un nuevo Lula pero rockero y made in Argentina.

También es que, por ser consciente de la relevancia que tiene la agenda internacional, en la noche del martes 6, en el mismo día en que había arribado al país la misión del FMI, Fernández se tomó un tiempo para hablar con Alicia Castro: ella jura que el Presidente la intentó convencer para que no renunciara a su futuro cargo, y desde Olivos se ríen de la versión y le restan importancia a la embajadora que no fue. De cualquier manera, Castro anunció con toda la pompa su declinación y reabrió otro frente en el Frente, pero uno que, como decía Perón, es el más importante de todos. Arde Venezuela y con ella arde la coalición oficial.

De Todos. Para entender el profundo impacto que tiene el posicionamiento sobre el régimen de Nicolás Maduro en el Gobierno hay que primero comprender la delicada arquitectura del espacio, un peso que cada vez siente más sobre sus espaldas el Presidente. En lo que va de su mandato, más de una vez Fernández tuvo que hacer gala de su experimentada cintura política para mantener el barco a flote y contener las internas. Sin embargo, aunque con varios asuntos espinosos -el debate sobre la seguridad, las idas y vueltas con Vicentin, entre otros- el mandatario logró preservar con respirador a la unidad, con la agenda internacional esa tarea es mucho más compleja: del límite de Argentina para afuera el negro suele ser negro y el blanco suele ser blanco.

Siempre hay grises, pero, en lo que es por ejemplo el marco de una votación en el Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas, esquivar el fardo “a lo Alberto” es casi imposible. Sobre todo si eso coincide con la llegada al país de una misión del FMI, que busca terminar de cerrar el acuerdo por la deuda.

Por eso es que desde Olivos y la Cancillería sacan pecho del devenir de la interna venezolana. “Alberto volvió a ser Alberto”, cuentan desde la quinta presidencial, y queda la duda de cuándo y por qué Fernández había dejado de ser el Fernández de siempre para ser Fernández de Kirchner. ¿Habrá sido en algún momento entre Vicentin y la avanzada sobre la Corte Suprema? Más allá de las dudas, el motivo del festejo del entorno presidencial tiene su razón de ser: en el medio de las pulseadas en el Frente de Todos esta vez se logró imponer la posición del Presidente. “Alberto consultó la opinión de Michelle Bachelet, con quien lo une una larga relación. Esta no fue una decisión tomada a la ligera”, cuenta un íntimo amigo suyo que hoy tiene cargo.

En criollo: Fernández piensa muy parecido a la Alta Comisionada de la ONU, que trabajó durante casi dos años un informe que, en base a su visita a aquel país y a 558 entrevistas con víctimas y testigos, más encuentros con Maduro y otros altos funcionarios de su gobierno, asegura que en Venezuela hay “graves violaciones a los derechos humanos”. El fenómeno del rechazo generalizado hacia ese informe de una parte del llamado progresismo local no deja de ser llamativo: Argentina es un país en el que influyó mucho un trabajo internacional de esas características, como el de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en 1979, que expuso ante los ojos del mundo los atroces crímenes de la dictadura de Videla. Ironías de la historia.

También es interesante el principio de empoderamiento que empieza a asomarse en un rincón del albertismo. Hasta la última trifulca, el único que se había cruzado con una parte del cristinismo duro y había sobrevivido para contarlo era Nicolás Trotta, el ministro de Educación que salió victorioso luego de una durísima interna con Adriana Puiggrós, quien era su segunda hasta que presentó su renuncia en agosto. Ahora Solá -aunque los rivales fueron de menor talla- se sumó una medalla del estilo. Habían sido días frenéticos en la Cancillería que comanda. El anteúltimo día de septiembre el ex “lilito” Carlos Raimundi, representante argentino ante la Organización de los Estados Americanos, había decidido independizarse de la postura oficial del gobierno al que pertenece. En el marco de un encuentro de la OEA, el radical había expresado su fuerte rechazo ante el informe Bachelet y había defendido al régimen de Maduro. Aquel día sonaron todas las alarmas en el edificio de Esmeralda y Arenales y, previa autorización desde Olivos y luego de un debate entre Gustavo Beliz y Alberto, Solá decidió redoblar la apuesta sobre Venezuela.

El ex gobernador habló con Federico Villegas, el embajador argentino ante la ONU, y le pidió que notificara a su par venezolano sobre el voto positivo que iba a darle Argentina al informe en la ONU en el mediodía del martes 6. Aunque todo fue en el marco del derecho internacional, Solá, un hombre de una larga experiencia en el peronismo, se dio un rato para saborear la victoria: los ánimos con Raimundi y Alicia Castro -alguien que ya en el pasado había alzado la voz contra la Cancillería- eran pésimos. “Nunca la íbamos a aprobar como embajadora en Rusia, por eso se venía pateando su pliego en el Senado y ella lo sabía. Por eso es insólito que ella renuncie a algo que nunca iba a tener, es como que yo renuncie a ser el nueve de la Selección”, cuentan con humor desde el ministerio de Asuntos Exteriores. Hay una leyenda urbana entre algunos embajadores que incluso va más lejos: dicen que los problemas con Castro y su nuevo destino diplomático arrancaron cuando ella le exigió a la Cancillería que le instalaran un ascensor en lo que iba a ser su futura residencia en Moscú.

“Se había malacostumbrado a vivir en el Kavanagh”, cuentan sobre la época, a principios del milenio, en que Castro vivió en el lujoso edificio de Retiro. Más allá de las humoradas, y aunque en este partido el albertismo se llevó los laures, la victoria es pírrica: la postura de Raimundi, Castro -y de algunos más como los dirigentes Luis D'Elía, Juan Grabois, o Hebe de Bonafini, entre otros- obligó al Presidente y a los suyos a todo tipo de malabares diplomáticos para contener el daño colateral. No hay que haber leido al filósofo francés Micheal Foucault para aventurar la idea de que cuando hay una necesidad de demostrar ante el público que se tiene el poder es porque suele estar sucediendo precisamente lo contrario. “Es espinoso el asunto: el Presidente pierde espesor de autoridad y la autoridad perdida, hasta donde conozco, no se recupera”, dice, apesumbrado, un importante hombre del Gobierno.

Agrietado. No hay que ser inocentes a la hora de aproximarse a esta nueva interna: ningún político, del oficialismo o de la oposición, que debata sobre el régimen de Maduro lo hace exclusivamente en términos de los derechos humanos o de la geopolítica internacional. Como cuando la discusión en los años previos a la asunción de Perón era sobre si alinearse con los Aliados o con el Eje, los asuntos del mundo repercuten mucho en un país que depende de su comercio exterior para sostener a su golpeada economía. Además, es claro que del amplio abanico de problemas que recorren al globo, no hay uno solo que importe tanto en la opinión pública como el destino del régimen chavista. Y la opinión pública es un ente abstracto hasta que llegan las elecciones y se transforman en votos. Y las elecciones están a la vuelta de la esquina.

Por eso es llamativo el silencio del cristinismo y de su líder en este tema. Es decir: el político de más peso del oficialismo que se expresó -hasta el cierre de esta edición- sobre la última controversia es el intendente de Ensenada, Mario Secco. “Es del Frente Grande, que de grande ya no tiene nada”, le bajan el precio desde el oficialismo. ¿Y la vicepresidenta? Como era de esperar, Castro le comunicó primero a ella su decisión. Pero CFK, hasta ahora, se cuida en no decir nada. “Es como con Seguridad, que el kirchnerismo más duro piensa que ella es Rosa de Luxemburgo pero en verdad ella es Berni”, se ríe uno de sus amigos que hoy está en el Gobierno. Para ser claros: más de uno en el oficialismo aventura que la ex mandataria no se termina de pronunciar sobre Maduro porque se debe a su base militante, pero que en verdad está más cerca de opinar sobre Venezuela de la misma manera que opinan quienes a ella la critican. Sería un inesperado cierra de grieta. “¿Por qué será que ni ella, ni Máximo, ni nadie de peso de La Cámpora sale a bancar a Venezuela?”, se preguntan desde Cancillería.

Sin embargo, voces diplomáticas, en estricto off, ruegan que el Gobierno ponga a los soldados en fila. “La diplomacia es un hecho profundamente racional: priman los intereses, y cada actitud tiene que estar extremadamente ponderada y medida en función de un interés nacional y una búsqueda de una inserción geopolítica”, asegura un experimentado embajador. Si esto es así, el futuro argentino da para preocuparse: ¿Argentina se encamina hacia China, que este año por primera vez se convirtió en su principal socio comercial? ¿O es aquella una necesidad coyuntural y Fernández, que entre los socialdemócratas europeos se siente como en casa, espera rumbear al país hacia el Viejo Continente? Los que lo conocen al Presidente cuentan que la segunda alternativa es la que más lo seduce, pero todos son conscientes de que Europa hace décadas viene desinflando su poder. Y la relación con Estados Unidos es también una incóngita, a semanas de lo que parece que va a ser la derrota de Trump ante el demócrata Joe Biden.

En medio de esa marea mundial es que hay que leer el enigma Maduro. Y hay que sumarle uno más: el futuro de Fernández. La trascendencia que le dio a Puebla, un grupo en el que solo él tiene poder real, la entienden los que lo conocen como una avanzada en un deseo histórico suyo de ser, luego de dejar el cargo, una figura de consulta internacional como Lula, como su amigo Mujica, o como Felipe González. Si esto es verdad, es de esperar que ante temas tan espinosos como el de Venezuela el Presidente tenga que sentar posición. Es una realidad de especial interés para el Frente de Todos: hay más batallas internacionales por venir.

 

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Juan Luis González

Juan Luis González

Periodista de política.

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