Sergio Massa tuvo un mes y medio de paz en la relación con Cristina Kirchner. Fue el tiempo en que la vicepresidenta lo dejó hacer, desde su asunción como ministro de Economía, hasta que puso su primer reparo a la actuación del tigrense.
El 29 de septiembre, el día en que Massa había ido al Congreso a rendir cuentas y había entablado un buen diálogo con la oposición, Cristina le marcó la cancha. Le pidió una “intervención más precisa y efectiva” por la inflación.
Funcionarios de primera línea, que habían celebrado la intervención del ministro de Economía en el Congreso, se ofuscaron al ver el mensaje: “Así no se va a poder”, protestaban en off con los periodistas que los consultaban. La buena noticia duró poco: de repente el título de los medios había mutado a la exigencia de la vice. Fue el fin de la tregua.
Desde ese momento, Massa empezó a hacer malabares económicos, tal como le había tocado a sus antecesores en el cargo. La receta es complicada: cumplir con el programa del Fondo Monetario Internacional sin ofender al kirchnerismo. Ir de Cristina a Kristalina sin parecer esquizofrénico.
TENSIÓN. La comunicación entre el ministro de Economía y el kirchnerismo duro se mantiene abierta. Massa tiene línea directa con Máximo Kirchner para acercar posiciones cada vez que el hijo de la vice lo cruza, lo que sucede cada vez más seguido. Suelen hablar, al menos, dos veces por semana.
El 17 de octubre, el día de la Lealtad, Máximo pidió un bono de suma fija para todos los trabajadores, y sentenció: “Ellos están esperando que dejen de traicionarlos”. En los pasillos de Economía recibieron con sorpresa la declaración: saben que no
tienen margen para darle el gusto al kirchnerismo, porque eso sería fallar al acuerdo de no aumentar el déficit fiscal que tienen con el FMI. Una vez más, los pusieron entre la espada y la pared.
Sin embargo, en el entorno de Massa no ven con malos ojos las críticas públicas de Máximo al ministro de Economía. De hecho, les sirve para sus propósitos: diferenciarse de Cristina, lo que será clave para el año electoral que se avecina. De esa manera, explican, se logra distancia sin que sea el tigrense el que tenga que correr con el costo político. Hacen negocio.
ACUERDOS. Pero no todas son negativas para los K. En las últimas semanas el ministro de Economía ha dado el visto bueno a las presiones de Cristina y lanzado planes que le dan algo de tranquilidad. El congelamiento de precios, subir el piso de ganancias, la demora en la implementación de la segmentación de tarifas, un bono para personas sin ingresos y la más marketinera de las decisiones: un plan de cuotas para comprar televisores previo al Mundial. Todo muy nac & pop.
Con la cintura política que lo caracteriza, Massa presenta de a uno los planes que le acerca el kirchnerismo sin ruborizarse, a pesar de que a mediados de octubre tuvo su último diálogo con la titular del FMI, Kristalina Georgieva, quien le exige ir en otra dirección. De hecho, en septiembre el ministro de Economía estuvo en Washington ensayando un plan que debería poner en práctica para lograr las metas que acordaron. Nada más lejos de la realidad.
Por ahora, la vice y el ministro se miden. No será hasta el inicio de la campaña electoral que tomen una decisión: si la economía sigue fracasando, Cristina podría despegarse de Massa. Si el ministro ve alguna posibilidad de jugar, no tendrá problemas en volver a ponerse en contra del kirchnerismo. Mientras tanto, hacen equilibrio.
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