Roberto Navarro es un tipo leal. Fiel con los suyos. Por eso, cuando le llegaba un mail del usuario “Papel Picado” no dudaba en abrirlo y leerlo con atención. Esa casilla le pertenecía a su íntimo compinche y patrocinador, Hernán Reibel Maier, un peso pesado de La Cámpora, ex subsecretario de Comunicación Pública, y actual armador de la campaña de Cristina Kirchner. A su amistad le debe bastante: fue quien lo ubicó en la plana mayor de los medios K y quien lo introdujo en el círculo reducido de la cúpula del entonces gobierno. Navarro, devoto de su camarada, no se perdía jamás las novedades de Reibel. Ahí el propagandista K le indicaba qué noticias o acontecimientos tenía que leer, comentar o difundir. Y, se sabe, a los amigos nunca se le niega nada.
Navarro no era el único destinatario de esos mails paraoficiales y propagandísticos –que hoy se convirtieron en mensajes de WhatsApp–. Pero ahora, a casi dos años de la victoria del PRO, es uno de los pocos periodistas kirchneristas que sobreviven con tanto poder de fuego. No sólo es el hombre de los medios más influyentes de ese lado de la grieta, con importantes picos de rating para lo que es el cable, momentos de furor en las redes sociales y un reconocimiento público que se traduce en cada marcha opositora a la que asiste.
También es la persona de confianza del círculo más alto de la política K, a quien Cristina Kirchner elige cuando quiere anunciar algo a nivel masivo, o cuando le apetece una cordial y amigable entrevista. Incluso, Navarro se ilusionó con compartir lista con CFK en estas elecciones. Además es a quien Máximo Kirchner le deposita toda su confianza, al que recibía en “la Casita” –la residencia para huéspedes– de la Quinta de Olivos en privado, y quien lo defiende ante las autoridades de C5N cuando Navarro se pasa de la raya. Y eso, con el hombre de barba candado a quien una parte de la audiencia venera, suele pasar seguido.
Números. El rating refrenda a Navarro, sobre todo en su programa de los domingos, “Economía Política” (una coproducción suya con el canal). Allí hizo, el último mes, 3,7 puntos de promedio, aventajando al canal competidor, TN. En la semana, con “El Destape” (donde está contratado directamente por el canal), pierde muchas más batallas en el rating de las que gana. Eso sí: cada vez que obtiene una victoria lo festeja en su cuenta de Twitter.
En las redes sociales es un referente, y sus opiniones feroces contra el Gobierno se convierten en tendencia rápidamente. Según una encuesta de la consultora CIO, el 14% lo tiene como primera opción en el mundo virtual. El mismo estudio refleja que para el 6% de los encuestados es el periodista que más confianza genera, obteniendo el tercer lugar a nivel nacional. Sin embargo, ese análogo sondeo hecho entre “líderes” (empresarios, políticos y académicos) no figura ni entre los primeros 20 en su rubro. En el 2015 fue elegido como el peor periodista en la encuesta de NOTICIAS sobre “Lo mejor y lo peor” del año. Y defendió exitosamente la corona en el 2016.
“Es un rosquero fenomenal”. Así explican en Indalo su rápido ascenso en el periodismo: de ignoto a referente del kirchnerismo junto a VHM y Gustavo Sylvestre, dos colegas con más trayectoria. Para él realmente fue una década ganada. Sobre todo en lo económico: recibió entre el 2009 y el 2015 casi 15 millones de pesos de pauta estatal. Un ex ministro K describe sus inicios como los de “un galguero”, un periodista que jugaba en las ligas menores, “más preocupado por sacar algo de pauta que por la información”, recuerda.
De hecho tuvo varios traspiés por informes equivocados por los que luego debió pedir disculpas. Como cuando acusó al abogado presidencial Fabián Rodríguez Simón de ser dueño de prostíbulos, y dijo que con ese dinero financiaba la campaña de Gabriela Michetti. Tuvo que retractarse con ambos. Su virulencia también lo lleva a tener frecuentes exabruptos, como cuando acusó al periodista Alejandro Fantino de “gorila” y de “hacerse el boludo con la hambruna”. Ante la ofensiva del conductor de América prefirió bajar los decibeles, poner reversa y encarar para otro lado.
por Carlos Claá, Juan Luis González
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