La pandemia por el nuevo coronavirus golpeó a casi todos los países del planeta, tanto a nivel sanitario como económico. Pero las consecuencias no han sido iguales para todos, especialmente en lo que a la salud se refiere. Y así es como mientras algunos esperan la aprobación de una o de varias vacunas como tabla de salvación, otros la ven como un refuerzo.
Mientras en Europa hay una segunda ola y en América la primera sigue sumando enfermos y muertos, en Nueva Zelanda las actividades cotidianas son casi normales, Australia lleva una semana sin nuevos casos detectados, los restaurantes de Seúl se llenan, en China la tranquilidad se ve interrumpida apenas por algún puñado de contagios que son detectados y aislados en menos de 24 horas. Durante las últimas dos semanas, Vietnam, Tailandia y Camboya han informado alrededor de 0-12 nuevos casos diarios en promedio a pesar de sus densas poblaciones.
En Europa, en cambio, todo está de cabeza. Durante la primera ola, el número diario de nuevos casos de personas enfermas de Covid-19 en Francia alcanzó un pico de poco más de 7.500 el 31 de marzo. En las últimas semanas, la cantidad máxima de nuevos casos llega a niveles impensados: 86.852 el 7 de noviembre. El presidente Emmanuel Macron declaró un cierre del país hasta fines de este mes.
Algo similar ocurre en el Reino Unido, que había tenido un número máximo de 7.860 casos diarios el 10 de abril, y superó los 25.000 en una sola jornada de noviembre. El primer ministro Boris Johnson puso en marcha el jueves 5 un nuevo confinamiento que se extenderá hasta el 2 de diciembre.
En Italia, que fue la imagen misma de la tragedia en el mes de marzo, los nuevos contagios confirmados han llegado a superar los 40.000 diarios y el gobierno introdujo nuevas medidas, incluido el cierre de cines y teatros, y ordenó que los bares y restaurantes bajen persianas a las 6 de la tarde.
En España el estado de emergencia se extendió hasta el 9 de mayo del 2021, los nuevos contagios confirmados fueron más allá de los 52.000 en un solo día, se dejó de testear a los sintomáticos y se impuso un toque de queda nocturno a nivel nacional, con el cierre de fronteras regionales.
Bélgica, que transita su segunda cuarentena nacional luego de haber primero impuesto un toque de queda desde la medianoche hasta las 5 de la mañana a fines de octubre, tiene su infraestuctura de testeos en máxima capacidad, con 65.000 muestras diarias, y ahora las pruebas están restringidas a pacientes con síntomas.
Desde Alemania, la canciller Angela Merkel anunció un confinamiento leve con bares, cines y teatros cerrados y cafés y restaurantes a los que solo se les permite brindar comida para llevar.
El listado de países que están viviendo picos de contagios peores que los registrados entre febrero y mayo sigue. Los sistemas sanitarios de Hungría, Austria, Croacia, República Checa, por mencionar apenas algunos, están al borde. Las protestas ante las restricciones crecientes se extienden dentro de las naciones.
El descontrol
¿Qué sucedió? Europa logró reducir la cantidad de casos y de fallecidos después de un pico entre marzo y abril, los controles cedieron, llegó el verano, se olvidaron casi todos los protocolos (en unos países más, en otros apenas un poco menos), se abrieron actividades y fronteras, si hasta regresó el turismo internacional por temor a la caída violenta de la economía.
Las opciones, a poco de comenzar el verano, concuerda la mayoría de los expertos, no eran muchas: mantener los controles, en particular el de la circulación entre países y zonas con contagios hacia otras libres de la circulación viral. Vallas, que consistieran en cuarentenas por 14 días al ingreso, o testeos al tratar de entrar al país, o el cierre de fronteras que impidieran la llegada de viajeros por parte de lugares en los que el virus estuviera activo. O una combinación de algunas de estas medidas.
Pero la necesidad de volver a la anterior normalidad y de activar las economías pudo más. Nunca se eliminó la transmisión comunitaria del virus, los nuevos casos jamás llegaron a cero en ninguno de los países, y ese fue el principal problema.
La manera de manejar la pandemia era otra: aplastar la curva de contagios para poder volver a una vida diferente de la anterior a enero de este año, pero más segura. Sin contención del virus no había modo de liberarlo todo.
Pero los confinamientos obligatorios, a los que algunos países de Asia y Oceanía recurrieron rápidamente en la primera ola, tenían mala prensa. Y a ella se le sumaron otras cuestiones como por ejemplo el no uso de barbijos y los malos sistemas de rastreo y aislamiento de contactos de las personas enfermas. Todo era tomado como autoritario y un atentado a las libertades, aún cuando hubieran sido medidas aplicadas en democracias como las de Australia (que recurrió a una estricta cuarentena cuando la segunda ciudad más importante comenzó una escalada de contagios en septiembre), Corea del Sur, Japón, Nueva Zelanda (que sigue con sus fronteras cerradas pero que pronto se abrirá a Australia, ahora zona verde, estableciendo una burbuja de seguridad entre ambos países y que acaba de pedirle a cien mil personas que se queden en casa porque han detectado UN nuevo contagio).
A todo esto se le sumó un relajamiento de los cuidados por parte de la población, cansancio y necesidad de desahogar la angustia de lo vivido. El director de la Organización Mundial de la Salud (OMS) para Europa, Hans Kluge, reconoció en su momento que “es fácil y natural sentirse apático y desmotivado, experimentar fatiga”. E hizo un llamado a las autoridades europeas para que escucharan a los ciudadanos y trabajaran con ellos en "formas nuevas e innovadoras" para revitalizar la lucha contra la pandemia causada por el coronavirus SARS-CoV-2.
Pero no hubo campañas de salud pública sino hasta que el crecimiento de casos se hizo exponencial.
Un estudio del Imperial College of London con encuestas en diversos países del mundo, muestra por ejemplo que en octubre los porcentajes más altos de población que se declaraba “muy poco predispuesta” a aislarse si las autoridades sanitarias les decían que lo hicieran se registraban en Alemania, Francia, España, Reino Unido y Suecia. Los “muy predispuestos” aparecían en Australia, Canadá, Corea del Sur, Dinamarca.
Quesos y qué hacer
Tomás Pueyo es un ingeniero que trabaja en la Universidad de Stanford (EE.UU.) y que se convirtió en una de las voces más influyentes en el análisis de la pandemia cuando en marzo propuso actuar bajo lo que denominó “la estrategia del martillo y la danza”: bloqueos o cuarentenas fuertes, breves, seguidas de aperturas controladas, una especie de baile, o de movimiento constante al modo de un bandoneón que se abre y cierre levemente de acuerdo con la situación epidemiológica.
Ahora, en su último artículo para la plataforma Medium, titulado “Coronavirus, la estrategia del queso suizo”, analiza la actual situación y describe muy gráficamente lo que sucedió. “Japón, Taiwán, China, Hong Kong, Singapur, Corea del Sur, Nueva Zelanda, Australia, Mongolia, Tailandia o Vietnam siguieron diferentes variantes del martillo y la danza pero todas han tenido éxito. Esta lista incluye todo tipo de países: democráticos, autoritarios, continentales, isleños, amantes de la libertad, anglosajones, en desarrollo, desarrollados… Demuestran que cualquier país puede triunfar”.
Y resume: “Mientras tanto, la mayoría de los países occidentales no prestaron atención, sufrieron brotes masivos, aplicaron martillos pesados para detenerlos, pero nunca aprendieron a danzar. Cuando terminó el receso de verano, no estaban preparados para la temporada de regreso a clases y su nueva ola de casos. A medida que avanza el invierno, solo empeorará”.
¿Qué propone para enfrentar la situación actual? Primero, mantener controles en las fronteras para que no entren personas contagiadas a los países o a las zonas que tengan una situación controlada. Luego, crear lo que se denominan “burbujas sociales” entre grupos seguros.
Esto incluye “prohibir las reuniones por encima de cierto número”, establecer medidas estrictas en lugares que puedan causar brotes super propagadores, como prisiones, residencias para ancianos, centros de rehabilitación, universidades o plantas de envasado de alimentos. “Cuando haya mucha propagación en la comunidad, cerrar bares, clubes y restaurantes, e incluso fiestas privadas”.
También hay que sumar acciones para “reducir metódicamente el contagio”, y para esto son imprescindibles el uso de los barbijos e inclusive de anteojos, mantener la distancia física de dos metros siempre, tratar de no reunirse con personas de otra burbuja social o juntarse el menor tiempo posible, ventilar los sitios cerrados y no abarrotarlos de personas.
Y fortalecer la detección, rastreo y aislamiento de contagios, con fuerte acento en las búsqueda de las personas que transcurren la enfermedad de manera asintomática.
Un largo invierno espera. Y por eso que en la Argentina hay tanta avidez por asegurarse acceso a las potenciales vacunas, para evitar repetir la experiencia europea.
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