Wednesday 11 de December, 2024

COSTUMBRES | 09-12-2022 00:37

Coreanos argentinos: Cómo renovaron las empresas de sus padres

Se criaron en el país y heredaron una manera de hacer negocios. En el libro “Coreanos argentos” cuentan su historia.

“Para mi mamá, salir del local era… ¡había que estar sentada ahí adentro desde las ocho de la mañana hasta las seis de la tarde! La mentalidad esa me la estoy sacando ahora recién, porque estoy delegando cosas”, dice Young Mi Park. Para la mujer, socia de la marca de ropa femenina Holic Clothing, la familia tiene mucho que ver con su manera de hacer negocios. Incluso para distanciarse de ella. Tras hablar con Park –Sabina, según su nombre de bautismo– y otros jóvenes emprendedores coreanoargentinos se entiende que no pueden evitar identificarse con la historia laboral de sus mayores, que cuando inmigraron a la Argentina alquilaban una pieza y décadas después son dueños de pymes exitosas. Y también se nota que, a diferencia de sus padres, estos coreanos argentos le suman la pulsión de ser reconocidos como un actor más de la sociedad “criolla” a sus deseos personales y al afán de progreso económico.

Cerca de cumplir los 40, Young Mi Park lleva en la mochila catorce años de experiencia en la empresa que comparte con su hermana menor, su marido y su cuñado, que fabrica y vende al por mayor. “Arrancamos con cinco rollitos de tela y ahora tenemos casi 30 empleados y vendemos online”, revela Park, que estudió bellas artes en Seúl y París, y diseño de moda e inglés en Los Ángeles. “A mí me gusta hacer sociales, así que me encargo de las ventas. Mi marido Alejandro, de lo legal y la AFIP, mi cuñado Guillermo de los pagos a proveedores, y mi hermana Ana de la creación de la ropa, aunque ahí ayudo también. Al ser la hija mayor trato de que haya equilibrio en todo, como nos enseñó mi mamá”.

Coreanos argentos

Park cuenta que la mayoría de los clientes de su empresa son minoristas de Córdoba y Santa Fe, pero que quiere ir más allá: “Mi idea es también vender a Chile, Paraguay o Uruguay; tenemos muchas preguntas de esos países en las redes”. Pero asegura que los requisitos que piden en la Aduana no le facilita a su pyme exportar. “Tendría que ser parecido a vender por MercadoLibre acá en Argentina –agrega–. Yo sigo averiguando y averiguando”.

También relacionada con el mundo de la moda está Geraldine Chung (25), que desde los quince años es productora de fotos y desfiles. Tras un año estudiando la carrera Diseño de Modas de la Universidad de Palermo, la llamaron de la revista Elle, para la que terminó trabajando ocho años. Hoy se ocupa de la imagen de marca de Clarté Inc., una línea con unos 60 productos de cuidado de la piel y maquillaje “fabricados con productos naturales”, que comparte con su hermano y su hermana. “Tenemos un socio corporativo que nos hace la importación –explica–, y mi hermana y yo hacemos la estrategia de comunicación y las acciones con influencers, la parte más ‘divertida’”. Además, a mediano plazo, Chung tiene entre sus proyectos crear una marca anteojos de sol –con una línea con “tecnología para ayudar a discapacitados”– y hacer asesoramiento de vestuario para Netflix en Corea del Sur. Son cosas que se le demoraron por la pandemia de COVID-19. “Creo que el desafío más grande que tenemos los jóvenes coreanos es romper, y empaparnos un poco de la cultura occidental que vivimos todos los días. Me parece bien mantener las tradiciones, pero como manejamos el idioma y la cultura argentina, también ir un poco más allá”.

La joven cuenta que, durante los primeros cuatro o cinco años de su carrera, sus padres no entendían muy bien qué hacía. “Veían que tenía las bolsas de ropa de las marcas, pero mucho no… Hasta que, en 2016, vestí por primera vez a la familia Tinelli para un evento. Ahí mi papá me dijo: ‘¡Ah, ese es el chico del micrófono, que está hace como veinte años en la tele!’”.

Emprendedora coreana

 

Gastronomía y oportunidad

El que también decidió dar un paso fuera del negocio textil que es ya tradicional entre la etnia coreana en la Argentina es Maxi Choe (40). En 2019 abrió, junto a su socio Teo Cho (30), un café en la zona comercial coreana el barrio de Flores, al que llamaron Barthalé Deli & Lounge. Desde 2007 Choe es dueño de una empresa mayorista de ropa femenina llamada NAIF, y cuando consideró que ese negocio estuvo “maduro”, quiso entrar al rubro de la hospitalidad –había estudiado administración gastronómica–, que siempre le gustó.

Choe dice que los restaurantes de dueños coreanos en Flores deben “pelear el espacio” con la industria textil, que es “muy fuerte en la zona y genera otros números”. Dice que los locales de gastronomía coreana se fueron situando sobre el pasaje Ruperto Godoy [entre las calles Felipe Vallese y Páez], y no, por ejemplo, sobre la avenida Avellaneda, donde los alquileres son mucho más caros. “Uno de los pioneros de esta idea fue David Paik, el presidente de la Asociación Civil de Coreanos en la Argentina, que empezó a invertir junto con gente que él reunió”.

Por su lado, Cho es ya un veterano de los proyectos gastronómicos, buena parte de ellos en sociedad con un tío. Arrancó a los 20 años con un local de delivery de sushi en Parque Chacabuco, en 2014, luego tuvo una cadena de cinco locales de yogur helado –Yogurberry– y después cumplió el “sueño” de montar un bar en el mismo pasaje donde hoy está el café que comparte con Choe. Pero el ritmo nocturno lo agotó y decidió vender. Luego pasó a un pequeño negocio de ropa en una galería, en sociedad con sus padres. “Estuve un año ahí, y en un momento, le dije a mi mamá: ‘Todo lo que puse quedátelo vos; me voy’. “¡Es muy difícil trabajar con la familia!”, reconoce. Después trabajó dos años en NAIF, la empresa de Maxi Choe, hasta que este le ofreció convertirse en socio.

“Abrimos, y nos costó un montón al principio –se sincera Teo Cho–. Antes, los restaurantes de comida coreana eran solo para la colectividad; si les dabas algo que estaba bien, ya estaba. Pero nosotros apuntamos a los argentinos. Empezó a llenarse de gente –tenemos lugar para más de 70 personas, ahora que el protocolo anti COVID permite el lugar lleno–, que está diez veces más apurada porque está laburando. Y no somos baratos, porque siempre apuntamos a una buena calidad”. Durante la pandemia no pensaron en cerrar: “Desde que nos dijeron ‘Pueden hacer delivery’, vinimos. ¡Metíamos uno por día, pero no importa! Pudimos aguantarlo, y fue gracias a los proveedores y a los empleados que nos dieron una mano y les estamos súper agradecidos. Aunque obviamente nos endeudamos”.

Emprendedores coreanos

Cho asegura que, por el momento, no se pueden quejar de la marcha de su café-restó, y que comenzaron a abrir los viernes y sábados por la noche, con un menú de cocina “coreana fusión con americana: costillas de cerdo picantes, tira de asado marinada en soja [conocida en Estados Unidos como L.A Galbi], pollo frito… Tenemos muchos clientes argentinos, que vienen por Instagram y el boca en boca”.

En la visión de Maxi Choe, su negocio y el de sus colegas del pasaje de una cuadra de largo se beneficia en “forma redonda, natural” del “auge de la cultura coreana en la Argentina” que para él se da en 2021: “Para esto ayudó mucho el tema de los Oscar [a la película Parasite en 2019], el grupo de K-pop BTS; antes PSY [autor de la famosa canción Gangnam Style, de 2012]; todo eso como que fue abriendo puertas acá”. Y agrega que el lado B de esa atención de parte de los “criollos” es una cierta presión para la segunda generación de la colectividad en la Argentina: “Nosotros los coreanos siempre estamos tipo ‘¡Uy, nos están mirando, tenemos que quedar bien…!’, y capaz que a otras colectividades eso no les importa tanto”.

Por su lado, Teo Cho ejemplifica con el supermercado coreano Hawaii Market la mirada más abierta que tienen los jóvenes empresarios de la comunidad: “Acá en Flores hay muchos almacenes coreanos, que ponen unos cajones de verdura en la vereda y listo... Pero mi amigo Pablo Lee armó, junto con su primo, un mercado con productos coreanos gourmet muy lindo, con una gran inversión. Tienen dos locales”. Cho resalta que el marketing de ese supermercado coreano es inteligente porque venden “productos coreanos con todas las descripciones en español de qué son”.

Cuando se le pregunta qué opinan los coreanos de la generación de sus padres sobre apuntar un negocio al público no coreano, Teo Cho revela que algunos “no lo entienden. ‘¿Pero para qué te exponés tanto?’, te dicen. ‘Es más quilombo, tenés que facturar, estar en blanco, tener ocho empleados, romperte la cabeza…”. Dice que él les contesta que, para vender más, no se puede estar encerrado en el propio grupo. “Por suerte, mi familia y la familia de Maxi no son así”.

 

Producto local y global

A Pío Yoon (25) también se lo puede definir como emprendedor. Viene de una familia coreana dedicada al rubro textil y no estudió gastronomía formalmente –le resultaban muy caras las escuelas de la especialidad– pero a los 19 años hizo una pasantía en el restaurant Tegui y de ahí no paró. ¿Qué opinaba su padre de ese trabajo? “Yo soy el hijo mayor, ¡y mi viejo en ese momento se quería matar!”, se ríe hoy. A mediados de 2020, en plena pandemia y cuando todavía trabajaba en Chila, otro reconocido restaurante, se aventuró a producir y vender kimchi, un clásico de la cocina coreana, con su marca Kimchuski. “Arranqué sin inversión –reconoce Yoon–, con lo que tenía en la heladera y frascos vacíos de café o mermelada como envase. No tenía ni Instagram ni etiqueta”. Hoy Kimchuski –en proceso de registro ante al Instituto Nacional de la Propiedad Industrial– es la principal fuente de ingresos de Yoon, que incursionó también en los eventos gastronómicos pop up que se realizaron en lugares abiertos y sin mesas durante las semanas de cuarentena de mediados de 2021. Las primeras ventas de su conserva de akusai (también conocido como “lechuga japonesa”) las hizo entre sus compañeros de trabajo, pero “después de un mes empezaron a subir, inesperadamente, y tuve que elegir, porque la realidad es que no dormía”, cuenta. “O dejaba morir mi emprendimiento o dejaba el restaurant… Lo dejé en febrero en 2021. Y este año se dio el boom”. Quien fuera su jefe, el chef ejecutivo de Chila, Pedro Bargero, le dio una gran mano en la difusión de Kimchuski. “Cada consejo de él es súper valioso”, agradece Yoon.

Empresario coreano

Produce un stock mensual de cerca de mil frascos de kimchi, en envases que van desde los 360 gramos a los tres kilos. El precio promedio al público es de unos tres dólares por frasco. “Hoy mi laboratorio de kimchi está en el departamento que alquilo con mi hermano –revela el joven–, pero en unos meses es probable que ya tenga el centro de producción y un local. Estoy aprovechando las oportunidades”. Algo de ayuda a su proyecto podría aportar la media sanción en el Senado argentino del proyecto de ley para designar a todos los 22 de noviembre como “Día Nacional del Kimchi en la Argentina”.

El local que menciona Pío Yoon es una sociedad con el chef coreano argentino Pablo Park, dueño del restaurante de “cocina asiática” Kyopo, en pleno Flores. El menú está planeado como cocina “coreana con un toque fusión” y estará en el remodelado patio gastronómico del Shopping Caballito. “Es una zona donde se pide mucho delivery y hasta ahora no había gastronomía coreana, así que va a estar bueno”, se entusiasma Yoon

El muchacho explica que a mediano plazo proyecta otros emprendimientos en gastronomía. Uno de ellos, que armó junto con unos amigos y bautizaron Llama.Gastro, ofrece combos “100 % producto argentino” que incluyen pickles, vinagres caseros, mostaza en grano, cerveza enlatada y, claro, kimchi. “La verdad es que a mí no me gusta mucho cuando escucho de amigos que se quieren ir del país, porque veo mucho futuro en mucha gente con talento. Y tengo el sueño del restaurant propio. Yendo por pasos, obviamente”.

Quien tuvo un restaurant propio, y en el pasaje Ruperto Godoy, fue Enzo Yoo. A los 33 años, su historia es la de un buscavidas, y se autodefine como un “porteño de padres coreanos que se crió en La Rioja”. Visitó unos 50 países, trabajó de profesor de español en Seúl y organizó “tours de bares” en Madrid. Completó un curso de bartender, estudió dos años de marketing, más tarde la carrera de psicología social, de la que debe la tesis. Fue jugador y entrenador de vóley, encargado de un local de ropa en Flores y vendió autos en la concesionaria de un amigo. Su experiencia gastronómica en Buenos Aires, en sociedad con su primo Iván Jun, un coreano que cocina y canta folklore, se llamó Norte Pulpería y fue uno de los primeros locales gastronómicos ubicado en el pasaje del barrio de Flores. Hasta que la pandemia colaboró con su cierre, el lugar ofrecía locro, empanadas de carne cortada a cuchillo y sándwiches de milanesa, además de pizza con kimchi. En 2019 esa mezcla le valió un artículo elogioso en el diario Clarín, firmado por el periodista Pietro Sorba. Yoo explica el menú: “Yo me crié a milanesas y asado; no comíamos comida coreana en La Rioja”.

“El 95 por ciento de nuestros padres empezaron con la ropa –analiza Yoo, que en estos días maneja un bar de tapas llamado Vinario–; mi papá llegó a tener quince locales en distintas provincias. La mayoría de las nuevas generaciones se tira por lo mismo, pero yo me dediqué a otras cosas. A los catorce años tenía que estar el sábado a la tarde en el local, veía que mis amigos argentinos se juntaban y yo no podía ir”. Dice que dejó La Rioja por una visión del trabajo muy diferente de la de su padre. “Teníamos muchos cruces cuando laburamos juntos; no pegábamos ni con cola”.

Al cierre de este capítulo Enzo Yoo planeaba mudarse a Los Ángeles en 2022 “para ser administrativo en una fábrica de cajas que es de un amigo y trabaja para Amazon. El sueldo es básico pero bueno…”. Dice que necesita la experiencia de vivir en Estados Unidos y ver cómo es allá. “Yo sé que, si sigo en Argentina, que la amo, medianamente voy a trabajar y a poder vivir bien, comer un asado con los amigos, ir a jugar al fútbol. Pero estoy seguro de que yo, viviendo allá, la voy a romper. Es verdad, no tengo un título, pero siempre agarré experiencia de muchos lados”.

En EE. UU. le gustaría probar suerte con una vinería, o con un negocio de cannabis recreativo, algo que, cree, en la Argentina podría funcionar pero que la gente no está preparada todavía. “A mí me gusta meterme en un negocio cuando está por ser el boom, –dice– y después ya me voy a otro; no me quedo en uno solo”. A pesar de estos planes, asegura que, si algún día se casa y tiene hijos, le gustaría que hagan la primaria y la secundaria en la Argentina: “Me gusta la forma de ser argentina; veo a otros coreanos en Estados Unidos que medio se convierten en robots…”.

Ricardo Mosso


 

Ricardo Luis Mosso es periodista profesional desde 1997; ha escrito artículos para revistas, diarios y sitios web de Argentina, Panamá y Chile. Fue asistente de producción en el noticiero de América TV, además de columnista de un programa de radio en La 2x4 FM.

Entre 2009 y 2010 formó parte del Equipo de Investigación del Foro de Periodismo Argentino (FOPEA), con el que publicó tres trabajos multimedia. Participó del grupo del Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI) que creó E-Renova, el primer sitio web público de información sobre energías renovables.

Es coordinador administrativo de la Academia Nacional de Periodismo, y trabajó en comunicación interna y corporativa para instituciones y empresas, entre ellos el Hospital Alemán de Buenos Aires.

Es autor de “Coreanos argentos. Crónicas de la vida bicultural de los jóvenes de la comunidad coreana en la Argentina”, del cual este artículo es un fragmento.

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