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COSTUMBRES | 05-03-2022 09:02

Turismo: Un viaje a la Antártida

El recorrido de una aventura que es el sueño de muchos. Travesías en velero, clima y los paisajes más bellos del fin del mundo.

Conocer la Antártida es el sueño de muchos. La inmensa “selva blanca” ofrece la oportunidad de vivir una experiencia excepcional, en un entorno natural único. Y es durante el verano que muchos turistas toman la decisión de lanzarse a esta apasionante aventura.

La ciudad de Ushuaia es la puerta de entrada al continente blanco. Desde noviembre a marzo, decenas de embarcaciones se agrupan en su costa preparándose para explorar las tormentosas aguas del sur.

Al caminar por el muelle, se escuchan las conversaciones de aventureros de todas partes del mundo, que comparten su deseo de cruzar el famoso Cabo de Hornos para llegar a la Antártida.

Desde Argentina se puede acceder al continente blanco a través de cruceros y veleros. Pero cada vez más gente prefiere viajar en embarcaciones pequeñas, que ofrecen una experiencia personalizada para aprender o practicar la navegación. La empresa Alegría Marineros (www.alegriamarineros.com), por ejemplo, realiza travesías durante el verano en el velero “El Doblón” y Rusarc (www.rusarc.com), hace un recorrido similar en su velero “Amazone”. Ambos partes desde la ciudad de Ushuaia.

Otros beneficios adicionales de los viajes en velero son la reducción de la huella de carbono y la incorporación de los pasajeros a las tareas diarias. La tripulación cuenta con un líder de expedición y tripulantes preparados para enseñar desde biología hasta técnicas de supervivencia.

Aunque la mayor parte de la expedición se realiza sin bajar de la embarcación, en algunos sitios es posible descender. El reglamento de la Asociación Internacional de Operadores Turísticos Antárticos (IAATO) establece que puede visitar los sitios de desembarque solo una embarcación a la vez. Por lo que se establece una coordinación con otros barcos para bajar a tierra.

Vivir la Antártida

El ritual de iniciación comienza en el Canal de Beagle al observar en las costas

argentina y chilena, una abundante flora y fauna. La rutina cambia al entrar en el Paso de Drake, dónde la potencia del océano empieza a sentirse en toda la embarcación. En los cuatro días que dura el cruce es imposible mantener estable cualquier objeto. Realizar las tareas diarias es una hazaña.

Vestirse en capas es una de las rutinas que deben adoptarse para convivir con los rigores climáticos.

Dentro de las embarcaciones, la calefacción permite estar con ropa liviana pero para poder salir al exterior es necesario utilizar botas de goma, trajes impermeables y el infaltable chaleco salvavidas.

El primer encuentro con el continente es la isla volcánica Decepción, que erupcionó por última vez en 1970 y actualmente es un puerto natural protegido, con aguas termales. La isla fue un puerto natural a partir de 1903, utilizado por balleneros hasta 1931 cuando abandonaron la zona al caer el precio del aceite de ballena.

Se camina la isla con los cuidados necesarios para no pisar los pequeños espacios verdes que comienzan a surgir y allí es posible encontrar objetos que fueron utilizados por los trabajadores de los balleneros. Utensilios de cocina, lámparas y hasta botellas de vidrio aún pueden verse en el lugar.

También un pequeño cementerio improvisado delineado con piedras, donde se observan cruces de madera talladas con fechas centenarias.

La isla Trinidad, que forma parte del archipiélago Palmer, es el punto siguiente en el recorrido. Al sur, se encuentra la isla D’Hainaut, cubierta de acantilados de nieve y aguas llenas de arrecifes, donde la foca cangrejera se reproduce, al igual que la gaviota cocinera y el pingüino de vincha.

Con el mar calmo, es posible salir a la cubierta del velero para observar los atardeceres dorados sobre las montañas cubiertas de nieve. La búsqueda de ballenas y orcas en el mar se convierte en el pasatiempo favorito de quienes se sientan en el exterior de la embarcación.

Bases argentinas

Por su cercanía, la siguiente parada prevista es la estación científica argentina,

Base Primavera, que se inauguró en 1977. No es una estación fija. Sólo se activada en las campañas de verano para los programas científicos. La zona cuenta con una enorme riqueza de fauna y el Instituto Antártico Argentino (IAA) realiza allí estudios sobre las focas leopardo.

El camino a la base suele ser difícil. En él, desprendimientos de hielo chocan constantemente contra la embarcación. Arriba de un “zodiac”, un bote inflable rígido, es posible llegar a tierra. Los pingüinos, en las rocas, miran curiosos a quienes los visitan. Un cartel de madera marca los 3200 kilómetros que separan al lugar de Buenos Aires. La nieve antártica en la zona de pinguineras, a causa de las algas fertilizadas por el excremento, es de color rosado.

Portal Point, a cinco horas de la Base Primavera, fue un refugio británico de 1956 hasta 1958. En el lugar, se pueden observar especies como lobos finos antárticos, focas de Weddell, pingüinos papúa y cormoranes de ojos azules. Al navegar la zona, es posible encontrarse con focas y otros animales salvajes que salen a tomar sol en los icebergs.

Otro de los principales puntos a recorrer en el viaje es la Base Brown, ubicada en la Bahía Paraíso de la península Antártica, considerada uno de los lugares más bellos del continente blanco. Ésta es una base científica argentina permanente donde se recolectan datos oceanográficos, químicos, físicos y biológicos.

Durante el recorrido, el clima suele alterarse por completo de un momento a otro. Los días pueden tener sol, tormentas de viento, lluvias y nevadas. Además, las veinte horas diarias de luz son otra de las sorpresas que tiene el continente. Una ventaja para admirar el paisaje de la Antártida sin interrupciones.

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Sol Muñoz

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