No es desatinado afirmar que desde que Tespis, considerado el primer dramaturgo de la historia, fue desterrado de Atenas, y obligado a vagar junto a su compañía de artistas por toda el Ática, en el Siglo VI A.C., la escena teatral siempre tocó fibras que resultan sensibles, enriquecedoras y nos permiten reflexionar sobre nuestra conducta hacia el resto de los mortales.
Si bien el movimiento Queer surge a fines de los ochenta, en Estados Unidos, para designar al colectivo disidente a las normas que impone la sociedad heterosexual dominante, desde mucho tiempo antes, existen obras que visibilizaron y valorizaron la sexualidad diferente.
Hoy son pocos los que pueden asombrarse de que exista amor entre personas del mismo sexo. Pero no siempre sucedió. En general, los homosexuales eran representados con características negativas: utilizaban el sexo con sibilina seducción para sacar al virtuoso del redil de la buena conducta y, al no existir redención posible, el pecado y la estigmatización, eran sus únicos destinos.
Los orígenes
Sin duda, fue el dramaturgo y poeta inglés Christopher Marlowe, predecesor de Shakespeare, el primero en presentar un atisbo de relación gay en “Eduardo II”. Escrita en 1592, pleno período isabelino, refleja la relación entre el Rey Eduardo II de Inglaterra y su favorito, el joven Piers Gaveston. Lo más atrapante es que Marlowe, dueño de una sensibilidad exquisita, nunca describe ese amor en términos explícitos. Su poesía es tan ingeniosa que celebra la pasión masculina con una sensualidad que Shakespeare, su rival en las letras, sólo intentó en algunos de sus famosos Sonetos.
Más cerca en el tiempo, en 1929, se presentó en España la primera obra de temática lésbica; se trataba de “La prisionera”, de Èdouard Boudet. Jacinto Benavente, siguiendo una línea que provenía de la literatura de la época, en 1931, escribió y subió a escena “De muy buena familia”, con un protagonista de tendencias homosexuales. "La acción se desenvuelve en torno a un pobre muchacho abúlico, indefenso contra la maldad ajena que, como otros tienen la desgracia de haber nacido jorobados o ciegos, padece en la vida las consecuencias del instinto sexual desviado”, afirmaba el autor favorito de la burguesía española. Un año antes, Federico García Lorca escribió “El público” que, por motivos de censura, recién pudo verse en 1987.
En 1936, el mexicano Salvador Novo, publicó en francés “El tercer Fausto”, que vería la luz, en español, dos décadas después. Allí se plantea, con rasgos autobiográficos, el encuentro entre Alberto, un joven dispuesto a vender su alma al Diablo, a cambio de un deseo muy particular: que lo transforme en mujer para concretar el amor por su amigo Armando.
La cartelera porteña
El rosarino José González Castillo presentó “Los invertidos” en 1914. El objetivo del autor, de ideas anarquistas, era mostrar la inmoralidad de la clase alta como corruptora de los trabajadores. La homosexualidad se manifestaba como el peor secreto. En una familia aristocrática, la esposa de un abogado eminente es invitada por el mejor amigo de éste a una fiesta muy particular, donde descubrirá la doble vida de su marido. El escándalo que siguió al estreno motivó la acusación de inmoralidad. En el descargo enviado al Concejo Deliberante, el escritor aclara que su intención era “inspirar repugnancia por esos tristes individuos”. En los noventa, Alberto Ure dirigió en el San Martín una exitosa puesta liderada por Antonio Grimau, Cristina Banegas y Lorenzo Quinteros.
Pero Copi (seudónimo de Raúl Damonte Botana) fue el gran adalid del movimiento gay en la escena nacional. A pesar de estar radicado en Francia y tener el ingreso prohibido al país durante décadas, logró imponer su estética desenfadada e irreverente con “El homosexual o la dificultad de expresarse”, un vodevil que reflexiona sobre el deseo y el placer, que Jorge Lavelli montó en 1971. También en tono autobiográfico, escribió “Una visita inoportuna” sobre un enfermo terminal de SIDA, conocida en 1988. Mucho más tarde, sendas piezas se producirían en Buenos Aires. La primera, en 2017, en el Cervantes; anteriormente la segunda, en 1992, en el San Martín.
Algo ha cambiado
En 1968, previo a las manifestaciones masivas por la redada policial al pub neoyorquino Stonewall, que originó el día mundial del orgullo LGBTQ y las conquistas progresivas de derechos, el estadounidense Mart Crowley estrenó “Los chicos de la banda” en el off-Broadway (“La fiesta de los chicos”, en la cartelera porteña). Como el tema era tabú, causó gran revuelo al mostrar un festejo de cumpleaños en el que los conflictos internos de un grupo de amigos gay, revelan prejuicios de la propia comunidad.
Inspirada en la vida de un sobreviviente de los campos de exterminio nazi, “Bent”, de Martin Sherman, es más profunda. El Holocausto y la persecución sufrida por los homosexuales son denunciados con profunda convicción. Presenta una de las escenas eróticas más sugerentes del teatro contemporáneo: cuando los intérpretes, semidesnudos, describen su vínculo sexual sin tocarse. Estrenada en 1979 por el gran Ian McKellen, en Argentina se conocieron versiones con Gerardo Romano y Juan Leyrado y otra posterior con Alex Benn y Gustavo Ferrari.
Cuatro icónicos autores estadounidenses
Harvey Fierstein, adaptador en 1983 de la comedia “La jaula de las locas” de Jean Poiret sobre una pareja homosexual madura que regentea un local de ocio; en 1987 estrenó “Algo en común”, acerca del encuentro de una ex esposa y el amante del mismo hombre ya muerto. La primera se conoció aquí con la dupla de Osvaldo Miranda y Tincho Zabala, luego con Tato Bores y Carlos Perciavalle, finalmente con Roberto Carnaghi y Miguel Ángel Rodríguez. La segunda con Ricardo Darín, Ana María Picchio y el debut teatral de Nicolás Cabré. Hubo una nueva versión con Fabián Vena y Viviana Saccone.
En 1985, Larry Kramer narró sus vivencias en “Un corazón normal”, donde visibilizó los inicios del flagelo del VIH. Tony Kushner retomó el tema en 1993, con el monumental díptico “Ángeles en América: fantasía gay sobre temas nacionales”, compuesto por “Milenio se aproxima” y “Perestroika”. Allí mostró cómo la pandemia afectó y atravesó a toda la sociedad. Las historias se combinan, además, con un cuestionamiento religioso y la aceptación de la identidad sexual. En 1997, la entrañable Alejandra Boero, junto a Julio Baccaro, ofrecieron estas obras en la sala Andamio 90.
Terrence McNally, que falleció el año pasado por Covid-19, presentó “Amor, valor, compasión” en 1994 que aquí se vio, dirigida por Ure, con Pablo Alarcón, Damián de Santo y elenco. Además “Madres e hijos” de 2014, cuya versión local encabezaron Selva Alemán y Sergio Surraco. En ambas se refleja la problemática y la lucha por el reconocimiento de derechos.
Los tiempos cambiaron y el estereotipo cedió a una representación digna de un colectivo que ama, sufre, trabaja, estudia y sueña, como cualquier otro.
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