Ediciones Biblioteca Nacional publicó en 2021 “El Banquete”, un libro necesario e imprescindible para la cultura argentina, y definirlo solo de esa manera no le hace justicia, porque además es apasionante. El libro se basa en las entrevistas que Guillermo Saavedra llevó a cabo para el programa de radio del mismo nombre, una vez por semana durante dos horas, en la emisora FM La Isla, entre 1997 y 2005.
“Un programa por amor al arte” era su eslogan: “Y eso hacía referencia al tema del diálogo platónico (el amor), el objeto del programa (el arte y la cultura) y la falta de remuneración material”, explica Saavedra. Pasaron por allí poetas, narradores, músicos, gente de teatro y de cine, artistas visuales, humoristas y artistas gráficos. Su experiencia como periodista cultural y editor de un importante grupo editorial, además de su actividad como coordinador de ciclos de música contemporánea, tango y folklore, le dieron al programa de radio una marca personal y prácticamente única, que parece anunciar los podcasts actuales, ya que tiene los elementos básicos: la conversación informativa, amena sin ser trivial, pedante o desdeñosa, la música que la acompaña (desde Ravel a Troilo pasando por Brassens y muchos más), y la atmósfera que crean estas dos cosas. Se le podría sumar también la habilidad para la síntesis –no hay palabras de relleno aquí–de un poeta como Saavedra, aunque él haya sentido a veces que hablaba demasiado para evitar silencios.
La forma en que el programa de radio se llevó a cabo reúne características de muchos emprendimientos en nuestro país: de un lado las condiciones paupérrimas en las cuales ocurren y del otro, el esfuerzo, el entusiasmo y la voluntad para hacerlos posible, no solo de Saavedra sino también de quienes lo acompañaron, todos sin retribución monetaria al no haber publicidad paga. Describían el estudio de la radio durante el primer año y medio como un lugar “más apto para planear un secuestro extorsivo o cocinar estupefacientes de baja estofa que para lanzar al éter un programa de cultura”. Luego el lugar de la emisora mejoró: del ambiente gansteril pasó a una torre moderna en el barrio de Palermo, pero si eso no cambió la calidad del programa cambió el día y horario en el que se emitía por uno de menor audición.
Saavedra conservó los 700 casetes con el registro de cerca de 400 programas, con entrevistas a más de 300 escritores, artistas e intelectuales argentinos, además de algunos latinoamericanos, y de numerosos programas especiales dedicados a homenajear a creadores de otros tiempos y lugares. A menudo Saavedra pensó en el valor documental de esas grabaciones en un país en el que muchos fenómenos culturales carecieron de archivo. “Pero la tarea de digitalizar tal cantidad de horas pobladas de reflexiones, lecturas, músicas y hallazgos de escritores y artistas se me hacía inabordable” –dice– y fue la pandemia, con sus peligros, sus desgracias y encierros claustrofóbicos lo que le permitió recuperar todo ese material. Supongo que volver a escuchar todas esas entrevistas debió también significar para él un tiempo opuesto al de la pandemia: el de la charla, del encuentro y sobre todo del intercambio, y también la vuelta a un tiempo que él recuerda cuando era aún posible “hablar desde afuera de la política” sin esos sinsentidos que tanto dañan con posiciones agresivas desde distintas orillas, bien o mal llamadas grietas. Saavedra aspiraba a estimular la charla, la comodidad del entrevistado: “No era un espacio de confrontación sino de celebración”, y sabía qué hacer y cómo seguir cuando la conversación se empantanaba.
También entendió enseguida que trasladar todas esas grabaciones a archivos digitales era solo el primer paso. “Lo realmente importante era ofrecer ese acervo a una institución capaz no solo de darle adecuado cobijo sino también de ponerlo a disposición de la comunidad”. Y como debería ser siempre, la Biblioteca Nacional, cumpliendo las funciones que le incumben, se hizo cargo. La edición del libro tiene una calidad y un profesionalismo que resaltan su contenido: “…lo que aquí se exhibe, con sus luces y sus sombras, es el sutil conflicto entre la singularidad de cada artista o intelectual invitado y el entorno en el que todos intentaron poner en juego sus ideas, sus intuiciones y sus perplejidades”. Así termina la introducción del primer volumen. Se planean cuatro más, en total una selección de 50 entrevistas. El criterio para elegirlas se basó en asegurar una variedad de rubros y cierto equilibrio entre los géneros. Este primer volumen reúne a Piglia, Carrera, Viñas, Shua, Divinsky, Noé, Burundarena, Piazzolla, Castillo y Bignozzi. Cada entrevista provoca una atmósfera diferente con sus palabras, subrayada por temas musicales a veces elegidos por el entrevistado y a menudo sugeridos por Saavedra. Para él fue una ocasión ideal para compartir con las y los entrevistados y con el público en general su pasión por ese arte. “Cada vez que me fue necesario un auxilio, allí estuvo siempre la música ante cualquier otra cosa”.
Para amantes de las entrevistas leerlas es aprender más no solo sobre personas cuya obra nos resulta familiar, sino también acerca de otras que desconocemos. Y también para pensar hasta qué punto la creación puede ser obsesiva y disciplinada, gracias a lo que artistas comparten acerca de su oficio. Por ejemplo, es una lección para cualquier humorista gráfico la dedicación de Maitena, su búsqueda inagotable de perfeccionamiento. Quien no conozca ese aspecto de la artista podría pensar, como confieso que creía yo, que a la mañana y en batón y pantuflas, recién despertada (y sobre todo despeinada al estilo “alteradas”) empezaba a dibujar lo que se le había ocurrido durante la noche como si su sentido del humor fuera una inspiración divina o un mensaje de su inconsciente. Al contrario, es un intenso trabajo de prueba y descarte, y sus comienzos en ese rubro muestran la antítesis de la persona que se queda sentada esperando que se reconozca su talento. También ella señala lo que propulsa su trabajo: “Nunca tuve necesidad ni vergüenza de esconder algo que pienso”. Puede parecer una frase convencional, dicha a las apuradas, y tal vez de haberla escuchado por radio en vez de haberla leído no me habría detenido en su significado: el arte como un acto de coraje.
Entre tan variadas entrevistas está la de Daniel Divinsky que fue el editor de De La Flor. Queda aclarado el porqué del nombre, una pregunta que me hice a menudo, suponiendo que era una manera chistosa de bautizar una editorial, pero sin entender cuál era el chiste. Con un incidente peligroso que cuenta sobre la prohibición de un libro infantil comprobamos –como si necesitáramos comprobación– que los censores brillan por su ignorancia y falta de inteligencia. Cuenta otro caso acerca de un libro de Griselda Gambaro y su conclusión sobre el asunto es: “También, para cuando alguien tenga tiempo, los fundamentos que determinaron el dictado del decreto de prohibición de 'Ganarse la muerte' son una antología de la mentalidad interdictoria. Esto está en la revista 'Xul'”. La evocación de 'El proceso' de Kafka o del cuento 'El censor' de Valenzuela viene enseguida a la mente. Tal vez podría ser una muestra de la irracionalidad de la censura argentina llevada al teatro, algo que probablemente interesa a Saavedra considerando su experiencia teatral y actoral y su sensación de haberla relegado.
En el intervalo musical de la entrevista a Divinsky suena “La mauvaise réputation” (La mala reputación) de George Brassens cantada por Paco Ibáñez en español y complementa la conversación (como lo hace en general toda la música que acompaña las entrevistas). “En mi pueblo sin pretensión tengo mala reputación, haga lo que haga es igual, todo lo consideran mal. Yo no pienso pues hacer ningún daño queriendo vivir fuera del rebaño. No, a la gente no gusta que uno tenga su propia fe”. Una canción con una verdadera afrenta al patriotismo de pacotilla: “Cuando la fiesta nacional yo me quedo en la cama igual, que la música militar nunca me supo levantar, en el mundo pues no hay mayor pecado que el de no seguir al abanderado. No, a la gente no gusta que uno tenga su propia fe”.
Divinsky cuenta que en 1978 o 1979 en París fue a escucharlo a Brassens, y pidió verlo, como su editor en América Latina. Lo que pasó entre ellos es una perfecta ilustración de la timidez que surge a veces entre dos personas que acaban de conocerse, aunque sepan bien por qué se respetan mutuamente y tengan deseos de conversar. Divinsky cuenta también, entre muchas otras cosas de mayor importancia, que él tuteaba a la mayoría de los escritores que conocía: Manuel Puig, Vicente Battista, Ricardo Piglia. Un día coincidió en una librería con David Viñas, cuya obra admiraba. Viñas era algo mayor, pero no mucho y salieron caminando juntos por Corrientes. Divinsky le dijo: “Mire lo que pasa, David, con todos los escritores me tuteo y con usted no puedo”. La respuesta lógica y que Divinsky probablemente esperaba era un permiso para tutearlo, pero Viñas dijo: “¿Vio que a veces pasa eso?”.
Leí la entrevista de Viñas recordando cómo el escritor Miguel Briante lo llamaba “el admirable inquisidor”, pero probablemente para irritar a la escritora Elvira Orphée, con quien estaba almorzando, y que enseguida acotó: “De admirable no tiene nada, pero mucho de inquisidor”. Todo el rato mientras leía la entrevista traté de recordar los argumentos de ambos a favor y en contra de Viñas, pero en aquella discusión que presencié yo era chica y estaba almorzando a las apuradas para volver al colegio, y aunque sentía afecto y admiración por Briante (básicamente por hechos de su vida personal, ya que no lo había leído aún) presté más atención a las frases demoledoras de Orphée. Por lo tanto, con ese recuerdo como telón de fondo mi lectura fue tan poco imparcial que tuve todo el tiempo la sensación de que Saavedra mostraba demasiada pleitesía hacia Viñas, hasta tratándolo de usted, lo que muestra la distorsión de las impresiones (no había leído todavía el comentario de Divinsky), porque como bien me señaló Saavedra, en ningún momento lo trató de usted. Viñas fue, sin ninguna duda, uno de nuestros importantes intelectuales, con gran influencia en la Argentina y en Latinoamérica. Consideraba imprescindible escribir sobre temas graves, vinculados con la exclusión política y social, con el genocidio de los pueblos originarios –“Indios, ejército y fronteras”– , con la represión de la última dictadura militar argentina (su hija e hijo desaparecieron) y también trasladaba esa misma seriedad, ese sentido de urgencia, cuando escribía una no ficción novelada –aunque considerada una novela– como “Los dueños de la tierra”, que trata de los obreros masacrados en la llamada Semana Trágica, en los que el padre de Viñas fue juez de mediación, enviado por Hipólito Yrigoyen. Sus ensayos de “Literatura argentina y política”, que abarcan distintas épocas, fueron el canon literario –“la palabra santa del dogma”, para citar a Orphée, probablemente excluida–, y siguiendo con el lenguaje religioso, la biblia literaria por la cual se valorizaba o desvalorizaba a escritores.
La entrevista a Viñas en “El Banquete” se refiere principalmente al libro “Anarquistas en América Latina”, donde se menciona lógicamente a Evaristo Carriego, a Borges (que a menudo dijo ser anarquista) pasando por Lugones, pero esos nombres son decorativos en relación con la dureza del tema: el movimiento anarquista y su cruenta represión. Para citar palabras de Saavedra durante la entrevista: “El libro constituye la recuperación de toda una literatura que había sido silenciada por la historiografía y el periodismo –incluido el de izquierda–, que no supieron o no quisieron ver en esa producción teórica la importancia que, felizmente, David Viñas sí reconoció”. Durante esa entrevista se escuchó un tema cantado por mujeres que es un “himno a las mujeres desde el anarquismo”. El movimiento anarquista tuvo una fuerte participación de mujeres a principio del siglo XX, lo que las sitúa históricamente en un sector de excepcionalidad.
Es verdad que palabras como “el admirable inquisidor” quedan como sombras, y aunque la entrevista a Viñas es valiosa por todo lo que se puede aprender sobre el anarquismo, quedé ausente como lectora, pero principalmente porque viene después de la entrevista del poeta Arturo Carrera y sus reflexiones. Sumergirse en la poesía permite cierta posibilidad de escape; las palabras tienen música, densidad, traen imágenes –el poema “Joven parca en Roma”, que evoca el lavado de frutillas por la esposa embarazada de Carrera en la Fuente de las Tortugas es una celebración de la vida, de la fuerza de los encandilamientos simples, y de repente volver desde allí a la dureza de una realidad política e histórica como el anarquismo me resultó demasiado difícil. Hubiera preferido que entre las dos entrevistas se intercalara otra. Quedé inmediatamente subyugada por el dolor de la historia personal de Carrera, por su manera de trascenderlo a palabras, por la calidad evocativa de sus poemas, y también por la humilde sencillez, aunque difícil, de haber cumplido con un destino de poeta cuando lo percibió claramente a los 17 años al morir su padre (su madre había muerto cuando él tenía 17 meses). Por eso las palabras de Viñas, tan alejadas de las de Carrera en “El vespertillo de las parcas”, y que reflejan perfectamente la convicción de Viñas de su propia importancia (una convicción merecida, sobre todo para su época) me resultaron anticlimáticas.
Solo dos pequeñas cosas me molestaron en este libro de tan diverso y enriquecedor contenido: esa transición de Carrera a Viñas y la mención de las risas entre paréntesis cuando entrevistado y entrevistador ríen. Saavedra lo explica del siguiente modo: “Esas y otras didascalias (acotaciones teatrales) están incluidas no por sospechar que el lector no descubrirá por sí solo los momentos graciosos de la charla, sino como parte de una estrategia de teatralización de las entrevistas porque, como digo en la introducción, lo que se recrea en cada caso no es solo una entrevista sino también un programa de radio que tiene muchos puntos en común con una obra teatral… es para recordarle al lector que está leyendo algo que sucedió en un momento concreto y para invitarlo a imaginar que está sucediendo de nuevo ahora, mientras él lo lee”.
En las entrevistas con mujeres como Ana María Shua se siente que el entrevistador está más relajado, que se anima a mayor soltura en las preguntas que con Castillo o Piazzolla, conocido también por su temperamento difícil. La entrevista al músico ocurrió en 1988 y se reprodujo diez años después en el programa de radio.
Con Shua y Bignozzi las entrevistas ahondan más en la práctica de su trabajo, en cómo enfrentan su oficio. Reflexiones en el caso de Shua sobre la utilización de la voz masculina siendo una mujer, y acerca de su preferencia por el uso de la primera persona en sus relatos, porque permiten manifestar la duda lo que la voz narradora omnisciente no permite, ya que se supone que lo sabe todo y lo enuncia con certeza. Leer la entrevista a Shua es como asistir a una buena clase de escritura. Ella reconoce haber tenido la dificultad que padecen tantos escritores noveles: querer escribir algo genial, en su caso porque quería que su primer cuento fuera como el mejor cuento de Chéjov, y el modo en que desanduvo esa exigencia.
La entrevista de Bignozzi no es solo acerca de su poesía sino también de su trabajo de traductora, y cómo ambas cosas se complementaron, y las enseñanzas que derivó de cada una de ellas. También la influencia que tuvo en ella vivir fuera del país, y su teoría de que “los poetas escriben con un lenguaje que tienen fijado desde muy temprano”.
Abelardo Castillo, uno de nuestros mejores cuentistas, (aunque él deja claro que no le gustan los rótulos) también escribió teatro, novelas, ensayos y fue uno de los fundadores de las revistas culturales “El Escarabajo de Oro” y “El Ornitorrinco”. Comienza la entrevista leyendo él mismo su relato “Undine”, que define como a caballo entre la prosa y la poesía. Con narradores y poetas a menudo el programa empieza así, lo que permite ahora en el libro la lectura de esos textos. Sus reflexiones sobre la similitud de prosa y poesía, basándose en un dicho de Faulkner, lo llevan a concluir: “Una metáfora inútil o a veces hasta una palabra de más en un cuento pueden llevar a estropear el texto”. El tema musical aquí es “Silbando”, con la orquesta de Osvaldo Fresedo y el cantante Héctor Pacheco.
Los pintores tienen a menudo una manera particular de reflexionar sobre su arte, y Luis Felipe Noé no es excepción. Expresa un pensamiento complicado, pero probablemente una necesaria advertencia para pintores: la idea del caos y la honestidad en la obra, y como dice Saavedra: “Es cierto que su pensamiento no es lineal ni acumulativo, sino que obra por saltos cuánticos de su imaginación, por así decirlo; pero también lo es que las ideas complejas no pueden reducirse a explicaciones fáciles”.
Queda por mencionar las entrevistas a Piazzolla y a Piglia. Una sobre el arte de componer música (la de Piazzolla refiriéndose más a su experiencia personal y a sus influencias) y la otra sobre el arte de narrar, pero aquí corresponde citar algo que cuenta Piglia: “Parece que una vez Cézanne estaba en una cena con gente, y el que estaba sentado al lado le preguntó: ‘Dígame, maestro: ¿qué es el arte?’; y entonces Cézanne le dijo: ‘¿No tiene una pregunta más chica?’”.
Escribir sobre estas dos entrevistas sería como usar respuestas más chicas de las que ellos mismos ofrecen.
Después de leer este libro quedan algunas sensaciones: el alivio por la recuperación de nuestra cultura, por tenerla al alcance de la mano en una cuidada edición de la Biblioteca Nacional, y la curiosidad por los próximos cuatro volúmenes de entrevistas. También la satisfacción de recordar la seriedad de todos esos artistas argentinos que nos hicieron la vida más fácil con su arte y que gracias a este libro nos darán siempre una razón para recordarlos, conocerlos mejor como personas, y agradecerles.
-Flaminia Ocampo es escritora.
También te puede interesar
por Flaminia Ocampo
Comentarios