Hacen falta muchas páginas para contar la historia completa de la Asociación Amigos del Museo de Bellas Artes. Una historia que empieza en 1931, cuando Cupertino del Campo, que había sido director del Museo durante dos décadas, y Francisco Llobet, al frente de la institución en ese momento, se unieron para imaginar la entonces llamada, Sociedad Amigos del Museo.
Desde esa fecha hasta hoy han pasado exactamente 90 años y la Asociación ha decidido celebrarlos contando su historia, en un libro que refleja su enorme aporte a uno de los museos más valiosos del país. En la confección del volumen participaron importantes especialistas y es esencial para entender la labor de la agrupación, el extenso artículo que escribió María José Herrera detallando su labor a lo largo de las diferentes épocas y situaciones que atravesó la Argentina.
Los objetivos de la Asociación
“La Asociación tiene dos misiones fundacionales: apoyar financieramente al Museo y difundir la cultura. Estamos cumpliendo acabadamente con ambas. Noventa años después nos sentimos orgullosos del camino recorrido, así como también de nuestra flexibilidad para enfrentar el presente y las perspectivas que plantea a diario un mundo pleno de desafíos”, declara Julio Crivelli, presidente actual de la institución, apuntando a los principales objetivos de la Asociación, una de las más activas del país en su estilo.
Con sede sobre la avenida Figueroa Alcorta, en el llamado “Pabellón del Sesquicentenario de la Revolución de Mayo”, entre sus funciones principales está el aporte de fondos que se destinan a mejorar diversos aspectos del funcionamiento del Museo. Esos fondos se consiguen con el aporte de los socios (alrededor de 2000 en la actualidad), donaciones de particulares y empresas y diversos eventos de recaudación, entre ellos, la famosa gala temática que se realiza todos los años (excepto en la pandemia) y que se ha transformado en uno de los encuentros más importantes del calendario social argentino.
En los últimos diez años, la Asociacion ha recaudado la cifra de US$ 5.085.580,47 que se destinaron, entre otras cosas, a mejorar la infraestructura edilicia y apoyar la realización de importantes exposiciones. Un capítulo aparte merecen las obras adquiridas y donadas hasta hoy al museo, que forman parte del patrimonio cultural nacional. Llegan a 185, con firmas tan famosas como las de Edgar Degas, Luca Giordano, Giovanni Lanfranco, Liliana Porter, Raquel Forner, Juan Carlos Distéfano, Pablo Suárez y muchísimos más.
La actividad educativa es una de las que más ocupan a los Amigos: cursos y carreras breves de formación en el campo del arte, la literatura y el cine que han acumulado más de 100.000 matrículas en los últimos 10 años. A esta función se destinó un aporte de US$ 2.939.606,60, en la última década.
Entre las obras de infraestructura edilicia aportadas por la Asociación están la remodelación del auditorio y varias ampliaciones de la superficie de exhibición, archivos y depósitos. En 2017, participaron en el rediseño del hall central del edificio y en mejoras en las salas para exhibir colecciones donadas y mayor cantidad de piezas del acervo de la institución.
En 2007 crearon también, junto a la Universidad de Tres de Febrero, la Cátedra UNESCO de Turismo Cultural para el estudio, difusión, protección y promoción del patrimonio.
En 2017 su labor fue declarada de interés Cultural y Educativo por la Ciudad de Buenos Aires y han recibido numerosos premios como el Arlequín, que otorga la Fundación Petorutti y el Konex de Platino.
“Sin dudas la pandemia puso a prueba a la Asociación Amigos de muchas maneras y ‒en perspectiva‒ nos impulsó a estar a la altura de los múltiples retos que se fueron presentando y que se resolvieron con creatividad, entusiasmo y trabajo en equipo. La Asociación respondió de manera contundente y efectiva a los desafíos que plantean los nuevos tiempos en relación a la virtualidad y a las novedosas formas, tanto de acceso, como de difusión del arte y la cultura”, explica Crivelli, respecto de la transformación que se implementó durante la pandemia.
A lo largo de noventa años las actividades crecieron, se diversificaron y se volvieron vitales para el funcionamiento del Museo Nacional de Bellas Artes. Una experiencia de éxito que prueba la importancia del aporte privado, cuando se suma a la gestión pública del patrimonio cultural de todos.
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