La historia tiene mucha repercusión desde ayer y sigue entre las notas más leídas en los portales de noticias. Un señor en España, propietario de una pequeña colección de piezas arte, mandó a restaurar un deteriorada copia de un cuadro de Murillo, “La inmaculada del Escorial”, y el resultado fue pavoroso.
Imposible no compararlo con el llamado “eccehomo de Borja”, producto de la restauración casera de un mural del Santuario de Misericorda, en Borja, Zaragoza, a manos de una vecina con supuestos conocimientos artísticos. La señora se llamaba Cecilia Giménez Zueco y de la noche a la mañana se transformó en una celebridad. Su Cristo, que formaba parte del mural pintado por Elías García Martínez, también se hizo famoso y hoy es tan visitado como cualquiera de las magníficas obras de arte que se exhiben en España.
“La inmaculada del Escorial” de Bartolomé Esteban Murillo, realizada entre 1660 y 1665; mide 206 x 144 cm. y es parte de la colección del Museo del Prado. La obra que se restauró era una copia de cierto valor del cuadro que está en el Prado, realizada a principios del siglo XX. Como estaba deteriorada, su propietario la entregó a un restaurador de muebles para su reparación y pagó 1200 euros por el trabajo. Cuando volvió a sus manos, el rostro de la virgen se había transformado por completo. Horrorizado, el dueño de la imagen ordenó una segunda restauración, pero el resultado fue aún peor. Ahora anda buscando un profesional acreditado que levante las capas de pintura aplicadas al rostro de la virgen y vuelva atrás el camino hasta llegar de nuevo al punto de partida.
La Asociación de Restauradores españoles, como siempre que se trata de una cuestión de incumbencias, puso el grito en el cielo y expresó lo obvio: que a las obras de arte no las repara cualquiera sino quien sabe hacerlo. E hizo un pedido curioso: que la imagen no se conviertiera en un “motivo de diversión mediática y social”. Pero por ese lado ya están perdidos, porque la virgen intervenida de Murillo está en vías de convertirse en la nueva protagonista de memes, chistes y homenajes en todas las redes sociales del mundo.
Motivos. ¿Por qué fascina tanto el arte horrendo? Esa es la pregunta inexorable frente a este desastre estético que nos divierte y nos sorprende. Y las respuestas pueden ser varias, encadenadas entre sí.
El aura, en el arte, es ese prestigio que tienen las obras, producto de la sedimentación de miradas y valoraciones a lo largo de los siglos. “La Gioconda” es una obra arte por sus valores estéticos pero también porque nos dijeron que es una obra de arte.
El “no entendido”, el que no puede ver el “aura” porque no fue educado dentro de un sistema que consagre esos objetos como trascendentales, no comprende que un simple cuadro pueda significar tanto.
Cecilia Giménez Zueco lleva aún más lejos este “no entender”, restaurando en la imagen del “eccehomo de Borja”, su valor utilitario para la fe, en el contexto de una iglesia. Para ella, ese Cristo, más o menos como cualquier otro Cristo, sirve de inspiración a los creyentes y no convoca ninguna valoración estética en particular.
La diversión se produce en el choque de estas dos miradas, la educada en el prestigio del arte y el carácter sagrado (y económico) de una obra, y la que sólo le confiere un valor utilitario.
¿Se puede vivir tan al margen del sistema cultural? ¿Se puede carecer por completo de educación estética? Parece que sí. Y es esa mirada inocente la que fascina. La que produce una obra infantil y rudimentaria en el corazón mismo de un sistema complejo, atravesado por intereses económicos y simbólicos, en el corazón de la vieja Europa, tan consagrada a custodiar los valores del gran arte.
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