Diez días después de que Raúl Alfonsín se sentara en el sillón de Rivadavia, la revista “Mujer 10” salió con una nota en la que Doña Rosa le contaba a su vecina María que estaba escandalizada por un artículo con el que se había topado en una publicación femenina. “Usted ni se imagina. ¡Con pelos y señales! Esas cosas de las que una nunca habla y ni siquiera piensa. Leí que algunas parejas se aburren en la cama. Y les dan consejos para que sea más… ¡en fin, entretenido!”. La otra, disimulada, le preguntaba cuál era esa revista porque quería ver si podía sacar una receta de cocina. Esa noche el marido de María se sorprendió al ver que su señora esposa lo esperaba con un guardapolvo de doctora y sin ropa debajo. El relato recuperado por la historiadora Natalia Milanesio en el libro “El destape. La cultura sexual en la Argentina después de la Dictadura” (Siglo XXI) es una muestra de que el proceso iniciado a partir de la recuperación de las urnas no fue únicamente el de tapas de revistas con modelos y actrices en colaless y poses provocativas. El destape, según concluye Milanesio, tomó al sexo como metáfora de liberación personal y social, símbolo de una sociedad moderna y progresista. Entre “tetas” y “culos” se pudo hablar también de orgasmo, placer, anticoncepción y reivindicaciones feministas. Se inauguraba la era de la exploración.
El despertar. Asociado a la democracia y contrapuesto a la censura y a la dictadura, Milanesio sostiene que en verdad la historia de la sexualidad vernácula estuvo signada durante décadas por la represión sexual. “El destape es un momento histórico fundamental y sin precedentes porque es una reacción al pacaterismo, la censura y el silenciamiento de determinados temas. Son cuestiones que la dictadura profundiza y consolida pero que ya existían. Incluso hasta entonces los dos polos ideológicos pensaban al sexo del mismo modo: la reproducción de ciudadanos para la patria, unos; y la reproducción de soldados para la revolución, otros. El sexo era a partir del amor y la discusión sobre sexualidades alternativas o anticoncepción no existían”. Por eso, ver una película erótica o poder comprar un manual de sexología, empezaron a ser las grandes revoluciones en la intimidad de las sábanas.
Por otro lado, en los primeros cuestionamientos sobre el silencio de los medios de comunicación durante el proceso militar, Milanesio cree que el destape fue para ellos una herramienta de auto legitimación que les permitía recuperar credibilidad e intervenir positivamente en la sociedad. Así, asumieron un rol pedagógico, aparecieron revistas como “Libre” y “Sex Humor”, se animaron a tratar temas como el punto G femenino y la sexualidad durante el embarazo, incluyeron a sexólogos entre sus fuentes y columnistas y abrieron correos de lectores.
Si antes la sexualidad estaba asociada a la salud y la reproducción dentro del matrimonio; a partir del ´83 entró en escena el placer. Entonces el destape no solo se vincula a la rebeldía tras los años oscuros de la dictadura sino a repensar y explorar las cuestiones profundas que implican la sexualidad. “Más allá de que en el imaginario el destape mediático es hipersexual, sexista y machista, que existió y es real; en la investigación descubrí otro rol mucho más productivo. Algunos sectores de mujeres comienzan a pensar su sexualidad a partir del campo del derecho, no solo respecto a los derechos reproductivos sino también al derecho al placer. En las entrevistas que les hice a los sexólogos, me impactó mucho que el diagnostico generalizado de esa época era el analfabetismo sexual, el desconocimiento sobre el propio cuerpo y el placer. La apertura de la discusión y la democratización de la información, motorizados sobre todo por los medios, hizo que muchas se reencuentren con estos aspectos de su identidad y comiencen a hablarlos de forma más honesta, a pedir ayuda si era necesario, a tener más demandas a sus parejas y a reconocerse como sujetos sexuales”. En una encuesta de 1986, el 61 por ciento de las entrevistadas de entre 18 y 40 años aseguraba que las revistas eran su principal fuente de información sobre sexualidad y la más segura. Por su parte, “La Semana” hizo otro sondeo donde el 74 por ciento de las consultadas declaró que el destape las había inspirado a cambiar sus costumbres sexuales.
La antesala. No era fácil en los '80 decirse feminista pero ya en la primera marcha en democracia por el Día Internacional de la Mujer (1984), había algunas con carteles que hablaban de tirar la falocracia o reclamaban el derecho al placer y a no estar condenadas a la maternidad. “Cuando arrancó el Ni una menos en 2015, lo que más me llamó la atención es que desde la cobertura mediática había dos conclusiones: que la violencia contra la mujer había empezado ese año y que el activismo en contra de esa violencia, también; sin poder recordar la historia reciente y el rol de las que ya se habían embanderado en discusiones como la de la violencia sexual, un tema para entonces tabú”. En la primavera democrática el feminismo estaba demonizado y esas voces quedaron solapadas. “Tanto las feministas como los activistas gays y lesbianas tenían una crítica difícil de digerir en un contexto celebratorio. Ellos argumentaban que no vivimos en una democracia real hasta que todos los derechos de todos los sectores son respetados. Introducir que los derechos sexuales también son derechos humanos y una democracia verdadera tiene que respetarlos y legalizarlos era una posición que amplios sectores de la sociedad no estaban dispuestos a escuchar”.
Hay dos temas que hacen espejo con la actualidad: las mujeres aparecen más demandantes en sus relaciones de pareja y con una actitud más exploratoria, mientras que los varones se sienten inseguros y desdibujados en su rol. La otra es hasta dónde la hipersexualidad y el cuerpo femenino como una mercancía se reivindica como empoderamiento. “La diferencia es que ahora podemos tener esa discusión porque hay voces que dicen que lo que pensás que es empoderamiento en realidad sigue siendo cosificación. En los '80 no era un debate, ese era el rol, el lugar de la mujer y las voces feministas que criticaban eso eran tan marginadas que no encontraban el espacio que hoy tienen en los medios”.
Como ejemplo, la historiadora cuenta que la revista “Gente” publicó una extensa y fustigadora nota sobre aquella marcha del 8 de marzo de 1984. Era un medio que venía participando activamente del destape con tapas de famosas en colaless o en topless, sin embargo, objetó con dureza y se espantó por reclamos como “abajo la falocracia, reivindiquemos el clítoris juntas”. “La periodista que firmó la nota planteaba qué ocurriría si hubiera niños en esa marcha y le preguntaban a sus madres por el significado de esas palabras”. Tal vez era una proyección: en el “país jardín de infantes”, como lo llamó María Elena Walsh, los adultos y su sexualidad estaban aún en pañales.
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