La coalición que gobierna la Argentina funciona como una calesita. Por turnos, Alberto Fernández, Cristina Kirchner y Sergio Massa, se van poniendo al hombro la mochila del liderazgo nacional. Cada escenario crítico requiere de la idiosincracia y los atributos que puede ofrecer uno de ellos, ordenados en un tridente que coincide con la línea de sucesión institucional. Ahora parece que le toca el turno al presidente de la Cámara de Diputados.
Alberto Fernández protagonizó los primeros tiempos del nuevo gobierno, y con su halo componedor intentó aprovechar la luna de miel que la sociedad suele otorgar en los primeros meses de toda gestión: esa tregua se alargó sorpresivamente por la pandemia, pero ahora está llegando a su fin.
En ese tiempo, Cristina mantuvo un respetuoso bajo perfil, pero sin quedarse a mirarlo por videoconferencia. Desde el Instituto Patria, fue tejiendo la red K para contener y a la vez condicionar a Alberto, a quien en los últimos días le puso el gobierno en modo turbo, acelerando procesos que venían muy lentos, medidos con la vara de la impaciencia cristinista. Vicentín aparece como la nave insignia de ese Día D neocamporista.
Pero el horno no está para bollos. La épica de la “soberanía alimentaria” solo aglutinó al neocamporismo, pero generó un cortocircuito entre el Presidente el establishment, desconfianza que, de rebote, tiene eco en la parte de la sociedad no K que le prendía una velita a San Alberto, como en su momento se la prendió a Daniel Scioli, siempre buscando algún peronista aliado a Cristina que a la vez prometa moderarla.
En una etapa de cierta decepción por el manejo oficial de la crisis larga del Coronavirus, y en medio de la polémica por la expropiación de Vicentín, la mirada de la opinión pública pasa del Presidente hacia Sergio Massa, el otro referente de la coalición con discurso ecuménico que queda disponible. Siempre ágil de reflejos para sacar ventaja de la coyuntura cambiante, Massa evitó pronunciarse sobre el caso Vicentín, pero a la vez tendió puentes de diálogo con productores agropecuarios.
En momentos en que se habla, quizás exageradamente, del riesgo de un conflicto con el campo comparable al de “la 125”, Massa ya calcula riesgos y beneficios de que la pulseada por el proyecto expropiador se libre precisamente en Diputados, su trinchera política e institucional. Si bien no se trata del mismo dilema que entrampó a Julio Cobos en la pasada guerra agropecuaria K, a Massa le toca cumplir con la misión cristinista de defender el proyecto oficial, pero a la vez no pagar el precio de ponerse a todo el establishment en contra. Si eso sucediera, perdería la chance de presentarse a futuro como el interlocutor de recambio, en caso de que Alberto se desgaste y pierda la confianza de la sociedad anti K, que empieza a dudar nuevamente de su autonomía real respecto de Cristina y el kirchnerismo más duro. Experto en idas y vueltas como el Presidente, Massa enfrenta su primer test como pieza clave de la delicada alianza de gobierno: su suerte puede ser también la del país.
Comentarios