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EN LA MIRA DE NOTICIAS | 25-11-2019 10:28

¡Es la democracia, estúpido!

La indefinición electoral en Uruguay es una prueba más de que Sudamérica está buscando un nuevo pacto entre gobernantes y gobernados. Timbre para Alberto y Cristina.

El cabeza a cabeza comicial que dejó el futuro de Uruguay en suspenso le pone el broche de oro a la conclusión provisoria que los analistas venían haciendo a medida que se iban declarando crisis institucionales en casi todos los países sudamericanos. Ya resulta evidente que, más allá de las causas internas de cada país, el colapso de gobernabilidad en curso en la región responde a un default sistémico.

La peor manera de encarar esta turbulencia es encuadrarla en una puja entre “izquierdas” y “derechas” nacionales, ya que los gobiernos que se desgastan o tambalean en este rincón del planeta responden a ambas etiquetas, según el caso. Es cierto que podría argumentarse, desde el purismo ideológico, que parte del problema es que ni los presuntos gobiernos de izquierda lo son, ni son tan claramente de derecha los identificados como derechistas.

Tomemos el caso del macrismo: el nivel de gasto social y la habilitación del debate parlamentario por el aborto desafían el estereotipo tradicional de un gobierno de “derecha”. Y los abordajes macroeconómicos y financieros de la mayoría de los supuestos socios del eje socialista están más cerca de la visión “neoliberal” que de las doctrinas económicas de la izquierda clásica.

¿Qué está pasando, entonces, en la región? El mensaje de las urnas en Uruguay repite un esquema generalizado de insatisfacción ciudadana, que en algunos países se manifiesta al momento de votar y, en otros, en la calle, fuera del calendario electoral. Esta insatisfacción queda encubierta por el oscuro fenómeno de la “polarización”, esa grieta que aparentemente divide a la sociedad en dos polos partidarios irreconciliables.

Tan polarizados estarían los sudamericanos entre dos alternativas ideológicas que, ante cada elección presidencial, el recuento de votos amenaza con desembocar en un limbo institucional que termine en caos. Pero quizás estemos confundiendo las causas del malestar con sus síntomas.

Aquí conviene recordar la idea básica de la Sociología clásica: el llamado “hecho social”. No importan tanto los motivos personales por los que cada uno vota -o apoya en las redes- a tal o cual opción. Por encima de esas decisiones individuales, se alza el fenómeno disruptivo de la polarización, que podría interpretarse como un mensaje cifrado que toda la ciudadanía en común le manda a sus gobernantes. Es una advertencia, un aviso más o menos paciente, según el escenario que atraviesa cada país.

En Bolivia, el descontento estalló en plena ceremonia comicial. Pero en Chile, la gente salió a la calle para expresarse antes de que le tocara el turno de opinar en las urnas: sugestivamente, el gobierno chileno intenta salir de la crisis con un llamado desesperado a votar una nueva Constitución. Es decir que, en Sudamérica, no se sabe si el voto es la chispa que enciende la hoguera o el chorro de agua que la apaga. Tal vez sea ambas cosas.

Es posible leer en los resultados cabeza a cabeza que complica comicios en Uruguay y Bolivia (con las diferencias de transparencia en cada caso), un inconsciente esfuerzo social por redefinir el mandato de sus representantes, quitándoles el “cheque en blanco” que creyeron tener y del cual abusaron.

El malestar de la región también es la historia del escándalo Odebrecht y del auge y caída del precio mundial de los recursos naturales sudamericanos. Se trata de la distribución de la riqueza material, pero también del poder de decisión para redefinir el futuro de este rincón del planeta, en la era de la disrupción laboral y moral motorizada por la tecnología.

Se trata, en definitiva, del capitalismo. Pero también de algo más viejo y maleable: la democracia, que ya funcionaba entre los antiguos griegos, y que desde entonces no deja de revisar, a los tumbos, sus cláusulas inclusivas y excluyentes, para adaptarse a los vientos de la Historia.

Lucía Topolansky, vicepresidenta uruguaya y compañera de Pepe Mujica, declaró a Página12 una advertencia: “Argentina y Uruguay son los dos países más estables de Sudamérica. Esperemos que esto que está pasando, que todavía no tenemos la suficiente perspectiva histórica para saber las causas de fondo, este incendio generalizado del continente, no contagie al sur del sur”. Timbre para Alberto Fernández y Cristina Kirchner, que juran haber vuelto para ser mejores.

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Silvio Santamarina

Silvio Santamarina

Columnista de Noticias y Radio Perfil.

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