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SOCIEDAD | 24-05-2019 13:28

Mujeres que dirigen: cómo ser jefa en el mundo tumbero

Siete integrantes del Servicio Penitenciario Bonaerense revelan la intimidad de conducir una cárcel. Violencia y derecho de piso.

Reciben a NOTICIAS en el Complejo Penitenciario de Olmos, considerada una de las cárceles más peligrosas de la provincia. Algunos presos, a lo lejos, se asoman para observar la sesión de fotos pero ninguno dice nada. Desde la sala que tienen que atravesar las visitas se escucha una cumbia a todo volumen. Ellas caminan por el predio como quien anda por su casa. Andan con una amabilidad extrema, pero serias, y no hay uniformado que no se acerque a saludarlas con el debido respeto que merecen las máximas autoridades dentro de una fuerza. Sin embargo, las siete aseguran que hace muy poco tiempo reciben ese trato de colegas y de internos.

Hasta no hace tanto, las miraban con desconfianza o, en el mejor de los casos, con sorpresa. En el universo tumbero, las jefas mujeres tienen fama de ser más bravas pero menos corruptas. Ellas se ríen de los prejuicios y dicen que, en el ejercicio de las funciones, no hay nada que las diferencie de los hombres. Pero, para llegar a ocupar los cargos más importantes en la jerarquía del Servicio Penitenciario Bonaerense (SPB) tuvieron que esperar a que se reformaran las normas de la institución y, también, hacerse escuchar y respetar. En un ámbito machista y violento, ellas apelan a sus propias experiencias como mujeres para modificar las formas de encarar los conflictos.

Las siete tienen más de veinte años de carrera y conocen a fondo los códigos del universo carcelario. A lo largo de los años vivieron en diferentes ciudades bonaerenses y ocuparon distintos roles que las llevaron hoy a ser miembros de la jerarquía del SPB: Norma Moracci es abogada y directora general de Institutos de Formación y Capacitación; Liliana Casado es directora general de Coordinación, un cargo clave en la cúpula de la institución; Norma Puccia es la jefa máxima del Complejo Penitenciario de Olmos, donde tiene a su cargo casi 3 mil presos; y Marina Zapata es la subdirectora de administración del mismo complejo. Además, Marina Altamirano, Andrea Manzolido y Cristina Córdoba están a cargo de las unidades 25 y 26 de Olmos y de la 34 de Melchor Romero, respectivamente.

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Los cargos que ostentan demuestran una profunda transformación. No sólo hay mujeres con peso dentro de la cúpula sino que también hay otras al frente de cárceles masculinas, algo impensado hace apenas unos pocos años. En los pabellones superpoblados de ladrones y de criminales violentos, ellas se encargan de todo: hacen las requisas, controlan motines y aseguran que el secreto está en conocer a fondo a cada uno de los internos y del personal que tienen a su cargo.

Sin embargo, a veces no alcanza con el cargo o el uniforme y en cada nuevo lugar, las mujeres tienen que ingresar con pie de plomo. Así le pasó a Zapata, que acaba de ser nombrada en Olmos: “Yo siempre había estado en cárceles de mujeres. Ni bien llegué acá como subdirectora me tocó ir a un recuento y los chicos me dijeron:

—¿A dónde va, señora?

—A mí me dejan pasar porque voy a hacer el recuento con ustedes.

—No, pero las mujeres no suben.

—Abrime porque subo.”

El tono no dejó lugar a discusiones. La reja se abrió y el problema no se repitió.

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La anécdota refleja algo que las siete repiten sin cesar: a pesar de que las ficciones de televisión siempre mostraron guardiacárceles gigantes y forzudos que se enfrentan cuerpo a cuerpo con los presos o que escalan en los cargos gracias a la violencia, en la realidad –dicen– las cosas son bien diferentes: “La función es la reeducación y la resocialización. La fuerza física solamente se usa en determinadas situaciones límite”, cuenta Puccia, quien agrega que mujeres y hombres tienen la misma preparación física, basada fundamentalmente en la defensa personal. “Se habla de la fuerza masculina pero la conducción de un equipo se logra desde cualquier otro tipo de actividad”, agrega Zapata.

Códigos. Hasta 2004, el máximo cargo que podía ocupar una mujer era de prefecto mayor. Sin embargo, aunque la apertura comenzó hace 15 años, cuando se reformó el reglamento del SPB y se garantizó que el ascenso no estuviera determinado por el sexo, en los hechos la presencia femenina fue ganando terreno de forma gradual y recién ahora empiezan a sentir que su voz tiene la misma fuerza que la de sus colegas varones. “Nos han dado la oportunidad y yo siento un respeto, pero todavía tenemos que demostrar que somos las indicadas”, asegura Moracci.

Aunque parezca insólito, en cada una de las respuestas que dan estas mujeres se observa que los obstáculos más fuertes los pusieron sus propios colegas y no tanto los presos, quienes suelen entablar mejor vínculo con guardiacárceles femeninas que con masculinos. “Hay mucho más respeto por parte de los internos masculinos”, cuenta Manzolido. “Generalmente, cuando una mujer tiene que entrar, entre ellos mismos se dicen ‘ponete la remera que va a entrar una dama’ y al toque lo hacen”, agrega Casado.

Casado, que está a un año del retiro y siempre observó el avance paulatino de las mujeres en este terreno, cuenta que los internos solían sorprenderse cada vez que las veían pero que nunca la reacción fue negativa o prejuiciosa: “A veces nos ven como algo nuevo y se quedan. Ahora se ven mujeres en el muro, algo que no hace muchos años empezó a pasar. Primero veían a una mujer en la oficina, después había una encargada de algo, después otra mujer en depósito y así fuimos haciéndonos más visibles”.

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El SPB, con 56 cárceles en toda la provincia, aloja alrededor de 40.000 presos. Puccia, en Olmos, tiene a su cargo unos 3.000 internos en una de las cárceles más peligrosas del país; Altamirano y Manzolido, alrededor de 200 cada una; y Córdoba unos 400.

Colegas. Las anécdotas no son iguales cuando les toca hablar de sus pares. En ese terreno abundan los ejemplos que demuestran que no fue tarea fácil abrirse paso.

"Tengo un bebé de 2 años y, cuando lo tuve, llegaron a decirme que se había terminado mi carrera”, recuerda Altamirano. “En algunas unidades han llegado a decirle a algún superior: ‘No la ponga como jefa a ella porque tiene dos hijos’”, suma Córdoba.

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Ellas entienden que muchos de sus compañeros, así como ellas mismas, fueron formados en una estructura profundamente machista que siempre estaba al borde de dejarlas afuera: durante la capacitación, por ejemplo, que una aspirante quedara embarazada era motivo suficiente para darle la baja. Además, la formación de las mujeres requería de un año más que la de los varones y, durante esos años, cursaban en aulas diferentes con actividades distintas y estaba prohibido que se vincularan entre diferentes sexos.

Por algún motivo que sólo se explica desde lo cultural –ya que no había ninguna regla al respecto–, hasta 2007 jamás había habido una abanderada mujer. En ese año, en el que ingresaron 191 aspirantes a oficiales de los cuales 31 eran mujeres, Noelia Jarques fue la primera en llevar la insignia nacional.

Las siete mujeres cuentan ese pequeño logro como una gran victoria ya que todas son de la generación que ni siquiera se imaginaba el avance. “Cuando ingresé yo, si bien esto era lo que había, uno sí proyectaba y se decía: ‘Pero tenemos que llegar, ¿por qué no? Yo, internamente, siempre me decía que en algún momento teníamos que poder”, cuenta Manzolido.

Para Puccia, algo fundamental en estos años fue poder demostrar con trabajo: “Tuve compañeros que conmigo se sorprendían porque yo cumplía el mismo horario, hacía la misma actividad y me organizaba con mis temas familiares”.

“Hoy la capacitación es igual para hombres y mujeres. Es la misma carrera así que es injusto no poder acceder. Además, hoy, si una chica queda embarazada durante la formación, en vez de expulsarla, se le da el tiempo para que una vez que pueda, vuelva a continuar sus estudios”, insiste Moracci.

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El trabajo de estas mujeres es lunes a lunes. Fuera de horario deben estar atentas al teléfono por si llega la noticia de un conflicto entre internos, por ejemplo. Al escucharlas, también –al menos en lo discursivo– se observa un tono diferente del construido alrededor del estereotipo de los guardiacárceles: “La misión del Servicio es humanístico y social. Esa es la diferencia que tenemos con la policía. Trabajamos con personas que están privadas de libertad y las tenemos que cuidar, las tenemos que asistir y las tenemos que tratar para que se puedan insertar nuevamente en la sociedad, para que este período que pasan no sea un tiempo perdido”, marca una y otra vez Moracci.

Sus compañeras le siguen el argumento y reniegan de la idea que se muestra en la serie “El marginal”, por ejemplo, acerca de cómo es el día a día en una cárcel. “Todo lo que muestra ese programa alguna vez pasó en una cárcel. Pero contado así, con un hecho detrás del otro en una misma historia, le da una dimensión que no es tal”, agregan.

Frustraciones. Para estas siete mujeres ver asesinos o violadores cara a cara, estar en contacto con las armas o caminar por pabellones atestados de personas y llenos de humedad, es moneda corriente. Quizás por eso o por su propia condición de mujer, cuando se les pregunta qué es lo que más las frustra de su trabajo, surge una respuesta impensada para quien está fuera del mundo de la fuerza: los traslados.

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“Ya no es nuestro caso porque nos estamos retirando. Pero estar expectantes preguntándonos cuál será nuestro próximo destino es un desgaste de energía. Te estabilizás, estás en un destino, tu hijo va a la escuela y el día de mañana llega un traslado y es un volver a empezar. Te sirve para progresar, pero agita toda tu vida”, cuenta Casado y agrega que jamás, en todos los años de su carrera, vio que “a una jefa penitenciaria su marido la haya acompañado. La mujer siempre va sola”. “Como madre yo pensaría en el mal que le haría a mi hijo llevándolo a otro lugar con los 14 años que tiene. Yo lo llevaría sólo si es chiquito. No hoy”, agrega.

Es el caso de Puccia, oriunda de Olavarría, quien se instaló en La Plata y viaja cada vez que puede a visitar a su hijo, al que no quiso modificar su vida, entorno, colegio y amigos en pos de su ascenso. Esa actitud que antes prácticamente no se veía dentro del servicio también está siendo acompañada por un cambio en los varones: “Ahora ellos también tratan de no mover tanto a la familia. Hace algunos años, había un traslado para un jefe y atrás iba toda la familia”.

Ninguna considera que instalarse en otro lugar sin pareja sea un sacrificio y se hacen chistes para explicarse a sí mismas: “Lo que pasa es que la mujer puede estar sola y el hombre no” (risas).

Bravas pero no violentas, madres amorosas pero no abnegadas, orgullosas del lugar que ocupan pero conscientes de que lo tienen que defender, todavía, con uñas y dientes. Disfrutan de dar entrevistas para mostrar su trabajo y esperan poder cambiar la imagen de los guardiacárceles.

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