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SOCIEDAD | 04-08-2022 14:10

Evita, la revolucionaria que no quería ser santa

Entre el mito que la sublima y la historia real de sus confrontaciones, las lecturas de Evita se multiplican. ¿Cómo influye su impronta en la política hoy? ¿Por qué es un símbolo cultural?

Por un lado está María Eva Duarte, una chica de origen humilde que nació en Los Toldos, en Buenos Aires, cuando el siglo XX era todavía joven. También está Eva, que a diferencia de la primera fue una líder de masas, con la clarividencia que tienen las grandes heroínas populares y que junto a su esposo cambió para siempre la historia de este país. Y después está Santa Evita, el mito, la leyenda de muerte y resurrección que pesa sobre el presente y el futuro de Argentina y que inspira a miles de ciudadanos a seguir sus pasos y meterse en la política para cambiar las cosas. Pero, como casi todo en la vida, hay tantos hechos como interpretaciones y la realidad termina de definirse según la lupa con la que se la mire. Entonces, ¿cuál de todas estas es Eva Perón? ¿Una, todas o ninguna?

70 años sin Eva Perón

De entrada, hay algo que es seguro. A setenta años de su muerte, Eva Perón sigue viva. Y no sólo en la flamante serie que estrenó Star+ y que promete ser furor o en los bares que llevan su nombre y abren por todo el país o en las remeras con la impronta de su rodete o en los tatuajes de miles de jóvenes, también sigue ocupando un lugar central en el terreno de la disputa histórica y política.

Como los rompecabezas que comercializa el Museo que lleva su nombre y que en este aniversario se vendieron como pan caliente, hay una Evita para armar según la necesidad de cada cual. Y ella, con la mística de haber salido de lo más profundo del barro para llegar hasta lo más alto, conmover a una sociedad y morir tan joven, cumple con cada uno de los requisitos que necesita cualquier persona para convertirse en una leyenda.

Por eso, como sucede con todos los grandes hechos y personajes del pasado, hay una Evita que se puede usar y moldear para defender las posiciones del presente. En especial dentro del Frente de Todos, el espacio que la reivindica y que, en los distintos actos que organizó para homenajearla a 70 años de su muerte, demostró que ni siquiera para una fecha tan especial se puede poner de acuerdo.

“Evita también luchó contra los que especulan”, lanzó Alberto Fernández en el día del homenaje, usando a la figura histórica para asociarla con el -efímero- intento presidencial de hacer quedar al campo como uno de los responsables de la crisis económica. “Si Evita los viera, ¡mamita!”, tiró Cristina Kirchner en un acto a fines de junio, usando a la esposa de Perón para profundizar su histórica tirria contra los dirigentes sociales. “Si Evita nos viera estaría orgullosa”, le devolvió el movimiento que lleva su nombre y que conduce Emilio Pérsico, utilizando esta vez a la nacida en Los Toldos para certificar la validez de las posturas que defienden. “En el día de Evita nos humillan”, fue la frase que usó Juan Grabois, para quejarse de la decisión del Gobierno de establecer un dólar soja. Milagro Sala se apropió de Evita para asegurar que si ella hubiese vivido “no hubiera dejado que le pase” la detención en la que la jujeña se encuentra y que considera injusta. Y así siguen las firmas.

Todos la usan, la tironean de acá para allá, como sucedió durante años con su cadáver. Se hacen contorsiones para adaptar a la Evita real a la que cada uno necesita que sea. En el medio hay una historia y una vida a la que mayoría elige no mirar o investigar. Se sabe, el póster es mucho más fácil de colgar en la pared.

Si Evita viviera

El verbo en condicional es el que más se usa alrededor de la esposa de Perón. Si viviera y los viera, si viviera sería, si viviera tal cosa, si viviera la otra. Si viviera sería montonera, era un slogan famoso que usaba esa organización para asegurar -como aseguraban y aseguran todos- que la santa fallecida a los 33 años hubiese estado de su lado. ¿Hubiese estado?

Es que hasta en su propia biografía hay baches, misterios, zonas grises, verdades que parecen mentiras y mentiras que se quieren creer. Que sea “Santa Evita”, la novela de Tomás Eloy Martínez en la que se cruzan todo el tiempo lo real y lo inventado, lo más emblemático que se haya escrito sobre ella no es para nada casualidad. “Mi viejo se mataba de risa cuando encontraba alguna frase que había creado él para el libro en un documental sobre Evita, o en algún libro supuestamente intelectual”, dice Ezequiel Martínez, su hijo, director general de la Fundación El Libro.

Lo que sí se puede dar por hecho, sin embargo, es una biografía que puede ser el guión de una serie y también mucho más.

Eva nació en 1919, en el seno de una familia humilde y se quedó sin su padre a una edad muy temprana. Cuando llegó a Buenos Aires era una preadolescente que quería probar suerte como actriz y que no tenía en su bolsillo nada más que su voluntad. Como en una película, un hecho fortuito de la naturaleza la llevó un día al Luna Park: en ese festival que se organizó para recaudar fondos para las víctimas de un terremoto en San Juan conoció a Juan Domingo Perón. Y el resto es historia: una Plaza de Mayo que gritaba pidiendo la liberación y el regreso del General, la victoria del flamante líder de masas en las urnas y la entronización de ella como primera dama, un trabajo arduo para llegar y ayudar a los más necesitados, una frase para la historia -“donde hay una necesidad nace un derecho”- que nunca dijo, una gira mítica por Europa, el romance entre una parte grande de la sociedad y ella, una vicepresidencia que duró poco y un cáncer que duró menos pero que así y todo se la llevó.

También un giro, poco explorado, olvidado casi con intención, como si fuera un pecado o como si diera culpa: la disidencia intelectual que empezó a gestarse y fue interrumpida por su súbita muerta a los 33 años, entre ella y su marido. El ideario en el que se basó, veinte años después, el mito de “Evita Montonera”: el plan que pergeñó -luego del primer intento de golpe de Estado- en 1951 para traer 6500 armas desde Holanda para armar a la CGT, una maniobra que el núcleo más conservador del peronismo terminó desactivando cuando los pertrechos ya estaban en el país y que finalmente terminaron en el arsenal del ejército de Campo de Mayo. Esta historia, apenas una anécdota dentro de la carrera de Eva Perón, marcaba sin embargo lo que podría ser un punto de inflexión, una profunda distancia entre lo que una quería que fuera el futuro del movimiento -las bases armadas y activas- y las ideas del otro, más cercanas al status quo capitalista. Pero el episodio quedó en el olvido y luego se lo tragó el mito de Evita.

Sin embargo, todavía hay mucho por explorar de esa corta vida. “No se le da bola a la Evita cuerpo, no hay fotos de momentos de cambios, dolor y placer. Eva es mucha pasión pero ha sido poco cuerpo, es hora de que a esta gente se le empiece a prestar atención al cuerpo”, propone el dibujante y caricaturista Miguel Rep, que publicó el libro “Evita, nacida para molestar”, en el que la aborda desde esta óptica, bien viva.

Pero Eva Perón logró mantenerse viva a lo largo de siete décadas en la memoria colectiva, a pesar de que su tiempo en la primera línea de la política duró nada más que siete años. Su figura y las interpretaciones acerca de su leyenda duran hasta hoy.

Futuro en disputa

Pero con Evita siempre hubo una grieta. Existió cuando ella estaba viva, cuando era primera dama, y una parte de la sociedad la miraba con odio. Ahí, otra vez, el mito, la aparición de escenas que parecen de la ficción, de una película, como las paredes pintadas con los aplausos al cáncer que se la comió.

Pasaron setenta años pero la división todavía vive. No sólo entre los que rescatan su figura e intentan imitarla -como Cristina Kirchner, que aunque aclara que jamás la leyó, a veces parece imitarla en su retórica y oralidad- o los que la siguen resistiendo, sino también entre los que estudian su legado.

Marysa Navarro es una historiadora española, especializada en los estudios de género, que siguió la leyenda y escribió una de sus biografías más famosas, “Evita” (Edhasa). “Eva es una mitología que tiene una vitalidad exhuberante, expresada en una gran variedad de géneros y una fuerza extraordinaria a pesar del tiempo transcurrido y de las adiciones que ha adquirido. Continúa viva hoy, a pesar de que muchos de los elementos que componen el mito sean probadamente falsos. Como lo demuestran sobretodo las novelas, los cuentos, los musicales, las obras de teatro, los programas de televisión, los documentales o las películas que se han hecho sobre Evita en las últimas décadas del siglo veinte, su mitología es más poderosa que los hechos a los que supuestamente se refieren”, sostiene.

Beatriz Sarlo, periodista y escritora, es también una de las investigadoras que fue más a fondo en el análisis de los diversos roles e imágenes de la primera dama del peronismo. Sarlo, justamente, propone una mirada alternativa a las habituales en la interpretación de la simbología de Eva. “El mito evitista hoy parece desactivado. En el sentido en que Georges Sorel (N. de R.: filósofo francés que ha desarrollado la idea del mito como instrumento transformador) se refiere al mito, como impulso de acción política, como condensación de lo que debe realizarse, como síntesis de voluntades y no como expresión de un estado de las cosas. Evita fue un mito y ya no lo es. Su potencial para la acción se ha desvanecido; el nombre de Evita conserva sólo un poder residual en el rito o en la fuerza ilusoria atribuida por quienes lo emplean para recordarle al actual peronismo cuáles son las tareas inconclusas. El nombre de Evita conserva sólo un poder residual”, sostiene Sarlo, que ahora vuelve a publicar, con la Editorial Siglo XXI, su clásico “La pasión y la excepción”, donde dedica un largo estudio a la imagen y el cuerpo de Eva Duarte.

Estas son apenas un reflejo de las posturas que han debatido con Evita viva y que lo siguen haciendo ahora, setenta años después. ¿Por qué, entonces, ella se empeña en seguir vigente? ¿Por qué los libros, los tatuajes, los bares, las remeras, las series, las leyendas, las historias orales que circulan de boca en boca y que cuentan que una vez, siete décadas atrás, el abuelo o la abuela se la cruzaron en un acto? Son preguntas de difícil respuesta, incógnitas que atravesaron la última mitad del siglo XX y que continúan hasta hoy.

Muchos años después, cuando se cumplan 100 años o más de la muerte de María Eva Duarte, de la niña de Los Toldos y de la esposa de Juan Perón, de la abanderada de los descamisados y la protagonista de novelas y películas, tal vez estos mismos interrogantes sigan presentes, para quienes miren el pasado tratando de entender su presente. 

Santa Evita

Basada en uno de los grandes textos de la literatura argentina, “Santa Evita”, la serie que acaba de estrenarse en la plataforma de streaming Star+ con gran despliegue publicitario, corre el riesgo de defraudar a los lectores de una novela admirada por escritores y periodistas. Escrita por Tomás Eloy Martínez, quien había investigado a fondo el peronismo y ya había escrito “La novela de Perón”, fue publicada en 1995 y muy pronto se transformó en uno de los libros de ficción argentinos más vendidos y traducidos.

Salma Hayek Pinault y José Tamez estuvieron a cargo de la producción de la serie y Rodrigo García (hijo del escritor Gabriel García Márquez) y Alejandro Maci, de la dirección. El elenco está encabezado por Natalia Oreiro y Ernesto Alterio.

Ezequiel Martínez, hijo del escritor y también periodista (actual director de la Feria del Libro), cuenta que su padre, radicado en los Estados Unidos mientras escribía “Santa Evita”, solía pedirle buscar material para su libro en los archivos de Clarín. “Para mí era también una lección de periodismo, porque me indicaba cómo encontrar la información que necesitaba”, cuenta Martínez, que en esos tiempos hacía muy poco que trabajaba para el diario.

“Algunos de los protagonistas de la historia del cadáver de Eva, le facilitaron a mi padre la documentación y le contaron la verdad -explica Martínez-. Pero en el texto final, hay cosas reales que no están y en cambio, hay datos y situaciones ficticias”. Por ejemplo, no es verdad que hubiera copias del cadáver realizadas por el embalsamador, doctor Pedro Ara. Pero este dato falso servía para acentuar la loca historia “real” del derrotero del cadáver.

Tampoco fue real el dato de que Evita le dijera a Perón: “Coronel, gracias por existir”, cuando lo conoció, aunque muchos hoy citan la frase como si la hubiera pronunciado. “A mi padre le divertía mucho que se tomaran como reales cosas inventadas. Pero también le gustaba la idea de no contar todo lo que era ficcional en sus libros. Si no desaparecía parte del encanto de la lectura de la novela”.

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Juan Luis González

Juan Luis González

Periodista de política.

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