La Argentina pasó de ser un país pujante y exportador de conocimiento, materias primas y energía a un país que solo se dedicó a fabricar pobreza. El último dato relevado por el INDEC de 38,9% es absolutamente ficticio y en los próximos 12 meses veremos como la pobreza superará el 50%, convirtiendo a nuestro país en uno de los de menores ingresos per cápita y mayor pobreza de toda América latina.
Muchos nos preguntamos qué pudo haber salido mal. Cómo pudo ser que nuestro país terminó en este agujero negro sin salida. La realidad es que este status quo en materia de política económica no funcionó y lo único que si creció fue la pobreza, la indigencia y la ignorancia. Probablemente, parte del sistema político avale este formato que empobrece sistemáticamente a la sociedad y permite la gobernanza a partir de la parsimonia civil.
Sin embargo, viene emergiendo hace ya algún tiempo atrás un grito desesperado por salir de este status quo. Ese grito se observa en las calles, en las mesas y en las charlas de café. “Queremos algo distinto”, “Queremos vivir en paz y con estabilidad”, “Queremos un futuro económico para nuestros hijos”. Estos mensajes simplifican una necesidad imperiosa de las clases medias y bajas argentinas por un cambio drástico de la política económica.
La dolarización, que supo ser un tema tabú desde la salida de la convertibilidad, ha emergido en todos los estratos sociales. Ya no solo se escucha a las clases acomodadas hablar de dólares o dolarización de sus ahorros, sino que todo aquel que tiene alguna capacidad de ahorro decide dolarizar su esfuerzo mensual. Para aquellos que no tienen esa capacidad, la inflación se los devoró. La suba sistemática de precios de los alimentos navegando al 10% mensual terminó de sepultar la esperanza de que con estas medidas económicas se podía vivir mejor.
Frente a ese desconcierto y enojo, la sociedad va en búsqueda de cambios muy profundos económicos. En ese camino, la dolarización ha cobrado un rol protagónico. Ese rol crece sistemáticamente porque en la Argentina no se ha generado empleo en el sector privado en los últimos 10 años. Tampoco se ha resuelto la inflación y se ha profundizado pérdida sistemática de poder adquisitivo. A ello se suma el déficit habitacional para miles de personas que viven en condiciones de precariedad extrema.
A todas esas necesidades que se reclaman, la dolarización puede resultar ser el puntapié inicial para cambiar esa realidad. Ya se ha hecho mención en reiteradas oportunidades que un plan de dolarización o convertibilidad serían los más eficaces en bajar rápidamente la inflación en un lapso de dos años. Si a eso sumamos que frente a un país sin credibilidad y sin inversión, dolarizar puede aportar esa cuota de confianza para que el sector privado pueda, en parte, comenzar a invertir esos dólares en la economía real. Esto ayudaría finalmente a generar nuevos empleos y no solo la generación de puestos en el sector público. Finalmente, la única manera de atacar de fondo el problema habitacional, es teniendo crédito de largo plazo que permita a los desarrolladores apostar a proyectos para un sector que nunca se ha priorizado: los sectores medios y bajos. La dolarización sería el camino óptimo para construir los mercados de capitales necesarios para poder dotar al sector privado de crédito de largo plazo.
Por todas las razones enunciadas anteriormente, frente a una Argentina que se consume en sus recetas económicas históricas, la dolarización viene a romper ese status quo y permite proyectar finalmente un programa económico enfocado en aquellos más necesitados.
*Alfredo Romano es autor del libro Dolarizar y presidente de la consultora económica Romano Group.
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por Alfredo Romano*
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