Thursday 19 de September, 2024

OPINIóN | Ayer 13:01

La política argentina y la parrilla: toda la carne al asador

La política conoce las dimensiones sociales de nuestro plato insignia y las explota. Esta relación entre el asado y el know how de la política parece haber sido descubierto recientemente por Milei.

Comer, como indica la antropóloga argentina Patricia Aguirre, es un hecho social total. A través de la comida y de la cocina las personas ponemos en escena un conjunto de movimientos de producción y consumo, tanto material como simbólico. Ya que, de manera consciente o inconsciente, al comer, más allá de sacarse el hambre, producimos y reproducimos vínculos. Aprendemos normas, apropiamos gustos y nos reafirmamos como miembros y herederos de una comunidad. En Argentina y para los argentinos, sin lugar a dudas, la comida que más expresa esta cualidad es el asado.

Esta preparación no es sólo nuestra comida arquetípica. Si no que a través del asado, del hacer asado, del juntarse a comer asado, reproducimos prácticas (aplaudir al asador, no opinarle sobre la cocción), jerarquías, transmitimos valores y solemos utilizarlo como vehículo privilegiado para reforzar nuestra pertenencia a un grupo de trabajo, de amigos, a una familia o a un club de fútbol. Por supuesto, la política conoce y activa estas dimensiones de nuestro plato insignia y las explota tanto hacia adentro como hacia afuera.

Es conocida y reivindicada la relación del peronismo y los choripanes, infaltables en cualquier unidad básica o marcha sindical. También lo son las fotos de Perón parrilleando o de Rucci y Lorenzo Miguel convidando asado a Mohammed Ali en una sede de la UOM. Pero no es exclusivo del justicialismo. Se puede encontrar en cualquier comité radical (de los que quedan) o movilización de la izquierda. Incluso, como relevó Gabriel Vommaro en su excelente libro “La larga marcha de cambiemos”, los orígenes del PRO estuvieron signados por asados en la casa de Esteban Bullrich y Guillermo Dietrich, donde estos tenían que convencer a jóvenes empresarios de “dar el salto” a la política.

Es que en los asados se “rosquea”, se reparten cargos, se transmite información sensible y se arman y desarman internas a partir de que los participantes se relajan y construyen comunidad. Por eso también las parrillas y fogones son fundamentales para tramar vínculos intrapartidarios. Se sabe que los diputados frecuentemente se juntan a comer asado. Como se demostró en el recordado cruce entre Juan Cabandié y Nicolás Massot cuando el primero, en plena sesión de la cámara baja, le recordó al segundo que en un asado en su casa le preguntó dónde había nacido, para remarcar la ignorancia de Massot ante el terrorismo de Estado.

Esta relación entre el asado y el know how de la política argentina, aunque relativamente obvio, parece haber sido descubierto recientemente por el presidente Javier Milei.

El libertario, en sus inicios mediáticos se ufanó de no comer, de despreciar la comida. En 2022 incluso llegó a decir: “Para mí, la comida es una cuestión meramente fisiológica. Es una forma de meterle combustible al cuerpo. (…) Si me preguntás por un plato favorito, te digo que no sé. Me da lo mismo”. Y agregó: “Si vos me dieras una forma de alimentarme vía pastillas sin tener que estar comiendo, me mando las pastillas”.

Aquel Milei, quizás sin saberlo, se hacía eco de las palabras del autor fascista Filippo Tommaso Marinetti, quién proclamaba que la comida debía ser preparada por químicos y no por “torpes cocineros o amas de casa ignorantes”, que era necesario llevar la disciplina de las trincheras a la mesa y abandonar las mesas largas, la cantarola y el vino, para comer del modo más rápido y funcional posible. En esta visión, Marinetti incluso llegó a proponer, en su “Manifiesto de la Cocina Futurista de 1930”, prohibir la pasta, ya que la consideraba una “absurda religión gastronómica italiana que vuelve al hombre pesado, torpe, escéptico, cansino, pesimista”.

Este desprecio a la comida, al ocio y los cuerpos pensados como improductivos, hace sentido con la metáfora (neo)liberal de “cut the fat” (“cortar la grasa”). Una persona (sobre todo un trabajador) que dedica tiempo a comer no lo dedica a producir y, lo que desde esta perspectiva es peor, engorda y se vuelve menos productivo hacia el futuro. Por eso la grasa se ve como algo que sobra, porque perjudica la ganancia por venir (del capitalista).

Pero Milei, al menos en la práctica, abandonó esas ideas (como tantas otras). Comenzó a reunirse con quienes si pueden tener tiempo para el ocio, como el ex presidente Mauricio Macri, y descubrió que las milanesas eran mejor convite que los twits. Que podía hacerse un lugar en su ocupada agenda de hedonismo cibernético para compartir un almuerzo, si al finalizar el invitado terminaba por acompañaba una ley.

El Presidente descubrió las virtudes gastronómicas que los políticos avezados manejas a pies puntilla y hoy lo celebra entre diputados con los que ha cocinado relaciones y favores. Comerá asado con sus héroes sin capa y sin heroísmo, tal vez sin advertir que afuera retumban ollas vacías de jubilados a los que les negaron el equivalente a tres kilos de picada.

 

*Juan Francisco Olsen es antropólogo.

 

 

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por Juan Francisco Olsen

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