El PRO nació como un partido fuertemente centrado en la figura de Mauricio Macri, su líder y fundador. Tras la derrota electoral de 2019, por primera vez en su historia se encuentra en una situación de competencia por el poder interno.
Sin mecanismos formales sólidos para dirimir sus internas, el PRO requiere de la buena voluntad de sus dirigentes para llegar a acuerdos. Macri ya no es el líder indiscutido y sus desafiantes no terminan de sacarse ventajas definitivas.
Horacio Rodríguez Larreta tiene en la actualidad más recursos que ningún otro líder del PRO: controla el gobierno de la ciudad de Buenos Aires, principal bastión electoral, desde donde logró construir una sólida red de apoyos a sus aspiraciones presidenciales.
Patricia Bullrich, la desafiante, no tiene ni los recursos financieros ni el aparato con que cuenta Larreta, pero supo transformar un puesto formal que nadie quería -la presidencia del partido- en un lugar de poder desde el que hilvanó adhesiones en el interior del país y desde donde sintonizó con el (cada vez más polarizado) núcleo duro del electorado PRO.
La estrategia de moderación de Rodríguez Larreta corresponde a un país extinguido. El mismo en el que se abrió paso Alberto Fernández en 2019. Ese país esperanzado por salir de la crisis iniciada en 2018 y por evitar una agudización de la polarización política fue devorado por la pandemia y por la prolongación de la crisis social y económica, pero también por la fuerza que adquirió en los núcleos duros de las dos coaliciones en competencia una cierta interpretación de sus fracasos: para gobernar, en lugar de moderación, hace falta más radicalización.
Consciente del desajuste entre la idea que lo trajo hasta aquí y la realidad que lo abruma, Larreta busca dar golpes en la mesa para que lo escuchen y, eventualmente, para que lo elijan: habla contra el lenguaje inclusivo, contra los planes sociales, sobreactúa la represión policial de las movilizaciones sociales, más aún cuando son protagonizadas por el kirchnerismo.
Pero cada vez que da un paso en ese sentido Bullrich le dobla la apuesta. Y entonces Larreta vuelve a su estrategia de moderación, y con ella a esa posición incómoda de buen candidato para la suegra -los dirigentes de su partido, el establishment- pero poco atractivo para el mercado amoroso-electoral. Es probable que en esas idas y vueltas se consuma buena parte del ejercicio táctico opositor, en un año pre-electoral que poco tiene de apacible.
* Profesor de Sociología Política en la EIDAES-UNSAM, investigador del CONICET. Sus últimos libros son La larga marcha de Cambiemos (2017) y Diminished Parties. Democratic Representation in Contemporary Latin America (2021, co-editor).
por Gabriel Vommaro
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