Wednesday 8 de May, 2024

POLíTICA | 14-12-2023 13:42

Desesperada esperanza

Curiosamente, de la palabra “esperanza” derivan tanto “prosperidad” como “desesperar”. Ambos términos cobran un renovado sentido: los argentinos confiamos en un futuro durante el cual gocemos de la prosperidad que nos permita cumplir con nuestros planes de vida.

“Viva la libertad, carajo”. Cuando escuchamos ese mantra que, a modo de promesa redentora, congrega a los nuevos fieles, somos bendecidos por cierta dosis de ese elixir llamado “esperanza”. Sin embargo, ambos conceptos son significantes vacíos porque no les corresponden significado específico alguno, porque uno era el concepto de libertad que se reclamaba en el Himno Nacional a la colonia española hace doscientos años atrás y otro muy distinto el vitoreado hoy. Y cada uno cifra su esperanza según su propia y personalísima historia.

El pensador británico nacido a comienzos del siglo XX Isaiah Berlin sostenía que aquello que vuelve “humana” a la vida de los individuos se encuentra en la facultad de elegir la propia noción de vida buena, a la libertad de vivir autónomamente según nuestros principios personalmente elegidos. En especial, lo que define la libertad no es elegir el bien o la verdad, sino el acto mismo de elegir. Y distinguía la libertad positiva -la posibilidad para desarrollar los propios proyectos de vida- de la libertad negativa, la cual consiste en que nadie interfiera en mis acciones. Y agregaba lo siguiente: "En este sentido, la libertad política es, simplemente, el ámbito en que un ser humano puede actuar sin ser obstaculizado por otros”.

Demográficamente, la Argentina está muy distante de los jóvenes que crecieron en el 2001 y, con más razón, de la creación de los supuestos ideales que sostuvieron al movimiento que persistió a lo largo de las dos últimas décadas: no quieren ni pobrismo, ni planes, ni dependencia de un Estado omnipresente. Reclaman una libertad que les permita realizarse sin los obstáculos y sin el paternalismo de esa gran maquinaria estatal que, en un mismo gesto, los protegía a costa de impedir su crecimiento.   

Pero además del mantra redentor pronunciado por los jóvenes insuflados por la fe del carbonero, descubrimos una segunda expresión que circula por lo alto y por lo bajo sin distinción de edades por la mayoría eleccionaria. Se trata de la “esperanza”, una emoción primaria definida por la Real Academia Española como aquel “estado del ánimo en el cual se nos presenta como posible lo que deseamos”. Pero como se trata de una posibilidad entre otras tantas, a menudo le sigue la incertidumbre. Curiosamente, de la palabra “esperanza” derivan tanto “prosperidad” como “desesperar”. Ambos términos cobran un renovado sentido: los argentinos confiamos en un futuro durante el cual gocemos de la prosperidad que nos permita cumplir con nuestros planes de vida. Pero no alcanza con tomar medidas liberadoras de la economía. Si perseguimos una prosperidad que nos permita gozar de una vida buena, debemos colaborar cada uno desde su lugar, a sabiendas de que un país se reconstruye con un trabajo paciente, poniendo el hombro. Donde cada uno vele por el bienestar general. De no ser así, si persistimos en el “sálvese quien pueda”, estaremos condenados, una vez más, a la desesperación.

(*) Doctora en Filosofía. Ensayista.

por Diana Cohen Agrest (*)

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