A esta altura, Javier Milei parece una groupie de Donald Trump. Lo sigue a todos lados, busca ganarse su atención, sacarse fotos con él, convertirse en aliado además de fan. Lo hizo desde el día uno, desde antes de asumir el poder, cuando viajó a Estados Unidos como presidente electo y movió cielo y tierra para reunirse con él y no, como dictan las normas, con su entonces colega Joseph Biden, que estaba al frente de la Casa Blanca. Aunque ese encuentro incial no prosperó -se hubiera tratado de un escándalo diplomático-, lo cierto es que, desde entonces, Milei y Trump sumaron encuentros y selfies y además llegaron un acuerdo que es clave para la Argentina en las últimas semanas: una ayuda financiera de 20 mil millones de dólares del Tesoro norteamericano, además de la intervención de esa institución en el mercado cambiario argentino, comprando pesos para evitar una corrida del billete verde.
Este martes 14, en Washington, la nueva foto de Trump y Milei reedita las relaciones carnales de Menem y Guido Di Tella con George Bush padre en los años 90, y vuelve a llevarle calma a los mercados después de varias jornadas de susto. Pero la realidad es que, aparte de cierta pax cambiaria, esa selfie apenas logra mitigar el malhumor social que hace semanas nomás desembocó en la catástrofe electoral que hundió al Gobierno en las elecciones de la Provincia, donde estuvo 14 puntos abajo del peronismo. Es decir, la foto lleva calma, pero no se traduce en votos: apenas sirve para que los libertarios lleguen sin mayores sobresaltos al 26 de octubre. Pero, ¿y después qué?
Algunas encuestas que en privado maneja el oficialismo espantan a Milei y su mesa chica. Por ejemplo, la que habla de una diferencia incluso mayor que antes, de unos 20 puntos, en territorio bonaerense. Si se diera ese escenario, el lunes 27 sería lo más parecido a una pesadilla por la previsible reacción de los mercados. ¿Cómo harían para contener al dólar con ese resultado, máxime cuando el propio Fondo Monetario sotto voce reclama una devaluación o “corrección” cambiaria? ¿Y cómo evitaría el Gobierno que una corrida -o, en el mejor de los casos, un ajuste ordenado- repercutiera en los precios? Porque una suba del dólar -lo que inevitablemente espera el establishment- obligaría al Gobierno a entregar la única bandera que aún mantiene el alto, la del combate contra la inflación. Y eso es algo que huele a temprano despoder y a gobernabilidad comprometida, por más selfies que Milei consiga con el tío Donald.
Porque fotos no son lo mismo que votos.














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