Mauricio Macri pone como ejemplo la reconversión productiva de Australia. Lo repite su ministro de Producción y amigo personal, Francisco Cabrera. También su secretario de Transformación Productiva, Lucio Castro. El país oceánico, de 23 millones de habitantes, 20 millones menos que la Argentina, redujo la importancia de la industria en su economía del 30% en los años 60 al 6,2% actual, por debajo del 8,7% minero. Ha apostado a la exportación de energía, metales y alimentos y es el segundo país con mayor índice de desarrollo humano, según la ONU. Pero en la Unión Industrial Argentina (UIA), que este 21 y 22 de noviembre organiza su conferencia anual, en plena caída productiva, critican ese ejemplo y no por nada su ex director ejecutivo y actual secretario de Industria, Martín Etchegoyen, pregona otro modelo de cambio, el del País Vasco. No es que rechace el australiano, lo elogia en las reuniones con los empresarios manufactureros, pero también le tiran sus orígenes familiares y laborales. En las conferencias de la UIA más de una vez han puesto a Euskadi como ideal.
Si fuese un país independiente, como quieren muchos vascos, serían el cuarto en el índice de desarrollo humano. Claro que tiene sólo 2 millones de habitantes. También redujo su industria, pero desde el 43,4% del PBI en 1980 al actual 23,9%, nivel que aún se mantiene por encima del que este sector supone para toda España (15,9%) y la Unión Europea (19%). El desempleo, drama que afecta al 20% de los españoles, alcanza al 12% en Euskadi, la cuarta comunidad autónoma del país con menor tasa, pese a que aún es alta.
Los industriales argentinos que critican el modelo australiano alegan que el oceánico es un país con menos población y que, por tanto, no precisa del sector manufacturero para dar empleo a tantos. Si se consideran los países que tienen similar población a la de la Argentina, con hasta 5 millones más o menos de habitantes, solo hay uno que presentar un mayor desarrollo, en términos de renta per cápita: España. Tanto este país europeo como Australia encararon reformas para su apertura económica entre las décadas del 70 y 90.
El Gobierno de Canberra redujo en forma gradual los aranceles a la importación, a diferencia de la rebaja del 35% al 0% que el de Macri adoptará en marzo próximo para las computadoras. Australia también repartió subsidios a la exportación, inversión e investigación y desarrollo (I+D) de las industrias necesitadas de reconversión, según el ex presidente de la Comisión Productiva de ese país Gary Banks. El Estado australiano también desembolsó dinero para capacitación y asistencia de los trabajadores despedidos, algo similar a los que funcionarios del Ministerio de Producción dijeron que harían con los 5.000 eventuales despedidos de las ensambladoras argentinas de notebooks, netbooks y tablets.
El Gobierno de Vitoria, en cambio, optó por otro camino. En los 80 la industria vasca, basada sobre todo en la siderurgia, entró en crisis. El desempleo llegó al 25% y la inversión en I+D, clave para el desarrollo de los países, era del 0,06% del PBI, muy por debajo del 0,65% actual de la Argentina. Bilbao antes era identificada como la ciudad del acero y ahora, por el Museo Guggenheim. En 1985, el País Vasco comenzó el proceso de reconversión industrial, con incentivos fiscales a la inversión y la innovación que incluso desafiaron las restricciones que imponía la Unión Europea en su plan liberalizador.
Cooperación. Siete años después empezó la política de clusters, o conglomerados, que buscó mejorar la competitividad de los sectores manufactureros a través de la cooperación, según explica el propio Gobierno vasco. La idea era “crear masa crítica y enfocarse en los retos estratégicos que no pueden abordarse en solitario: estrategia, internacionalización, tecnología, innovación y sostenibilidad”, según el manual de Euskadi que leen en el Gobierno de Macri. La guía destaca el “compromiso firme y estable” del Gobierno vasco, más allá de que la región fuera gobernada por nacionalistas (centro-derecha) o socialistas. El Gobierno autónomo reparte fondos para internacionalización e I+D y aporta el 20% del presupuesto de cada cluster.
Euskadi identificó 11 conglomerados prioritarios: electrodomésticos, máquinaria, automotriz, electrónica y tecnología de la información, puerto, industrias del medio ambiente, energía, aeronáutica y tecnología espacial, industria marítima, papel y sector audiovisual. Además hay 13 pre-clusters: fundición de metales, forja por estampación, madera, alimentos, biociencias, herramientas, productos e instalaciones de acero, construcción, logística, lengua vasca y materiales y servicios ferroviarios.
Para 2007, el desempleo había bajado al 3,1% en el País Vasco y la inversión en I+D llegaba al 1,65% del PBI, el triple que en la Argentina. Después sobrevendría la última crisis española y una nueva etapa de reindustrialización y diversificación de la oferta productiva de Euskadi, que, según el consultor Joseba Jauregizar, de la firma Tecnalia, ahora debe planificar la industria 4.0 de 2020. La receta consistió en impulso a las universidades y la formación, la creación de empresas, el capital de riesgo, la industria y los parques tecnológicos, científicos y urbanos.
"Las mismas respuestas no valen para todos los países", advierte Jauregizar. El debate sobre el modelo no es menor. Son tiempos en que en la Argentina algunos analistas advierten sobre lo caros que son los productos electrónicos y los electrodomésticos y los comparan con Chile. El nuestro es un país con libre comercio con el 10% del mundo. El vecino, concentrado en materias primas y con 17 millones de habitantes, con el 90%.
Alimentos caros. El problema de competitividad va más allá de las industrias consideradas menos competitivas. Según el portal de comparación de precios Numbeo, no sólo los jeans y las zapatillas cuestan más baratas en Chile, un 48% y 44% menos, respectivamente, o los autos, un 32%. También los alimentos, donde la Argentina es potencia, cuestan más: el pan chileno está 39% más económico; las manzanas, el 43%; el tomate, 34%; la leche, 6%, el arroz y la lechuga, 10%; el pollo, 12%; la cerveza, 23%, la gaseosa, 19% o una comida en McDonald's, 36%. El economista Damián Di Pace adjudica la brecha a la inflación, la presión tributaria, la logística, el costo laboral y la intermediación comercial y financiera. Todos estos temas sobrevolarán la conferencia de la UIA, en la que disertarán Macri, Cabrera y Etchegoyen.
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