Durante los ocho meses que lleva aislado y apuntado como el chofer de los cuadernos de las coimas K, Oscar Centeno hizo memoria. Desde el escondite que el programa de protección de testigos le asignó para resguardar su vida, recordó detalles de su relación “esclava” con Roberto Baratta, el segundo de Julio De Vido; los recorridos que tuvo que hacer para cumplir sus caprichos, las veces que le pidió plata prestada para arreglar el auto y las úlceras que le provocó el supuesto estrés que le generaba ser testigo de la recolección de bolsos cargados de billetes sucios. Recordó detalles de episodios ocurridos hace más de cuatro años, diseñó su propia estrategia de defensa y se sentó a escribirla con lujo de detalles.
Con una prolija letra manuscrita, Centeno volcó los nuevos recuerdos en diez carillas de uno de los cuadernillos que pidió a la Justicia en agosto pasado, cuando fue trasladado a una casa solo conocida por “Los Lobos”, el equipo de élite del Servicio Penitenciario Federal que lo cuida. Con esas cinco hojas abrochadas y enumeradas en el margen superior derecho, el lunes 15 de abril, el chofer que inició sin querer la explosiva causa de los cuadernos arribó custodiado a la oficina de su defensor oficial, Gustavo Kollmann, en el quinto piso de Comodoro Py. Y horas después, bajó hasta el cuarto, donde tiene su despacho el juez federal Claudio Bonadio.
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Era la segunda vez en que el procesado como integrante de una asociación ilícita supuestamente liderada por los Kirchner y De Vido se sentaba ante el magistrado y el fiscal Carlos Stornelli. Durante una hora y media, Centeno escuchó su propio descargo leído en voz alta, respondió las dudas que generó el relato en los funcionarios judiciales y apuntó a Néstor y Cristina. La mayor parte del tiempo habló de Baratta, su jefe, al que responsabilizó de todos sus males. Y con la esperanza de que la victimización le permita evitar el juicio oral, se volvió al escondite para seguir escribiendo.
Manuscrito. “Muchas veces quise renunciar al trabajo, lo escribí en los cuadernos el 28 de abril del 2010 y el 7 de septiembre del 2015, donde digo ‘yo me fui a casa muy caliente como siempre por sentirme impotente, que si los denuncio me quedo sin trabajo. Ya no aguanto más, no sé qué hacer, Dios me guíe’. Además, en esos tiempos pensaba que el ex presidente Néstor Carlos Kirchner estaba al frente de la organización y que la señora presidenta Cristina Elizabeth Fernández estaría también involucrada. Todavía yo no lo sabía con precisión y ahora la Justicia lo da por cierto”, le escribió Centeno a Bonadio en el nuevo escrito al que tuvo acceso NOTICIAS.
La memoria del ex sargento del Ejército no se reactivó sola. Entre las pocas pertenencias que se llevó a su reservado “exilio” están las fotocopias de los ocho cuadernos que escribió entre el 2005 y el 2015, y que terminó prendiendo fuego en la parrilla de su casa de Olivos cuando se enteró de que su amigo, el ex sargento de la Policía Federal Jorge Bacigalupo, entregó al diario La Nación el material.
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Con todo el tiempo del mundo para pensar en su defensa, Centeno recorrió las páginas de los anotadores en busca de datos que pudieran servir para afianzar su posición dentro del expediente: la del simple empleado que transportaba bolsos con miles de pesos y dólares sin quedarse con un solo billete y tomaba apuntes de lo que veía para resguardar su vida. “En ese entonces, hacer la denuncia además de perder mi trabajo era peligroso para mí y para mi familia. Además, quién me iba a creer”, le explicó un apichonado Centeno a Bonadio. Y recordó los “problemas de salud” que sufrió “a raíz de toda esta circunstancia: sufría pérdida de sangre intestinal que me provocaba anemia y concurría al hospital militar”.
“Soy un humilde trabajador”, escribió en otro tramo de su declaración el chofer de Baratta, quien también fue conductor, pero de taxis, antes de ingresar a trabajar a la administración K. Con el número dos del Ministerio de Planificación se conocieron durante un viaje asignado por la empresa Transcom para la que trabajaba Centeno, en el que tuvo que llevar al funcionario a visitar departamentos porteños.
La versión que el chofer dio en la Justicia indica que durante el recorrido Baratta le ofreció ser su chofer personal, lo citó al otro día a las 7.30 de la mañana en el Ministerio, le ofreció un sueldo en negro y le prometió hablar con su jefe para no ocasionarle problemas. “¿Sabés quién soy yo? El viceministro de Planificación”, le enrostró Baratta.
Desde entonces, según el chofer, fue como su esclavo. Le encomendaba tareas full time, exigía que no faltaran atados de cigarrillos ni caramelos en el auto y lo sometía a maltratos. Pero la relación desigual que plantea Centeno no siempre se sostenía: cuando no llegaba a fin de mes o quería invertir en mejoras para su remís, el chofer se manejaba con total libertad para pedirle dinero prestado.
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Centeno recuerda que una de esas veces intentó que le facilitara 20.000 pesos para comprar un auto nuevo, a lo que Baratta contestó: “¿De dónde querés que la saque? No tengo”. “Yo insistí en decirle que se lo iba a devolver en cinco cuotas (está anotado) y me volvió a contestar que si la tenía no iba a dar tantas vueltas”, recordó el chofer.
Por las supuestas negativas de su jefe, cuando necesitaba plata recurría a “préstamos del Ejército” o la remisería Transcom. “Nunca recibí dinero procedente de las recaudaciones ilegales”, sentenció en el manuscrito, donde aclaró que su sueldo había sido acordado en negro “antes”. Antes de convertirse en el piloto del oscuro circuito.
Negocios. No es la primera vez que el chofer toma distancia de su pasajero predilecto. En su declaración judicial de agosto del 2018, Centeno contó que “Baratta no tiene bienes a su nombre”, aunque se desmarcó del mote de testaferro.
“Sobre mi patrimonio quiero aclarar que después de un incidente que tuve en el Ejército y fui sobreseído, recibí un dinero como indemnización, que era buena plata. Inmediatamente compré dólares y seguí trabajando en una agencia de seguridad y en otros lados, y después en una remisería y me sustentaba con eso y ahorraba lo que percibía del Ejército”, relató entonces el ex sargento. Con los 19.000 pesos por mes que recibía de la fuerza y los ahorros, asegura que logró comprar un departamento en la Ciudad de Buenos Aires por un valor de US$ 63.000, que luego dice haber vendido en US$ 105.000 para comprar otra propiedad en Olivos, porque “quería una casa”.
La operación le trajo un dolor de cabeza con su entonces pareja, Hilda Horovitz. De acuerdo con su relato en la causa, la mujer, que trabajaba como empleada en un hotel, le había prestado US$ 40.000 para comprar la casa que finalmente no usó porque le “alcanzaba con lo que tenía” y al separarse, los reclamó. “Esos dólares que me prestó los capitalicé y cuando nos separamos, con las amenazas que me hacía, me pidió que le devolviera los 40.000. Entonces yo aproveché que Baratta le había comprado el departamento a ella y por el mismo escribano acordamos hacer figurar que el departamento se lo compré yo y lo pusimos como compensación económica”, explicó Centeno.
El circuito de dinero siguió su curso. Según el chofer, Baratta pagó US$ 55.000 a Horovitz, que invirtió esa suma en cuatro automóviles que Centeno puso a trabajar como flota propia en el Ministerio de Planificación. Le facturaban al Gobierno, tenían choferes a cargo, un contador de confianza y vehículos para hacer multiplicar la pequeña fortuna. Habían creado su pequeña empresa familiar.
Pero la versión se desmorona cuando habla la ex en cuestión: “¡De dónde voy a sacar esa plata si no tengo ni para comer! Es un mentiroso terrible”, aseguró Horovitz a NOTICIAS .
Estrategia. La reaparición de Centeno se dio la misma semana en que la Cámara Federal revocó el procesamiento del CEO de Techint, Paolo Rocca, y le pidió a Bonadio que apure la elevación a juicio de la causa. Su defensa asegura que hacía tiempo que el chofer había pedido presentarse ante el juez con la carta, que terminó de escribir recién la semana anterior al traslado.
Durante la visita, el defensor oficial Gustavo Kollmann volvió a verlo cara a cara. Hasta ahora, mantenían comunicaciones telefónicas semanales, trianguladas por el sistema de protección de testigos del Ministerio de Justicia para que no puedan ser rastreadas.
En la única oportunidad que tuvieron de encontrarse, durante la feria judicial del verano, Kollmann faltó. En su lugar, dos funcionarios de la Defensoría pública lo entrevistaron en una fábrica abandonada en el medio del campo, después de ser desviados en auto por varios caminos de tierra, un método de “Los Lobos” para que perdieran el sentido de la ubicación y regresaran a Comodoro Py sin datos sobre la ubicación del protegido.
Kollmann leyó las diez carillas, chequeó que no boicotearan su estrategia y dio una orden: que nadie las transcribiera a un monótono documento de Word. La decisión logró captar la atención: Centeno había vuelto a escribir.
A pedido de la defensa, las nuevas anotaciones fueron incorporadas a la megacausa como una ampliación de la única declaración que prestó el chofer en ocho meses de investigación. El objetivo fue dar un paso más en la estrategia para evitar que el chofer sea incluido en el combo de ex funcionarios y empresarios que en los próximos meses podría enfrentar el juicio oral.
“Los empresarios no me conocen, no saben quién soy, no trataron conmigo”, se atajó Centeno en otro párrafo del manuscrito que presentó en el juzgado. “Los cuadernos hablan por sí solos”, agregó, ubicado en la posición de narrador casi omnipresente de los hechos delictivos, resguardado detrás del volante y el anotador.
Más tranquilo y después de pasar tardes enteras de relectura de sus propias memorias, Centeno dice estar convencido de que los cuadernos que guardó durante años en el placard y dieron inicio a una de las causas de corrupción más importantes de los últimos tiempos, son su mayor tesoro. Así se lo reveló a Bonadio esta semana: “Me siento orgulloso de haber anotado hasta el final”.
Espiritual. Incomunicado, sin amigos y peleado con la mayoría de sus trece hijos y sus ex parejas, el chofer de Baratta se refugia en Dios y en la escritura. “Es ciclotímico y estuvo muy deprimido a raíz del procesamiento, pero ahora está más místico, más espiritual. Dice que Dios lo puso en este lugar y que está contento de haber anotado todo para poder colaborar”, contó a NOTICIAS una fuente con acceso a la investigación.
Su hermana Laura se convirtió en el sostén religioso y una nueva novia lo visita en el escondite. Mata el tiempo entre la televisión y los tres cuadernos en blanco que completa con disciplina. Uno está reservado a la causa que lo catapultó a la fama; otro es una suerte de diario personal, en el que cuenta la historia de su sufrida vida, con padres adoptivos. El tercero, por ahora, es un misterio.
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