En la página 450 de su libro “Sinceramente”, Cristina Kirchner le dedica un subcapítulo al juez federal Claudio Bonadio y a la causa de los cuadernos: “Claudio Bonadio, el sicario”. Allí describe su mirada sobre lo que llama “la causa de las fotocopias de los cuadernos” y sostiene que el juez “es una de las cabezas de este entramado judicial”. “Hoy me enfrento a fiscales y jueces que me acusan para satisfacer las demandas de quienes me quieren fuera del circuito político argentino. Fiscales y jueces que me acusan de corrupción mientras ni ellos ni su familia pueden explicar sus viajes y sus altos niveles de vida con los ingresos que perciben”, escribe y concluye: “Tengo claro que quienes gobernamos pensando en las necesidades de los más humildes y en los intereses nacionales debemos sufrir el calvario de ver mancillado nuestro nombre y el de nuestros hijos. Tengo claro también que es el precio que debo afrontar por ser Cristina”. Estas palabras de la ex presidenta tienen sentido en una guerra donde los buenos y los malos no están del todo definidos.
CFK habla, por un lado, de los “familiares” de los fiscales y jueces, y afirma que se “mancilló” a sus hijos. Esas personas tienen nombre: por el lado del juez, su hijo se llama Mariano Fulvio Bonadio, y por el lado de la ex presidenta, está Florencia. Ambos descendientes quedaron en medio del fuego cruzado de sus padres, una batalla que parece no tener límites. Y ahora, con la joven cineasta exiliada en Cuba, un rumor se expandió por el círculo rojo y por el Gobierno, que teme y respeta a Bonadio en igual cantidad: “La bronca entre ellos es por los hijos”.
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A las armas. La guerra entre Bonadio y Cristina tuvo un hito en julio de 2015, cuando el magistrado allanó la inmobiliaria de Máximo Kirchner en Río Gallegos, en el marco de un supuesto lavado de dinero en la causa Hotesur. Había enviado a la Policía Metropolitana, porque era la única fuerza policial que no respondía al Poder Ejecutivo nacional, en ese entonces. Esa diligencia judicial molestó a Cristina y a todo su gobierno. Unos días después, los jueces Eduardo Freiler y Jorge Ballestero harían lugar a un pedido de recusación presentado por Romina Mercado, sobrina de la ex presidenta. Así fue como Bonadio terminó fuera del expediente Hotesur por “violar el derecho a la defensa” y tener “parcialidad”, y la causa recayó en el juzgado de Julián Ercolini (a quien Cristina llama “el mutante” en su último libro).
Por aquellos meses, el hijo de Bonadio le dedicó un posteo en Facebook a CFK: “Y si lo sacás de la causa... encima de cagona, bolacera”. Acompañó sus palabras con una declaración de Cristina publicada en el diario Clarín en la que decía: “No le tengo miedo a ningún juez pistolero, mafioso o extorsionador”. La última palabra no habría sido antojadiza, sino que respondería a una anécdota que suele contar Miguel Ángel Pichetto, historia que podría explicar mucho de lo que pasó después.
Tiempo antes de que todo se desmadre, narra el senador, Bonadio habría ofrecido una solución. Era 2014, y la denuncia que había hecho Margarita Stolbizer acababa de llegar a su despacho. Bonadio, según Pichetto, habría intentado hacerle llegar un mensaje a la entonces presidenta a través del peronista, asegurándole que para que todo fluyera sin inconvenientes había que poner un abogado de buena llegada a Comodoro Py. Esa oferta de paz, sin embargo, fue vetada por Máximo Kirchner, a quien, según las fuentes, le pareció “extorsivo” el ofrecimiento. Luego de eso vino el allanamiento, la recusación, y la guerra abierta, aunque desde el entorno de Bonadio niegan esta versión y aseguran que su trabajo es estrictamente profesional.
Vendetta. El kirchnerismo fue con los tapones de punta. El 15 de septiembre de 2015, el senador K Marcelo Fuentes cruzó la línea hasta entonces sagrada: denunció a Mariano Bonadio por presunto lavado de dinero a través de la productora musical MCL Records, propiedad del hijo del juez. Seis meses antes, Fuentes también había denunciado al enemigo K por presunto enriquecimiento ilícito, y la bala había pasado cerca: el senador aseguraba que la supuesta maniobra ilegal había sido mediante la firma Mansue SA, dedicada a la venta de combustible, en la que el magistrado y su hermano eran socios mayoritarios. Mariano, el hijo, había estado en el directorio cuando se creó la empresa, en 2004, y estuvo cerca de estar involucrado en el juicio. Cuando corrió la noticia de este escándalo, el piquetero Luis D'Elía exigió la “cabeza” de Bonadio, y su hijo dio su primer salto de fama: “Si yo tuviera una pica se la metería (en) el orto al gordo simpático de D'Elía”.
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Pero cuando Fuentes –que se negó a hablar para esta nota– apuntó directamente contra el hijo del juez, la situación mutó. La causa la investigó el fiscal Federico Delgado –que hasta el día de hoy sostiene que es una de las razones por las cuales Bonadio “le tiene bronca”– y cayó en el juzgado de Marcelo Martínez de Giorgi. La investigación duró seis meses y Mariano, representado por el abogado de su padre, Nelson Vicente, tuvo que ir a declarar, conseguir testigos que respaldaron su versión, y presentar los balances contables de la empresa. “Acá hay mala intención e improvisación del denunciante”, aseguró el hijo del magistrado en ese juicio. Desde el juzgado avalan esa idea: “Tenía mucho olor a algo armado contra Claudio”. Mariano Bonadio terminó sobreseído.
Dos elementos resaltan de la causa: para probar que no había nada ilegal en su productora, el hijo del juez mostró cómo había financiado la inversión. De los $ 875 mil que había costado, $ 490 mil eran de un préstamo de la Editorial TAEDA, de Mario Montoto, y $ 100 mil de un préstamo del Banco San Juan, propiedad de Sebastián Eskenazi. Ambos íntimos amigos del juez: de hecho, los críticos de Bonadio aseguran que por su relación con el banquero omitió su participación en la causa judicial del Gas Natural Licuado (GNL). Cerca de Eskenazi desmienten alguna preferencia. “Se le prestó como a cualquier cliente”, afirman. Y en el entorno de Montoto aclaran que el préstamo fue parte de una “asociación audiovisual”.
Eran meses tensos. A principios de 2015, a Bonadio le había llegado una amenazante denuncia anónima: “La yegua lo mandó a matar, cuide a su hijo. Le están armando una causa por drogas”. Era una carta escrita con letras de recortes de diario, que alguien tiró por debajo de la puerta de su despacho y encontró su secretaria, Mónica. Según cuentan en el entorno del hijo, durante todo ese año recibieron amenazas de todo tipo, aunque la única que judicializaron fue esta, que cayó en el juzgado de Norberto Oyarbide y no prosperó.
Antes de celebrar esa Navidad, trascendió que desde la Aduana habían investigado las salidas del país de Mariano. Esa investigación estuvo a cargo de Gonzalo Tzareff, empleado aduanero que se volvería conocido cuando se supo que había estado detrás del seguimiento al fallecido fiscal Alberto Nisman con las cámaras de seguridad en el aeropuerto de Ezeiza. Un año después de que investigara al hijo de Bonadio, Tzareff fue procesado por violación de sistemas de confidencialidad y seguridad de datos personales.
A principios de 2017 habría otra intimidación: la fachada de MCL Records aparecería pintada con escraches, como “Bonadio andate” y “sala ensayo juez Bonadio”. El magistrado entró en cólera. “Si quieren discutir conmigo, no tengo ningún tipo de problema de discutir con quien sea, donde sea, en los términos que se planteen, pero la familia no tiene nada que ver”.
Él. Los que conocen a Mariano Bonadio dicen que desde pequeño se notaba que el estudio y la vida de oficinista no eran para él. Lo que sí mantuvo a lo largo de sus 37 años es una intensa relación con su padre. Tiene lógica: Mariano es su único hijo, que nació un año y diez días antes de que falleciera Luis, el padre italiano del juez. Los vínculos, en familias poco numerosas, son más intensos. “A mi viejo lo quiero horroríficamente”, suele decir Mariano.
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De hecho, cuando Bonadio llegó a Comodoro Py, por impulso del menemismo, ya lo hizo llevando en su mano a su pequeño hijo. Era 1994, Mariano tenía 13 años, se había criado en la localidad bonaerense de San Martín, y sus progenitores se acababan de separar. Quizás haya sido ese acontecimiento, traumático para cualquier infante, lo que hizo que al hijo de Bonadio se le hiciera cuesta arriba la secundaria. Aprobar los exámenes no fue sencillo, y si no fuera porque los ayudantes y secretarios del joven juez le dieron una mano con las materias habría sido más difícil. Tal vez fue inspirado en ese favor que Mariano intentó seguir los pasos de su padre: con 18 años recién cumplidos, se animó a subir los escalones de la Facultad de Derecho de la UBA. En Comodoro Py había tenido algunas alegrías, como el día en que su padre, en 1997, le hizo conocer a Diego Armando Maradona, que había ido al juzgado a declarar en una causa de doping positivo. Pero la aventura con la ley duró poco, y luego de un semestre en el CBC Mariano se dio cuenta que esa carrera no era para él. Desde entonces se despegó del legado de su padre, y le escapa a su sombra: no le gusta que lo involucren con los asuntos del juez. “Se dedica a algo que tiene muy poco que ver con lo que yo hago, y hay tanta exposición mediática que se mezclan los tantos. Lo respeto muchísimo, pero nos dedicamos a cosas distintas, no opino de lo suyo ni él de lo mío”, aclaró en una entrevista radial.
Es que, a diferencia que con Derecho, con su verdadera pasión a Mariano le fue muy bien, al punto de ser objeto de notas periodísticas y varios reconocimientos, como dos premios Gardel. Desde adolescente el hijo de Bonadio se internó en su carrera musical y pasó por varias bandas, aunque el éxito llegaría de la mano de Octafonic. Gracias a la música, además, cerró la grieta: su banda tocó en el CCK, y en el centro cultural Caras y Caretas, que depende del SUTERH, el sindicato de encargados de edificios que conduce Víctor Santa María, presidente del PJ porteño y dueño del Grupo Octubre en el que se destaca Página/12, diario en el que Octafonic fue protagonista de una nota en dos ocasiones. “Ojo, me encantaría no ser un músico 'de culto' y ganar millones de dólares”, contestó en un reportaje. No sólo eso: Mariano, durante el gobierno K, realizó un documental de ocho capítulos “para promoción de bandas emergentes con fuerte contenido federal”, a pedido de la Secretaría de Cultura, por el cual cobró $ 416.766.
A pesar de la guerra entre sus padres, Mariano Bonadio y Florencia Kirchner tienen más en común que lo que parece a simple vista. Ambos son peronistas, como sus padres, ambos miran de reojo a Estados Unidos y al gobierno de Trump, ambos se alegran cuando las Abuelas de Plaza de Mayo recuperan a un nieto, a ambos les gusta el cine –aunque Mariano prefiere los films pochocleros como los de Marvel y “Game of Thrones”, mientras que Florencia es una guionista profesional–, ambos defienden la educación pública y a la UBA, ambos se declaran a favor del movimiento feminista, y en su momento ambos pidieron por la aparición de Santiago Maldonado. No queda ahí: los dos son fuertes críticos del macrismo, aunque Mariano lo votó, pero “no por creer en él, sino porque el gobierno anterior se metió fiero con mi familia, y eso fue determinante”, según él mismo contó. Desde entonces el hijo de Bonadio reparte críticas al Gobierno. “No tienen calle”, “ponete a laburar”, “me sorprende la idiotez de quienes nos gobiernan”, son algunas de los dardos que le lanzó al macrismo.
Ella. Bonadio siempre tuvo un sabor amargo por haberse quedado fuera de la causa Hotesur, pero volvería a tener una segunda oportunidad, otra vez, de la mano de Stolbizer. La diputada volvería a presentar una denuncia contra la familia Kirchner, en este caso conocida como Los Sauces. Esta vez no se trataba del hotel Alto Calafate, sino de la sociedad que nucleaba las propiedades que había comprado Néstor Kirchner a lo largo de su vida, que incluía casas y departamentos en Río Gallegos sumados a departamentos, oficinas y cocheras en Puerto Madero.
El juez Bonadio no dudó en ir a fondo. El kirchnerismo había perseguido a su hijo y eso le resultaba imperdonable. Atrás habían quedado los intercambios de gentilezas como el de 2011, cuando el juez sobreseyó a los secretarios de CFK por enriquecimiento –entre los que se encontraba Daniel Muñoz, luego investigado en la causa de los cuadernos– y al poco tiempo, el kirchnerismo aprobó el pliego de su ex secretaria Alicia Vence como jueza federal de San Martín.
En la causa Los Sauces, Bonadio terminó procesando a CFK y a sus hijos. Para el juez, formaban “una banda con el objeto de recibir dinero como pago a retorno de la concesión de obra pública mediante contratos de locación de la firma 'Los Sauces SA'”.
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Florencia había ingresado a la sociedad Los Sauces como heredera, tras la muerte de su padre en 2010. En la resolución en la que Bonadio procesó a la cineasta hay una aclaración sobre el momento en que se incluye a la hija de CFK dentro de la asociación ilícita. “La imputada presentó un escrito como descargo y se negó a contestar preguntas. En dicho escrito empieza con una afirmación falsa en cuanto a que se le imputa una participación en una asociación ilícita desde el año 2003, lo que no es cierto, sino a partir del momento del fallecimiento de su padre, por ser heredera del mismo”, escribió el juez. Luego, cuando se trata el encuadre jurídico para la hija de CFK, no hubo medias tintas: “Las conductas de Florencia encuadran en el delito de jefe/organizador de una asociación ilícita”. A esto se le agrega que sería autora del delito de lavado de dinero.
En otro capítulo de la resolución, Bonadio sostuvo que Florencia tenía el rol de “aprobar y estar de acuerdo” y además de recibir los beneficios. La casa donde vive Florencia en la calle San José, en Capital, está a nombre de Los Sauces. A esto se le suma que “recibe un sueldo como empleada cuando no realiza tarea alguna en ninguna sociedad del entramado societario”. Por ahora, Florencia permanece alejada de sus dramas judiciales, en su exilio en Cuba por problemas de salud, un linfedema en las piernas que los desconfiados señalan como una excusa para no declarar ante el juez.
Los hijos, a lo largo de toda la Historia, fueron el límite. Cruzar la línea que separaba a los padres de sus descendientes cambiaba la situación de manera drástica. Sucedió así con Abraham, que con su sacrificio frustrado de Isaac se ganó el respeto de Dios para con los mortales, y en la mitología griega, cuando Ares desafió a Zeus luego de que el gran dios del Olimpo atacara a su heredero. Príamo, el rey troyano, fue a la guerra y condenó a su pueblo para defender a su vástago, el príncipe Paris. Y eso que Príamo tenía 50 hijos: Cristina Kirchner tiene dos, y Bonadio uno. ¿Qué serían capaz de hacer para defenderlos?
por Rodis Recalt, Juan Luis González
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