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OPINIóN | 30-09-2019 15:48

Mauricio Macri, Alberto Fernández y Cristina Kirchner: tres gobiernos fantasmales

El actual Presidente de Argentina es el encargado de controlar que el dólar no tenga mayores fluctuaciones.

Los especialistas en la materia (del Libro Guinness de los récords) nos aseguran que un pollo sin cabeza puede sobrevivir algunos meses e incluso más de un año. ¿Y los países? Bien, casi una década atrás Bélgica no tuvo gobierno durante 541 días sin sufrir demasiados problemas y algo similar sucedió hace poco en España, pero ello no quiere decir que la Argentina hiperpresidencialista, que no es ni una monarquía ni integrante de un superestado embrionario como la Unión Europea, esté en condiciones de emularlas. Por cierto, le está costando funcionar con dos o más gobiernos fantasmales: el oficial de Mauricio Macri, el de Alberto Fernández y otro, al acecho en las sombras, de Cristina.

Aquí, el que el poder se haya disipado y nadie sabe a ciencia cierta quién está a cargo dista de ser una cuestión meramente anecdótica. Entre otras cosas, significa que sería un auténtico milagro que no se agravara todavía más, con consecuencias nada felices para el grueso de los habitantes del país, la larguísima crisis socioeconómica que ya ha consignado a la miseria a por lo menos quince millones de personas.

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La noche del 11 de agosto, el presidente Macri perdió de golpe una cuota sustancial del poder y de la autoridad que lo acompaña sin que la coalición improvisada que triunfó en las PASO los recibiera intactos. Desde entonces, Macri y sus adláteres están esforzándose por mimetizarse con la oposición kirchnerista. Lo hacen adoptando medidas populistas que a su juicio sólo servirán para empeorar todavía más la situación económica pero que, esperan, les permitirán reconciliarse con los sectores de la clase media que aprovecharon una oportunidad para castigarlos por haber privilegiado la macroeconomía por encima de los presupuestos familiares, pero difícilmente sienten mucho entusiasmo por la tropa de Cristina.

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Por su parte, Alberto Fernández está procurando convencer a los acreedores y prestamistas cuyo dinero necesita, de que en verdad tiene más en común con Macri – el de vísperas de las PASO, cuando los mercados saltaron de alegría al ser informados que podría ganar - que con Cristina. Es una estratagema que molesta muchísimo a quienes supuestamente representa, de ahí la efervescencia callejera y las advertencias de militantes K como Horacio González que le recuerdan que los votos son de la señora. Están actuando como si Alberto ya fuera un presidente que se preparara para traicionarlos asociándose con neoliberales ortodoxos y la gente del FMI.

¿Quién gobierna la Argentina? La repuesta formal es Macri, pero es necesario matizarla por tratarse de un presidente que aspira a ser el líder de la oposición a un statu quo insoportable que atribuye a la irrupción repentina su sucesor previsto. La respuesta informal o, si se prefiere, la virtual a la pregunta, sería que Alberto llevaría la voz cantante si no fuera por las dudas que subsisten acerca del poder real de lo que algunos ya califican de albertismo, un movimiento incipiente que, según los optimistas, estará dominado por peronistas “racionales” resueltos a ahorrarle al país otra catástrofe.

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Si ni Macri ni Alberto Fernández cuentan con lo necesario para gobernar con eficacia, ¿sería Cristina la persona más poderosa del país hasta que quien nominalmente encabeza la fórmula presuntamente ganadora haya construido una base personal sólida? Parecería que no, que si bien la expresidenta y candidata a vice podría incidir mucho en la conformación de un eventual gobierno del hombre que eligió para aguantar los trapos de la causa nac&pop, sería poco probable que Alberto se resignara a ser una marioneta manipulada por una dama caprichosa de ideas que, en opinión de quienes operan en los mercados y que están en condiciones de determinar el destino del país en los años próximos, son peligrosas. En cuanto a “la revolución” con la que fantasean los militantes más fogosos, no sorprendería que Cristina los decepcionara; tiene otras prioridades.

A Macri le convendría hacer pensar que quién realmente está al mando es Alberto y que su gestión arrancó hace ya más de un mes, de suerte que es el máximo culpable de la devaluación del peso y de la ola inflacionaria resultante, razón por la que los asustados por lo que está ocurriendo deberían repudiarlo. Alberto sabe que los macristas le están tendiendo una trampa al intentar obligarlo a asumir responsabilidades antes de que haya iniciado su período en el poder, pero no le está resultando del todo fácil mantener la ambigüedad que es propia de un candidato en busca de votos y teme enojar a aquellos que lo apoyaron en las PASO sólo porque estaban hartos de Macri, pero tanto los malditos mercados como una proporción creciente de la ciudadanía le están reclamando más definiciones.

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Como es natural, quieren tener un mapa, por borroso que fuera, del futuro próximo, en vez de verse constreñidos a conjeturar en torno a lo que está sucediendo en la cabeza de un personaje astuto que es tan camaleónico como cualquier otro miembro vitalicio de la cofradía política nacional y que aún depende de Cristina. A muchos les gustaría apoyarlo desde el vamos, pero no lo harán los más cautos antes de saber más o menos lo que se propone hacer. Con todo, si bien a esta altura entenderá que la incertidumbre prevalente está consumiendo pedazos de la herencia que en el caso de triunfar le tocará, Alberto sigue siendo reacio a definirse, acaso porque no tiene muy claro lo que debería, o podría, hacer para impedir que el país se vaya a pique con él al timón.

Además de los financistas locales y extranjeros, los hombres de negocios que están aguardando señales sobre lo que les espera y millones de otros que se preocupan por lo que les supondría la nueva convulsión económica que algunos vislumbran en el horizonte, están procurando leer la mente de Alberto los miembros de la nutrida familia judicial. Todos coinciden en que es muy malo que jueces y fiscales se dejen influir por el clima político, pero nadie ignora que muchos tienen la costumbre de anteponer sus propios intereses, prejuicios y ambiciones a su presunto compromiso con el rigor de la ley.

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Una propensión a adaptarse a las circunstancias no es necesariamente evidencia de corrupción; en todas partes los responsables de administrar justicia se ven tan afectados como el que más por la evolución de la opinión pública y por lo tanto de los resultados electorales, razón por la que en la actualidad jueces norteamericanos y europeos a menudo adoptan posturas que hubieran motivado el asombro o la indignación de sus equivalentes de generaciones anteriores. La diferencia es que aquí los cambios suelen más abruptos, más flagrantes y más generalizados que en sociedades en que jueces prestigiosos se sienten seguros de sí mismos y menos propensos que sus homólogos argentinos a buscar el apoyo de padrinos políticos. Por lo demás, hay jueces que hayan conseguido fortunas envidiables por medios que pocos entienden.

De todos modos, el que Alberto se afirme convencido de que Cristina “no es una ladrona” a pesar de la evidencia abrumadora en su contra que se ha acumulado y difundido, y que hayan comenzado a producirse fallos que es de suponer merecen la viva aprobación de los encarcelados preventivamente por actos de corrupción, indujeron a Macri a criticar indirectamente el desempeño del Poder Judicial en su conjunto al recordarle que “Si la Justicia es lenta, no es Justicia,” y tampoco lo es si “no es independiente”. Lo mismo que muchos otros, Macri sospechará que una consecuencia lógica del regreso al poder del kirchnerismo sería el abandono de la lucha contra la corrupción típica del gobierno anterior, o su reemplazo por una ofensiva contra él mismo y sus familiares y amigos so pretexto de que, como empresarios ricos, habrán violado la letra de algunas leyes.

Por motivos nada misteriosos, Alberto tendrá que frenar los muchos procesos en que su gran benefactora desempeña un rol protagónico, pero no puede sino entender que la tarea que espera emprender se complicará mucho a menos que país logre librarse de la fama que ha adquirido de ser un antro de corruptos. Por injusto que les parezca a Cristina y sus simpatizantes, en Estados Unidos y Europa la capacidad de cosechar votos no es considerada una atenuante, y aquellos empresarios que se arriesgan en lugares en que es rutinario que los políticos y funcionarios cobren comisiones jugosas a cambio de su buena voluntad corren el riesgo de terminar entre rejas.

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Merced a la globalización, la mayoría de las transacciones importantes, lícitas o no, se lleva a cabo con la participación del sistema bancario estadounidense, lo que, como en 2015 muchos capos de la FIFA se enteraron cuando ya les era tarde, pone a casi todos al alcance de las punitivas leyes financieras norteamericanas. Si, como es probable, en diciembre Alberto se instala en la Casa Rosada, se verá frente a un dilema muy pero muy ingrato puesto que, fuera del núcleo duro K, muy pocos creen en la inocencia de Cristina. Aunque fronteras adentro abundan los dispuestos a perdonarle todos sus pecados porque a su entender encarna la esperanza, en el exterior, los únicos que comparten la noción de que todo debería interpretarse según criterios políticos o ideológicos son sus amigos venezolanos y cubanos que no pueden ofrecerle nada más que palabras solidarias.

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James Neilson

James Neilson

Former editor of the Buenos Aires Herald (1979-1986).

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