Le bastaron horas para hacerse viral. Ése fue el furor que generó el nuevo filtro de TikTok, “Bold Glamour”. Capaz de mostrar la cara más demacrada instantáneamente hermosa. Este filtro no solamente cambia el color de piel, el maquillaje y las facciones, además es el más realista que se haya visto hasta ahora. Mientras antes pasarse la mano por la cara dejaba en evidencia que se trataba de un efecto, con esta versión eso no sucede. Junto con esta sofisticación tecnológica llega al extremo un trastorno ya en auge: la “dismorfia de selfie”, o la obsesión por los filtros que ayudan a obtener una imagen “perfecta” y la consiguiente baja autoestima al comparar la imagen artificial con la real.
Una visión amable
En el inicio, el efecto se aplicaba a las fotos que se compartían, no tanto a la propia imagen. “Empezamos a usar filtros con Instagram, que en sus inicios nos proponía compartir ‘fotos bellas’. De pronto contábamos con un repertorio de plantillas para retocar digitalmente una fotografía antes de subirla, y darle un aire vintage o aureolado a ese álbum. Había una especie de sacralización de lo cotidiano, ya sea un atardecer, mi gato o una merienda”, ilustra Ariel Gurevich, autor del libro “La vida digital” (Editorial La Crujía), dramaturgo, director escénico y docente. Paradójicamente, a esto se le sumó el compartir fotos con el hashtag #sinfiltro para enorgullecerse de una imagen no retocada. “La imagen fotográfica tiene una impresión de realidad muy fuerte, cuanto menos intervenida está, mayor es el efecto de que es una ventana a la experiencia. Pero no hay imagen fotográfica espontánea ni que no sea construida”, distingue el especialista.
Más tarde llegaron los filtros exagerados, como las orejas de perro o conejo. Para Gurevich, asociarlos con un mundo de ilusión y engaño es una mirada ingenua. “Si la imagen sin filtro funciona como ‘ventana a la experiencia’, el rostro con filtro se pliega sobre sí mismo y dice ‘tómame como una construcción y no como un pedazo de un mundo’”. Y así, convertir la cara en la de un perro puede ser análogo a ir a una fiesta de disfraces como un faraón; nadie pensaría que somos los reyes de Egipto. “Solemos leer las selfies como autopresentación narcisista y no en su dimensión interactiva. Los filtros tienen que ver con usos lúdicos que salen a buscar más contacto, reacciones, diálogos”, razona.
Pero conforme la tecnología fue avanzando, también lo hicieron los filtros. Y lo que en un momento solo ofrecía pestañas más largas y un poco de maquillaje viró a un cambio absoluto de facciones y una aplicación sumamente verídica. En el caso de “Bold Glamour”, Gurevich siente que la polémica alrededor está relacionada con que actualiza un canon hegemónico de belleza, a la manera de una celebridad photoshopeada, híper maquillada, sometida a una cirugía estética o todo eso junto. “Pero esto que parece novedad se inscribe en una serie de larga data, en el cine, la publicidad y los quirófanos. Esta matriz es previa y TikTok la levanta, no la inventa”, advierte.
En este sentido, las celebrities fueron de las primeras en subirse a este juego. Aunque así se lo tomaron: Soledad Fandiño trató de maquillarse encima del filtro para imitar su efecto, Zaira Nara se lo puso para sorprender a su maquilladora justo antes de su tarea, Catherine Fulop lo contrastó con su cara de recién despierta, y Lali y la China Suárez sostuvieron que era “demasiado” y lo usaron con incredulidad.
“Afortunadamente, vivimos en una época en la que este modelo está cada vez más cuestionado. Hay famosas a las que no les importa mostrar en público los signos del paso del tiempo. Hace poco, el video de Moria en bikini ‘al natural’ llamaba a la revolución de las viejas”, sostiene Gurevich.
Algunos límites
Por desgracia, no todos tienen esto tan claro. Los datos más actuales hablan de que el trastorno dismórfico afecta al 3% de la población y se estima que es un número en crecimiento. “Se trata de una preocupación por defectos que a simple vista no son visibles, pero que tiene como resultado conductas compulsivas”, ilustra Silvana Weckesser, psicóloga y autora de “Recalculando: a ser adulto también se aprende” (Hojas del Sur).
En general, está relacionado con la cuestión de la pertenencia y el miedo a no ser aceptado. Por eso, son varios los que comienzan con el uso del filtro como un juego, pero luego les cuesta mostrarse tal cual son, porque los primeros en compararse son ellos mismos. “Ahí comienzan los excesos en cirugías plásticas, rellenos y otras alteraciones. No está mal querer verse bien, pero cuando la distorsión te está convirtiendo en otro, el panorama es más complejo”, apunta Weckesser.
En adultos, muchas veces tiene que ver con la dificultad de aceptar el paso del tiempo. En más jóvenes, con la autoestima y la necesidad de sentirse incluidos en momentos de definir su propia identidad en el mundo. “Es un trastorno obsesivo compulsivo. Se da sobre todo en los adolescentes por la cultura de la imagen que manejan, con un ideal de belleza muy alto”, explica la experta.
Además de requerir ayuda profesional cuando es necesario, es indispensable poder trabajar el vínculo con uno mismo y comprender que no hay una única variable de aceptación. “Se debe trabajar la validación de los sentimientos desde pautas concretas, sobre cuestiones de la realidad, haciendo que la persona pueda reconocerse y valorarse”, describe la psicóloga.
También los chicos pueden sufrir esta amenaza, y no tienen las mismas herramientas para resolverlo. “En los niños no siempre hay mucha idea de hasta dónde ellos comprenden que lo que se está viendo es un filtro. Lo piden sabiendo que lo es, pero al mismo tiempo quieren tocar los ojos con pestañas grandes o las orejas de gatito. Hay que tener cuidado con cómo los exponemos a esto, porque no tenemos evidencia de lo que ocurre a largo plazo, salvo con adultos que han tenido problemas…”, indica María Sol Cabezas Hurtado, pediatra, emergentóloga y a cargo de la cuenta @mamipandapediatra.
Cuando la autoimagen no se condice con la imagen que vemos, esa distancia puede generar síntomas similares a los de la ansiedad, de bastante difícil manejo y más complicado cuanto más tardío es el diagnóstico. “Y claramente más difícil cuanto más expuestos estamos a lo que nos trae esto”, apunta la especialista. Se trata de una patología que puede generar un deterioro muy grande en la calidad de vida, incluyendo trastornos depresivos, fobias sociales y hasta ideaciones suicidas.
“Con los niños más pequeños todavía no hay información concreta, pero es importante saber que las sociedades científicas siguen solicitando que mantengamos a los chicos lo más alejados posible de las pantallas”, recuerda Cabezas Hurtado, quien recomienda trazar límites tan claros como, al sacarse una foto en familia, evitar el filtro, o solo usarlo anticipándolo. “Concientizar a los chicos es difícil, pero concientizarse uno para después preservar es mucho más fácil”, sintetiza.
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