Friday 26 de April, 2024

COSTUMBRES | 30-04-2021 07:00

Patagonia Run 2021: Desafiar tus propios límites

La experiencia de correr 110 kilómetros non-stop en San Martín de los Andes. Protocolos y limitaciones de la pandemia.

Son las 21hs. del sábado 10 de abril. Llevo 27 horas de carrera en medio de los boques y montañas de la hermosa San Martín de los Andes cuando desemboco en la calle Mirador Bandurrias. Mi reloj marca recorridos 105 kilómetros (K) de los 110 que tiene mi desafío. Lo que no imaginé era que, minutos más tarde, mi cabeza me podría a prueba una vez más. Y hasta casi abandonar el sueño por el que entrené durante dos años: cruzar el arco de Patagonia Run Columbia Montrail, la carrera de montaña non-stop más importante de América del Sur e integrante del campeonato mundial de Spartan Trail.

Nunca había hecho un viaje tan largo. Ni había estado sin dormir tantas horas. Ni había metido una maratón de series durante tanto tiempo. Esta era mi primera locura, en montaña y en soledad. ¿Cuánto de placer y cuánto de sufrimiento tiene una carrera así? Cualquier runner diría que parte del goce de cruzar el arco está en el sufrimiento y los cuestionamientos que uno se hace durante una carrera. Más aún después de un año de pandemia y encierro, con todos los traumas que eso conlleva. Y en las carreras de aventura es igual, salvo una pequeña diferencia: todo lo que puedas entrenar en CABA no se acerca en lo más mínimo a lo que significa enfrentar las montañas. Por eso, el 75% de un ultra trail está en la cabeza.

Desafío Patagonia Run

La idea de participar de Patagonia Run nació a mediados de 2019. Hacía unos meses que había empezado a correr, actividad de gran ayuda para olvidar el pucho (llevaba unos meses sin fumar después de más de 20 años de consumir un atado por día). Y la edición número 11 sería en abril del 2020, lo que me permitiría prepararla bien y con dos carreras previas: 15k en agosto y 21k en septiembre. Y Patagonia sería mi primera maratón (42K), y en montaña. Pero llegó la pandemia.

Mirá el video "Patagonia Run 110k, desde adentro".

Cuando se suspendió la edición 2020 de la carrera, decidí doblar la apuesta: en vez de 42 correría 110K. “Estás completamente loco”, me decían. Lo que iba a hacer no lo permitiría ningún entrenador, ya que antes te recomendarían hacer experiencia en montaña con menos distancias e ir escalando. Pero, sinceramente, poco me importaba. Estaba decidido y empecé a entrenar duro, implementando muchas cuestas en las escaleras de la Facultad de Derecho y en los laterales de las autopistas, como hacemos los porteños. Y entrenando muy bien la cabeza, ya que por delante tenía un enorme esfuerzo físico y principalmente mental.

Patagonia tiene varias distancias: 10k, 21k, 42k, 70k, 110k y 100 millas (M). Yo iba por esos 110k, pero la segunda ola de coronavirus y las nuevas restricciones atentaban contra la realización de la carrera. Para sortear esas dificultades, los directores del evento -Gabriela Azcárate, Sergio Ochoa y Mariano Álvarez- hicieron una importante inversión económica y en recursos humanos para poner en marcha los estrictos protocolos aprobados por Neuquén, los que convirtieron a la competencia en ejemplo desde el minuto cero: acceso a la acreditación por turnos y más personal para acelerar la atención y controlar el distanciamiento social en la acreditación y en los puestos de abastecimiento, hidratación y asistencia durante la carrera (Pas). A lo que hay que sumarle la destacada responsabilidad de los corredores que acataron a rajatabla cada ordenanza.

Son las 17.45hs. del viernes 9. La espera terminó. Estoy parado en la segunda fila de largada. A dos metros de distancia de otros corredores, separados por conos, en medio del Complejo Polideportivo Chacra 2. La noche anterior casi no dormí. El estómago se m estrujaba, pero las ganas de arrancar eran más fuertes y lo controlaron. La cuenta regresiva llegó a cero y, de a uno, largamos. “Buena carrera y a disfrutar”, repetía a cada uno la encargada de la organización, Federica Talbot Wright, mientras nos choca los puños.

Patagonia Run 2021

Avanzamos por la calle Paso Hua Hua al unísono del “vamos” de la gente que acompañaba con aplausos. Hasta que cortamos a campo traviesa y, unos metros adelante, encaramos la primera trepada. Pasaron apenas unos minutos para que los bastones de trail running se convirtieran en mis principales aliados.

Esa mañana amaneció agradable y soleado y, por suerte se mantendría así. A buen ritmo, entre senderos de pasto, caminos similares a un colchón de polvo suelto y rocas, avance 8K hasta el primer Pas: Bayos. “Sin el barbijo no entran”, repetía un asistente unos 20 metros antes de llegar a la carpa. Todos los corredores respetaban la orden que, unos puestos más adelante se convertiría en una acción automática que no necesitaría de ninguna recomendación. Y seguimos adelante, ya que camino al Pas Rosales, cayó la traicionera noche.

Pasar la noche

Dicen que la verdadera carrera empieza al amanecer. Sucede que la soledad, el cansancio, la dificultad del terreno y el frío de la noche pasan a ser la mayor barrera a superar.

Todo se volvió oscuridad. Las cintas blancas y las reflectivas que marcan el camino eran las únicas compañías. Avanzar en estos bosques cerrados es como caminar casi a ciegas. Somos yo y la luz de la linterna bincha con la que ilumino el sendero. Ante un silencio ensordecedor, algún que otro ruido extraño entre los pajonales acapara mi atención. Y me hace acelerar el paso. ¿Miedo yo? Ponele que no. Llevo unos 26K recorridos cuando enfrento la primer gran trepada: el Cerro Colorado.

Patagonia Run 2021

5k en ascenso constante. Cada tanto, las piernas exigen un descanso para poder seguir. A esta altura ya me puse el rompeviento impermeable, clave para cuando llegue a la cumbre. Delante mío, 3 corredores avanzan en fila. Sigo tras ellos.

De golpe, el bosque se abre. Arriba, un cielo colmado de estrellas como jamás he visto acaparó mi atención y me hace olvidar al viento que sopla cada vez con más fuerza. Tan impactante es el paisaje estelar que, casi sin darme cuenta, hice cumbre en el Colorado y emprendí el descenso, quizá de lo más peligroso de la carrera.

El Cerro Colorado. 5k en ascenso constante. Cada tanto, las piernas exigen un descanso.

Una bajada rapidísima, muy picante y extremadamente técnica, por un sendero angosto y serpenteante de un polvo en el que se entierran los pies hasta el tobillo, que, además, está plagado de rocas grandes y nada fáciles de esquivar. Más de uno terminará lesionado e, incluso, se verá obligado abandonar la carrera por bajar demasiado confiado.

Para destacar: la cortesía de los corredores. Si uno viene más rápido, donde hay un espacio se lo deja pasar. Si alguno se lastima o necesita atención, el primero que pasa se ofrece a ayudar. Porque primero están las personas. Y en la montaña eso es ley.

Mientras avanzo en soledad, reflexiono. Muchas de las cosas de día a día alocado que uno cree productivas se vuelven insulsas en un segundo. Pienso en las preocupaciones que nos hacen perder tiempo y en lo importante que es la familia y lo poco que la valoramos. Y en lo importante que es vivir y en lo poco y mal que realmente vivimos en las grandes ciudades.

Patagonia Run 2021

Cada media hora, mi reloj me alerta para comer. Alimentarse e hidratarse con regularidad son fundamentales en una competencia que consume tanta energía. Lo insólito quizá sea que más de una vez de las que suena yo le respondo: “dale. Llego al Pas y como ahí”, como si el reloj me entendiera.
Con la noche, en los Pas aparecen las empanadas, las pizzetas y los tan ansiados caldos y sopas calientes, importantísimos para recuperar la temperatura corporal. A esta altura, los charcos de agua y arroyos que uno intentaba esquivar, se atraviesan sin dudarlo. En el puesto Colorado, me alimento, recargo agua y continúo.

Delante está el Cerro Centinela, 1500 metros sobre el nivel del mar. de odio e insultos. Son más de 3K con una inclinación mortal de unos 60 grados. En medio de un bosque tupido, no paramos de trepar en zigzag. Un corredor de 100M (160k) dormita sentado en un tronco, abrumado por el cansancio. “¿Estas bien?”, le pregunto. Con vos entrecortada asegura que sí y sigue su descanso. A esta altura, el agotamiento puede ser muy traicionero. Algunos llegan a alucinar ver espíritus. Como Damián, un competidor de 100M que me contó haber visto una monja vestida de blanco en medio del bosque, que lo miraba a la distancia mientras él trepaba el Centinela. Por suerte, el único susto que me llevé hasta el momento fue una especie de rata gigante que se cruzó delante de mí. Por ahora, mi cabeza no alucinó nada similar a un fantasma.

Un competidor de 100 millas confesó haber visto una monja vestida de blanco en medio del bosque.

Con las piernas temblando, alcancé la cumbre del Centinela y emprendí la bajada hacia el Pas Mallín. Son cerca de las 4 de la madrugada y llevo más de 50K de carrera cuando empieza a aparecer una pequeña molestia en la rodilla derecha que, por el momento, me deja seguir como si nada.

En el Mallín, una buena sopa caliente y un vaso de Coca, una inyección de azúcares que, además es clave para evadir el sueño. Y continúo hacia el Pas Quechuquina, donde me espera la segunda bolsa con cambio de ropa.

Avanzo por un bosque de pinos, donde el olor de la resina se impregna en las fosas nasales. Pequeños rayos de luz del amanecer se cuelan entre el follaje de la enorme arboleda. La helada de la mañana pinta de blanco los campos.

Patagonia Run 2021

Al llegar al puesto de asistencia me encontré con varios competidores envueltos en mantas térmicas, atendidos por los médicos y con principio de hipotermia que se veían obligados a abandonaban la carrera. Por suerte, yo no sufrí el frío. Así que tomé un vaso de gaseosa, un caldo caliente, me preparé un gel energético y unas barritas de cereal para el camino y seguí adelante. Estaba en el kilómetro 63, aún faltaba mucho. Y, a pesar del cansancio, me sentía bien.

Volver a empezar

El sol se asomaba detrás de las montañas. La humedad de los campos forman una nueve inmensa que pintaba los valles de blanco. Llevamos más de 68K de recorrido cuando desemboqué en uno de los laterales del lago Lácar. Por delante, 1K por adentro del lago, literalmente, con el agua hasta las canillas y, por momentos, por encima de las rodillas. Lo que puede parecer una tortura les aseguro que, a esa altura de la carrera fue más un alivio, que deshinchaba y relaja los pies.

Aún no me surgió la clásica pregunta: “¿Quién me manda a hacer esto? Podría estar durmiendo tranquilo”. Pero ya llegará.

Al salir del Pas del Lago comencé a afrontar la última trepada. Con más de 70K encima, insultamos a todo, todo el tiempo. Un tronco atravesado en el camino que había que sortear, se insulta (y de esos está lleno). Sucede que a esta altura duele hasta tener que levantar las piernas más de 5 centímetros. No tengo dudas: los que arman el circuito disfrutan de llenarlo de dificultades complejas. Ellos se divierten y nosotros lo sufrimos, en eso consiste el juego.

Kilómetro 78. Llegamos al Pas Coihue. Levanto la vista y a lo lejos se ve la cima del cerro Quilanlahue. Lejos, muy lejos. Se ve imposible de alcanzar. Y arranco la trepada, una escalada interminable y empinadísima que te obliga a parar a descansar cada 30 o 40 metros. Dos kilómetros así, con los pulmones que piden salirse del pecho. Las piernas tiemblan, los gemelos parecen partirse en dos y hasta los brazos duelen. Pero sigo adelante. La molestia en la rodilla se siente mucho más en las bajadas. Por eso, bajo el ritmo. En mi mente prima llegar, sin importar cuándo demore.

La trepada afloja y avanzo por un bosque donde el sendero es más ameno hasta que de golpe apareció una pared de arena floja que sólo se puede subir a paso de tortuga. “Qué hijos de p*t@”, me nace desde el alma. Un banderillero en la base que se ríe a carcajadas afirma: “Es la frase más repetida por todos”. Y agrega: “De la banderita es unos metros más”. Cómo en toda la carrera, el “unos metros más” de los asistentes puede ser uno o dos kilómetro.

Patagonia Run 2021

Avanzo lento. Los pies se entierran junto a los bastones. Las piernas no quieren más. Pero sigo. Y a las 15 hs. del sábado 10 llegué a la cumbre del Quilanlahue. Llevo 83K de carrera y 21 horas. De ahora en adelante todo es en bajada. O al menos eso creo.

13K más adelante llego al Pas Colorado 2. Allí cambio la mochila de hidratación por el chaleco, y la remera y el rompeviento por unos limpios. Estamos en el kilómetro 92, son las 18hs y la idea es terminar el recorrido lo más liviano posible. A esta altura duele todo menos el orgullo. Las piernas se mueven por inercia y en cada salida de Pas nos hacen trepar casi como se tratara de un castigo. Después de más de 24 horas de carrera empiezo a cuestionarme “¿por qué no me anoté en 70K?”. A puro trekking y ya sin poder correr, dos horas después llegaba al Pas Bayos. Quedaban sólo 10K para la meta.

Llegar al límite

El reloj marca 101k de carrera. El sol empieza a esconderse, nuevamente. Para entonces, el cuerpo y la mente están menos 10. No hay gel energético que le devuelva algo de fuerza a los músculos.
Salimos de Pas junto a “La negra”, una chica que corría 42K, y a Thao, otra que por segunda vez hacía los 110K. Todo iba bien. Por momentos se escuchaba la música de la Ciudad. Estábamos cerca. Los bastones ya eran dos extremidades más completamente necesarias para poder seguir adelante. 5K más y salimos a la calle Bandurrias. Faltaban apenas 5.5K para el arco. “Subís la calle hasta la tranquera, ahí bajan y ya están en el arco”, nos dicen. Y empezamos a caminar.

“No soporto más, hasta acá llegué”, pensé tras más de 27 horas de carrera.

Avanzábamos en subida. Abajo, a mi izquierda, la ciudad. La música de la llegada se escucha cada vez más fuerte. Pero la tranquera no aparece. De a poco, la música empieza a alejarse, al igual que la ciudad. Y la tranquera no aparece. “¿Dónde mierda está la maldita tranquera?”, pregunto en voz alta. Pasa el tiempo y todo sigue igual. En mi mente todo empezó a oscurecerse. El reloj marcaba casi las 10 de la noche. “No soporto más, hasta acá llegué”, pensé tras más de 27 horas de carrera. Y me detuve un segundo. Unos pasos más, y me reté: “Basta”, dije en vos alta. Miré el reloj y marcaba 108K. “Si llegaste hasta acá, aunque sea gateando pero vas a cruzar el arco”, me ordené. Thao me miró y me dijo: “Así se habla. Vamos”.

Después de una hora, apareció la tan codiciada y odiada tranquera. La cruzamos y comenzamos un descenso lento de más o menos 1K hasta desembocar en el lago Lácar, a apenas 6 cuadras del arco.

No se de dónde saqué fuerzas, pero las últimas 5 cuadras las hice al trote, entre los gritos de aliento de las gente que me robaban una enorme sonrisa y lágrimas de desahogo y satisfacción. Fueron 28.40hs de carrera cuando cruce el arco y recibí mi medalla de finisher.

Llegar fue mucho más que haber cumplido el objetivo. Los dolores musculares pasaron a segundo plano, por un rato. Al punto de que, 48hs. más tarde y varios miorrelajantes, ya estaba pensando en volver a la montaña. Porque Patagonia Run me enseñó que el hombre es capaz de sortear las mayores adversidades si se lo propone. Y que la vida sin desafíos es demasiado aburrida. Porque lo que más vale es la libertad que deberíamos aprender a valorar más, sobre todo después de un año de pandemia y encierro.  

Fotos: Gentileza Patagonia Run - Fotos de Aventura - Marcelo Tucuna

Pablo Berisso

Pablo Berisso

Redactor especial.

Comentarios