Cuando Donald Trump llegó a la presidencia, una de sus primeras decisiones consistió en erradicar la versión “en español” del website de la Casa Blanca. En ese contexto decidimos crear un premio de novela en Español. Suena delirante pero resulta que cualquier iniciativa de literatura en español en USA reviste ese tinte.
En mayo de 2001 mudé parte de mis libros y de mi ropa a Miami, la última ciudad en el mundo que hubiera elegido para afincarme. Pero me sedujo MTV con una buena propuesta laboral y una visa provisoria que representaba por lo menos un puerto de entrada a la reinvención: aquí me convertí en escritor. En septiembre atentaron contra las torres gemelas y en diciembre voló de la Rua. Todo eso me demostró que ya no quedaban paraísos.
En aquella época y recién aterrizado, no rechazaba ningún tipo de social. En varios de ellos me cruzaba con el escritor argentino Hernán Vera Álvarez. Mientras dábamos cuenta de vinos de procedencia dudosa en vasos de plástico comentábamos la escasa actividad literaria de la ciudad. Hernán suele opinar que lo malo de Miami es que no tiene mitos ni fantasmas; no hubo un Borges o un Vargas Llosa caminando estas calles, ni personajes de libros que pasaran a la historia. Pero agrega que lo bueno de Miami es que no tiene mitos ni fanstasmas, que tenemos el desafío de crearlos. Unos años más tarde, ya convertido en co-editor de Suburbano Ediciones (SEd) junto a Pedro Medina León, fui invitado a formar parte de Viaje One Way, la primera antología de autores de Miami. Debo destacar que antes de Suburbano existió una inmensa actividad de la comunidad cubana, los casi locales. Pero hablamos de una época previa a las redes sociales, de una colectividad muy endogámica y que por obvias razones escribía mirando siempre a la isla.
Pedro, un limeño que llegó más o menos en la misma oleada migratoria latinoamericana, fundó Suburbano en 2009 y lo fue convirtiendo, —con su magazine digital y su sello— en un pilar importante de la lit en español. Pero ¿cómo es escribir desde Estados Unidos?
Más allá de Donald Trump, escribir en español en este país constituye un acto de resistencia. La industria editorial doméstica es gigante y exhibe orgullosamente su cuota ínfima de autores latinos pero que se desempeñan en inglés. Su contraparte en español, es inexistente y solo depende esfuerzos individuales. El US Hispanic literario se siente más afín a iberoamérica que a las barras y las estrellas. Medina León suele decir que en el aeropuerto de Barajas hay más librerías especializadas en español que en todo Estados Unidos. Por eso cada vez que viajamos a Buenos Aires o CDMX, volvemos con las valijas repletas de libros. Un poco porque accedemos a títulos que aquí no se consiguen pero sobre todo por el placer de entrar a una tienda, recorrer las distintas secciones, hojear publicaciones, percibir el aroma del papel. Cruzarse por azar con ese autor que nos recomendaron en algún zoom. La paradoja inicial de nuestra literatura de la resistencia reside en que no sobreviviría sin Amazon.
Las primeras generaciones nacidas aquí viven en inglés, con lo cual nuestra ilusión para desarrollar autores depende de los inmigrantes. Los que vienen a vivir y los que vienen a estudiar o enseñar. La Academia norteamericana, constituye una oportunidad única para agenciarse una vida tranquila y mucho tiempo para escribir. Tengo un hijo de quince años born in the USA que se defiende con su acento argentino-(porteño-cordobés)-americanizado, mechado con expresiones del estilo “bastala, papá” o “polishear” e infinidad de anglicismos. Una segunda paradoja de la literatura en español en Estados Unidos consiste en que tal vez no escribamos para nuestros hijos. Que nuestra voz literaria les resulte desconocida. Y que tal vez algún día les llegue más nítida a través de una traducción.
La idea de "Suburbano" consiste en tender puentes con España y Latinoamérica para establecer a Miami en el mapa de la lit en español. Incorporamos a nuestro catálogo nombres como el de la boliviana Giovanna Rivero, la peruana Jennifer Thorndike o el argentino Enzo Maqueira. Pero necesitábamos dar un paso más arriesgado. En este contexto creamos el Premio SEd de novela. Y por ser el primer año, nos salió bastante bien: recibimos más de cuatrocientas novelas. Hernán y yo fuimos parte del jurado al que se sumó la venezolana Raquel Abend van Dalen. El día que hicimos la video conferencia para encontrar al ganador, me tocó proponer en primer lugar mi tríada de candidatos en orden descendente. Cuando postulé a Flores de la calle de Alina Green (el seudónimo que utilizó la argentina Marina Condó) oí gritos de júbilo en el zoom. Fue unánime: en quince minutos habíamos resuelto la cuestión de nuestro primer Premio SEd. Me dió la sensación de que se trataba de una historia escrita con mano suelta pero muy trabajada. Mitad policial, mitad “road movie”. Pero toda una historia de amor. Una periodista que sale a buscar la verdad detrás de un robo a un bingo. Y una entrevistada que la desentraña y expande con un viaje a Córdoba en el que ella misma busca cerrar cuentas pendientes. Una historia callejera y visceral que no te deja respirar (“Flores de la calle” de Marina Condó, ganadora del primer SED Premio de novela, puede encontrarse en Amazon.com en formato e-book y en papel).
Tal vez esa sea una paradoja más de nuestra condición literaria del desarraigo y la reinvención. Donde poner a Miami en algún mapa requiere premiar una novela que exuda calles argentinas. Una que nos provocó gritos de júbilo.
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por Gastón Virkel
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