Uno de los aspectos diferenciales de argentinas y argentinos
es nuestra inigualable capacidad de autodenigración. Somos
campeones en eso de hablar mal de nuestro “país de mierda”.
Hace pocos días uno de nuestros economistas se solazaba en
el canal CNN contándole al mundo lo mal que anda nuestra
economía y lo inconveniente que era invertir en nuestras
empresas y mucho menos instalar nuevas. Es imposible que
economistas brasileros, polacos o taiwaneses hagan lo
mismo.
Citemos a mi maestro Jauretche: “Al tilingo la mierda no se
le cae de la boca ante la menor dificultad o desagrado que les
causa el país como es. Pero hay que tener cierta comprensión
para ese tilingo, porque es el fruto de una educación en cuya
base está la autodenigración como zoncera sistematizada.
Así, cuando algo no ocurre según sus aspiraciones reacciona,
conforme a las zonceras que le han enseñado, con esta
zoncera también peyorativa. La autodenigración se vale
frecuentemente de una tabla comparativa referida al resto del
mundo y en la cual cada cotejo se hace con relación a lo
mejor que se ha visto o leído de otro lado, y descartando lo
peor”.
De acuerdo a don Arturo esta compulsión nos ha sido
inoculada como un mecanismo facilitador de dominio por
parte de poderosos de afuera. Un débil sentimiento nacional,
un flaco amor por la patria, nos hace expugnable ante la
voracidad ajena. Es ésa una de las causas de nuestra
desorbitada corrupción: si no se rinden cuenta ante Dios
tampoco se lo hace ante una devaluada patria y tampoco ante
los compatriotas perjudicados.
Es parte de nuestra identidad, extendida en todas las clases
sociales y azuzada por los medios, valorizar lo ajeno antes
que lo propio. Nuestros políticos, nuestros artistas, nuestros
pensadores, nuestras industrias, etc. son siempre inferiores a
las de otros países que van cambiando de acuerdo a las
modas, lo fue Brasil, Noruega, Alemania, últimamente se
nos ha impuesto Australia.
Sin embargo hoy, en vibrantes tiempos electorales, es más
que evidente que vivimos en una democracia que debería
enorgullecernos, a la que llamaremos imperfecta sólo por
modestia. Si damos credibilidad a lo que se lee, se escucha y
se ve nuestro sistema político es un esperpento mal oliente.
Sin embargo en un mundo como el actual, infestado de
horrendas guerras civiles, de amenazas nucleares, de
hambrunas devastadoras, lo nuestro se parece a un vergel
democrático.
¿En qué otros países todos los partidos de la oposición, aún
los de extrema derecha o izquierda, también los oportunistas y absurdos, tienen amplios espacios publicitarios gratuitos
para expresar sus críticas al gobierno de turno sin censura de
ninguna especie?
Existe entre nosotros una franca libertad de expresión y los
desbalances en un mayor o menor alcance de su prédica
dependen del poderío empresarial de acuerdo a las
cuestionables pero por ahora inmutables reglas del mercado.
¿Cuántos países pueden alardear de no tener presos políticos
como podemos hacerlo nosotros aunque esté en discusión el
solitario caso de Milagro Sala?
Es el funcionamiento democrático lo que ha permitido el
recambio de partidos y personas en el gobierno. El actual lo
hizo venciendo por pocos votos al anterior.
En cuanto a la grieta no se entiende tanto jaleo. Es esencia de
la democracia que se manifiesten sin tapujos las posiciones
controversiales. “La democracia necesita tanto conflictos de
ideas como de opiniones que le den vitalidad y
productividad” (Edgar Morin).Y argentinas y argentinos
confrontamos temperamentalmente como lo hacemos
también en el fútbol, posiblemente por nuestra herencia
italiana.
En los únicos regímenes donde no hay grieta es en los
tiránicos en los que la disidencia es considerada un delito o
una traición a la patria castigada hasta con la muerte.
En nuestra historia ha habido verdaderas grietas como la que
enfrentó a unitarios y federales con muertes y sufrimiento, o
la de invasores europeos y pueblos originarios. También la
de la ominosa dictadura del Proceso con sus 30.000
desaparecidos. ¿Puede preocuparnos una grieta cuando en
todo el proceso electoral vivido en los últimos tiempos no ha
habido ni una sola manifestación de violencia de
envergadura?
Hoy hay tiranías en Bielorrusia, Taykistán, Azerbayán,
Kazakstán, Turkmenistán, Uzbekistán, Gambia, Mauritania,
Chad, Sudán, Yibuti, Somalía, Etiopía, Sudán del Sur,
República Centroafricana, Camerún, Guinea Ecuatorial,
Gabón, Congo, Uganda, Ruanda, Burundi, Angola,
Zimbabwe, Swazilandia, Argelia, Libia, Egipto, Jordania,
Siria, Irán, Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, Yemen,
Qatar, Bahrein, Oman, Brunei, Tailandia, Myanmar,
Camboya, Vietnam, Laos, China, Corea del Norte. A estos,
de acuerdo al criterio del lector, podrían agregarse Cuba y
Estos 48 países, casi la mitad del mundo, a los que cabría
agregar una decena más que están en el límite, prohiben las
expresiones y posiciones críticas, persiguen, torturan y
matan a los opositores, los periodistas democráticos pagan
su osadía con la prisión, el exilio o la muerte, denigran el rol
de la mujer hasta la esclavitud. Muchos de ellos están
ensangrentados por crudelísimas guerras fratricidas en las que se mezclan los diferencias ideológicas, nacionalistas y
tribales y que se extienden en el tiempo sin final augurable.
Tal es el caso de Afganistán, Pakistán, Somalía, Nigeria,
Siria, Irak, Sudán del Sur, Libia, Ucrania, Yemen. Habría
que incluir los conflictos interiores generados por el Estado
Islámico (ISIS) en Irak, Siria, Líbano, Libia, Afganistán,
Egipto, Nigeria y Yemen. Tampoco dejar afuera la guerra de
México contra el narcotráfico, el de Colombia contra las
FARC, el conflicto palestino-israelí. Lejos de agotar la lista
agreguemos conflictos armados en Cachemira, Baluchistán,
Birmania, Papúa, Filipinas, Dammi, Xinyang, Magreb, etc.
Vaya esta enumeración para darnos cuenta, si podemos
renunciar a la zoncera jauretcheana, que el afuera con el que
deberíamos compararnos no es la Vía Véneto ni la Quinta
Avenida, si nos hacemos ciegos y sordos ante los crecientes
problemas de Europa, como los refugiados, el terrorismo, el
Brexit, o la inestabilidad nuclear de los Estados Unidos de
Trump en su conflicto con Corea del Norte , y en cambio
asumimos la realidad dolorosa de que la democracia es hoy
un milagro en este planeta incendiado que rezuma sangre.
Salvo en nuestro querido “país de mierda”.
*Historiador.
por Pacho O'Donnell*
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