En las caminatas por las calles de ripio del country Cumelén, rodeado por el paisaje agreste de la Patagonia, Mauricio Macri tiene tiempo de pensar en lo que fue y en lo que será de su vida. En ese lugar del mundo tiene lo más preciado del lujo: no se trata de mansiones suntuosas ni de autos o camionetas de películas. Lo que más valora es la privacidad.
Entre los muros del exclusivo club, ubicado a pocos kilómetros de Villa La Angostura, el ex presidente no está de campaña, no necesita ir mascullando alguna declaración política por si alguien lo aborda, ni sonreír sin ganas para alguna selfie cholula. Ahí Macri es Mauricio. Y Mauricio necesita tiempo para decidir qué quiere para su futuro.
Mientras tanto reparte sus días haciendo actividades físicas y en reuniones sociales con amigos. “Le gusta más el deporte que el lago”, dice una vecina. Es que Macri no suele embarcarse para pasear. Lo suyo es el golf, el fútbol o el paddle, que practica con sus hijos. “Ellos la rompen jugando”, agrega la lugareña.
Cuando no está en alguna de las actividades de ocio se compenetra con el celular para hablar de política con su entorno íntimo, para participar por Zoom de alguna actividad previamente acordada o para dejar un mensaje en sus redes sociales. Además, claro, de jugar al bridge online, su debilidad. El resto del tiempo, el ex presidente piensa.
Se hace preguntas. Busca las respuestas que aún no pudo encontrar sobre su destino político. Este 2020 no salió como él esperaba. Estuvo ausente de la vida pública durante diez meses, luego de regresar al llano, y dos meses después de su reaparición decidió volver a viajar: a mitad de diciembre partió hacia la Patagonia y recién estará de regreso en Buenos Aires a fines de enero.
En octubre, cuando se decidió a romper el silencio, en una entrevista con el periodista Joaquín Morales Solá, creyó que se volvería a imponer como el líder indicutido de la oposición. No lo consiguió: cosechó elogios, pero también críticas. Y además, a esa altura ya le había crecido un competidor en su propio espacio, Horacio Rodríguez Larreta.
Al jefe de Gobierno porteño lo había subido al ring el presidente Alberto Fernández. Primero, cuando lo llamó “amigo”, lo puso a la par. Y luego, cuando vio que el alcalde no paraba de crecer en las encuestas por un manejo prolijo de la cuarentena, lo empezó a atacar. Macri necesitaba recuperar terreno. Y en esa primera entrevista tuvo una definición que cayó mal en el entorno de Larreta. “Veo con mucha alegría el crecimiento y la consolidación de Horacio, en su primera experiencia sin estar debajo de mi paraguas, en un momento difícil. Pobre”. Eso, que fue tomado como un menosprecio, definió los tantos en la relación que sigue siendo personal, pero mucho más fría que la de otros tiempos. Desde entonces, se encuentran en privado cada 15 días, lejos de lo que fue aquel tándem que trabajaba codo a codo, años atrás.
Otro que espera ansioso por saber cuál será su lugar es su ladero, Marcos Peña. El ex jefe de Gabinete intenta acercarse a Larreta para tener más oportunidades, aunque sabe que ya no tendrá la autonomía de otros tiempos para manejar la comunicación del espacio.
Desde la reaparición de Macri se potenció la idea de los halcones y palomas, definición que algunos aceptan y que otros echan por tierra. “Es una pavada eso. Hay diferencias como en todos lados, pero es parte de una coalición con reglas republicanas y democráticas”, argumentan cerca del ex presidente. Sin embargo, la distancia entre unos y otros es grande.
Analogías. No son pocos los dirigentes de Juntos por el Cambio que comparan el presente y futuro de Macri con el que vivió el ex presidente Carlos Menem en 2003, cuando decidió ser candidato. “¿Quiénes estaban ahí al lado? Poquitos. Casi nadie, te diría”, recuerda un hombre cercano a uno de los máximos protagonistas de la coalición. Y agrega: “Quedaron las viudas nomás”. Hoy, con esa figura, describen a los pocos que se mantienen de manera incondicional entre los halcones. “Las viudas” es la forma despectiva en la que se refieren, en secreto, a Patricia Bullrich y Fernando Iglesias, entre otros.
La ex ministra de Seguridad, mientras tanto, fue la encargada de reunir a Macri y Larreta antes del viaje del ex presidente al Sur. Macri quería dejar saldadas las cuentas, por eso insistió en que se vieran, a pesar de que el primer intento quedó trunco por problemas de agenda. Larreta se jugaba un punto de coparticipación en Diputados y eso los tenía demasiados preocupados como para un encuentro institucional. Entendible. Se pospuso una semana y luego sí pudieron realizar la cumbre del PRO, el 11 de diciembre en el Centro Asturiano de Vicente López. La única que lo vivió de manera virtual fue María Eugenia Vidal, que estaba aislada por un contacto estrecho de Covid. Sin embargo cuidaron de que, desde la computadora, también apareciera en la foto.
Además de definir su postura crítica ante el Gobierno, y defender a la Corte Suprema en particular y a la Justicia en general del ataque constante que están recibiendo, en esa reunión terminaron de definir posiciones. Macri, como el líder político, Larreta como el candidato. Ninguno está demasiado convencido sobre dónde terminan los límites del otro.
El ex presidente pretende algo tan simple como seguir conservando su cuota de poder a cambio de despejarle el camino a su aliado. “El candidato es Horacio”, lo escucharon decir en las últimas semanas. Pero quiere imponerle condiciones para eso: que el máximo referente del espacio siga siendo él mismo. ¿A Larreta le servirá una candidatura “apadrinada”? Las encuestas indican que puede solo: es el político con mejor imagen de la Argentina, con más de 40 puntos, mientras que los números de Macri asustan. Más del 50 por ciento de los consultados tiene una percepción negativa del ex presidente.
El jefe de Gobierno, separado desde hace pocas semanas de la wedding planner Bárbara Diez, está furioso por el espionaje ilegal que, como determinó la Justicia, la AFI macrista realizó sobre su vida privada. En esos seguimientos, los agentes apuntaban a una supuesta relación extramatrimonial de Larreta con una comunera. “Uno de los operativos se centró en analizar la relación existente entre el jefe de Gobierno y Analía Palacios, por entonces presidenta de la Comuna 9 de CABA”, escribió el juez en su descripción de los hechos. Desde las oficinas del Gobierno porteño dicen que todo es un disparate y que en la separación con Bárbara Diez no hubo terceros en discordia.
Lo cierto es que la confianza entre Larreta y Macri se resintió por ese hecho. Todavía falta saber quiénes serán parte del nuevo Juntos por el Cambio. A los peronistas de la coalición, representados por Rogelio Frigerio y Emilio Monzó, en el sector de Larreta les tienen más estima que en el de Macri. El mismo Mauricio fue quien los acusó, en un intento de autocrítica, de los males máximos de su gobierno. “Yo la delegué mi ala más política a filoperonistas tanto en la Cámara de Diputados como con los gobernadores; yo tendría que haber puesto el foco ahí porque claramente se jugaba mucho en la Argentina en poder convencer”, sentenció en la entrevista con Morales Solá. Los acusados no tardaron en responder. De hecho, desde aquel día le lanzan dardos cada vez que pueden: al cierre de esta edición, Monzó volvió a opinar que “Macri no puede ser candidato”.
En el edificio de calle Uspallata protestan cada vez que los peronistas del espacio chicanean al ex presidente. “Son los únicos boludos que lo siguen provocando”, dicen. Es que Mauricio se enoja con sus declaraciones y sale a responder. Ese ida y vuelta lo sube al ring de nuevo y provoca que tambalee el acuerdo tácito que sostienen.
La distancia entre Macri y el tándem Frigerio- Monzó es tan amplia que nadie imagina cómo harán para seguir formando parte de la misma coalición. Aunque el ex presidente entiende que sin peronistas que socaven la unidad del Frente de Todos, no se puede competir.
De hecho, a ellos irá dedicado una parte de su libro. Ese trabajo que empezó una vez que terminó la gestión y que tuvo listo a mediados de 2020, pero que por diferentes circunstancias fue demorando su publicación. Ahora que se avecina un año electoral, en el entorno de Macri desean que sus memorias funcionen como “Sinceramente”, el éxito editorial de Cristina Kirchner, que le sirvió de plataforma en la campaña de 2019. La recomendación de sus colaboradores, que el ex presidente habría aceptado, es aguardar hasta marzo para largarlo. Siete meses antes de los sufragios de medio término.
Lapicera 2021. El tetris de candidatos ya empezó a jugarse. La idea original del ala dura del PRO, de que Bullrich y Miguel Ángel Pichetto encabezarán las listas en la Ciudad y la Provincia, respectivamente, naufragó con rapidez. Los “duros” de Macri no tienen consenso en el espacio ahora que el ex presidente está débil y ausente. Por esa razón, la mayoría de los dirigentes de peso creen que la única chance de un triunfo en la Provincia de Buenos Aires está en María Eugenia Vidal, una histórica aliada de Larreta. El problema es si la ex gobernadora querrá volver al territorio que le dio la espalda en 2019.
En la actualidad está afincada en la Capital, adonde se mudó a principios de año. Desde el PH de Recoleta que remodeló, piensa en su futuro. Sabe que, a pesar de la derrota del año pasado y de la ausencia pública de este, todavía cosecha una buena imagen y eso le da margen para elegir: Provincia 2021 o Capital 2023, esa es la cuestión.
Otro que se anota en la carrera es el larretista Diego Santilli, vicejefe de gobierno porteño: las legislativas serían el trampolín para candidatearse a gobernador en 2023.
También piden pista algunos de los que fueron intendentes hasta 2019 y algún jefe comunal que, privado de una re-reelección, anticiparía su paso a la Cámara de Diputados. Párrafo aparte merecen los otros partidos que conforman la alianza opositora. ¿Cuántas bancas exigirá Elisa Carrió? La ex diputada, que ya anticipó que será candidata otra vez, es siempre una amenaza, sobre todo por su poder de fuego en los medios. Siempre es bueno tenerla de amiga. Macri sintió el rigor tras su reaparición: le hizo un desplante a “Lilita”, que le cortó el teléfono y fue a un estudio de tevé a decir: “No le hablo más”. Pudo haber sido el fin de Juntos por el Cambio, aunque lograron hacer las paces. Larreta, por su parte, tuvo un buen trato en la campaña anterior, pero tiene en su entorno dirigentes que a la líder de la Coalición Cívica no le terminan de cerrar. Monzó, por ejemplo.
El radicalismo también tiene una jugada preparada: ante tanta incertidumbre amarilla, quieren lograr ser cabeza de lista en la mayor cantidad de distritos posibles.
Como líder político del PRO –aunque cuestionado–, Macri considera que es quien aún tiene la lapicera. Pero es una batalla que ya se avecina. ¿Logrará tener la última palabra dentro del espacio que fundó? Está por verse. Por lo pronto, confía en que podrá repetir la experiencia del último tramo de la campaña 2019. Ese que lo llevó a recorrer 30 ciudades en 30 días. Aún con la contundente derrota en primera vuelta, entiende que eso se puede rescatar de la experiencia anterior.
De hecho, tanto él como los gestores de la movida, entre los que se encuentran Pablo Avelluto y Hernán Lombardi, creen que fue un antes y un después para su espacio: consideran que crearon una fuerza política con capacidad de pelearle la calle al peronismo. Y sienten, además, que fue el germen de las marchas que tantos dolores de cabeza le trajeron a Alberto Fernández durante el primer año de gestión.
Descanso. En la última semana, antes de partir hacia la Patagonia, Macri hizo un raíd de reuniones en su oficina de Olivos que incluyó tanto a propios, como Pichetto o Paula Bertol, como a extraños, porque también estuvieron el economista Roberto Cachanosky y el abogado Carlos Maslatón, quien seis meses atrás había definido al gobierno de su interlocutor como “el peor de la historia”. “En daño económico es equivalente a lo destruido por Videla y Martínez de Hoz”, había escrito en su cuenta de Twitter. Hoy, los liberales se muestran cada vez más cerca del ex presidente.
El 16 de diciembre, Macri partió hacia el Sur. Y allí también hubo polémica. Porque mientras estaba en el aire, sus custodios recibían la noticia de que la planta asignada al ex presidente sería reducida. “Encima sancionaron a los efectivos por no entregar un vehículo que les habían asignado. Esté a la altura, Presidente. No haga política barata contra la oposición”, denunció públicamente Bullrich a Alberto Fernández. La respuesta oficial fue que solo estaban cambiando los vehículos, pero no los convenció.
Lejos de esa pelea, el ex presidente llegó al Sur y se instaló en su casa. Desde que está en Cumelén, y hasta el cierre de esta edición, no escribió nada en Twitter e hizo un solo posteo en Instagram para saludar a los correntinos, porque “el chamamé es Patrimonio de la Humanidad”. Con su ida, otra vez comenzaron a revolearle en las redes sociales los memes y las cargadas por su falta de dedicación a la política. “La fama de haragán me la hicieron ustedes, los de ‘Malicias’ (como él llama a esta revista). Nunca lo fui. Toda la gente que me conoce sabe que soy un tipo trabajador”, le dijo una vez, durante una entrevista, a NOTICIAS.
Pero ahora, hasta sus propios correligionarios protestan por su ausencia en un año clave. Hubiese venido bien que Macri ponga el pecho ante tantas críticas a la gestión anterior en vez de pasar gran parte del año en la clandestinidad o emprender un glamoroso tour por Europa en el momento más crítico de la cuarentena.
Pasaron 66 días desde que volvió a irrumpir en la escena pública, en octubre, hasta que se marchó nuevamente. El ex presidente no encontró el camino allanado que pretendía para convertirse en el líder de la oposición. Fue un año que quedará en la historia, en la que muchos dirigentes sufrieron un gran desgaste. Por eso, sus viajes por el mundo, que lo mantuvieron ocupado durante la primera etapa del año, serán una factura que muchos le van a seguir pasando. El ex presidente creyó que, al volver, podría ordenar a la tribu. Pero hoy sobran caciques. Ser político part-time en un país tan convulsionado como lo es Argentina tiene su precio.
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