Tuesday 23 de December, 2025

POLíTICA | Hoy 15:14

Sin Cristina, es con fuego: la crisis de conducción del kirchnerismo

La calle, durante años activo estratégico del kirchnerismo, hoy se vuelve un problema: presión, extorsión y grietas que ya no se pueden tapar.

A diferencia de otras crisis de fin de año —históricamente asociadas, en el imaginario político argentino, a gobiernos no peronistas—, los incidentes de las últimas horas en Lanús y Quilmes exponen un fenómeno distinto y más inquietante: el desorden emerge desde adentro del propio peronismo, y lo hace en distritos gobernados por La Cámpora, el núcleo que durante más de una década encarnó la idea de conducción, disciplina y verticalidad kirchnerista.

Que en menos de 48 horas dos municipios camporistas se conviertan en escenario de protestas violentas, quema de neumáticos y hasta el incendio simbólico de un árbol de Navidad frente a una intendencia no es un dato menor ni un exceso anecdótico. Es, más bien, un síntoma. Y como todo síntoma, remite a una patología más profunda: la implosión de una autoridad política que ya no ordena, no arbitra y, sobre todo, no inspira obediencia.

En Lanús, la protesta frente al municipio que gobierna Julián Álvarez fue protagonizada por organizaciones históricamente alineadas con el peronismo territorial: el Movimiento Evita, sectores vinculados a la UTEP y agrupaciones orbitando el universo de Juan Grabois. En Quilmes, el día anterior, la escena fue similar: piquetes, enfrentamientos con la Policía, detenidos y un cruce público sin precedentes entre Grabois y Mayra Mendoza, figura emblemática de La Cámpora bonaerense.

La lectura que hacen en el camporismo es reveladora: no ven allí un reclamo social genuino, sino una acción con intencionalidad política. Una advertencia. O algo peor: una demostración de fuerza en medio de una interna que ya no se disimula. Las sospechas apuntan tanto hacia afuera como hacia adentro. Hacia afuera, porque algunos dirigentes creen que antiguos aliados —Grabois y Emilio Pérsico, entre ellos— podrían haber recalculado lealtades. Hacia adentro, porque otros señalan que la chispa no viene del “enemigo”, sino de la propia fragmentación del PJ bonaerense.

El contexto agrava esa lectura. Cristina Fernández de Kirchner, la figura que durante años funcionó como árbitro final de todas las disputas, hoy está políticamente ausente. Internada en el Sanatorio Otamendi primero, confinada luego por prisión domiciliaria en San José 1111, su capacidad de intervención es nula. El dato no es médico ni judicial: es simbólico. El kirchnerismo construyó poder alrededor de una jefatura personalísima. Sin esa jefatura, el edificio cruje.

En ese vacío emergen conflictos que antes se resolvían en privado. La pelea entre Grabois y Mendoza no es un simple desacuerdo táctico por una ordenanza municipal sobre estacionamiento medido. Es la expresión de una disputa más áspera: quién controla el territorio, quién administra la intermediación social y, sobre todo, quién se queda con los negocios asociados a la pobreza organizada. Los “trapitos” nucleados en cooperativas referenciadas en el universo Grabois no son solo trabajadores informales: son base política, caja y poder de presión.

Desde el camporismo lo dicen sin eufemismos: acusan a estos movimientos de “hacer negocios con la marginalidad”. Desde el otro lado, replican que los municipios gobiernan “de espaldas al pueblo” mientras declaman sensibilidad social contra el gobierno de Javier Milei. Ambas cosas pueden ser ciertas al mismo tiempo. Y ahí radica la gravedad del cuadro.

Lo que hasta hace poco era una alianza estratégica —La Cámpora aportando gestión institucional y los movimientos sociales garantizando calle— hoy parece un vínculo roto. Peor aún: un vínculo convertido en amenaza. El mensaje escuchado en Lanús (“si no baja el intendente, va a pasar lo de Quilmes”) no es retórico. Es extorsivo. Y marca un cambio de época.

Durante años, el peronismo hizo de la calle un activo político. Hoy, esa misma calle se vuelve ingobernable. Los desmanes de fin de año, ese viejo fantasma asociado al colapso del poder, ya no golpean a gobiernos ajenos al PJ: ahora revelan una interna incendiaria dentro de un peronismo que perdió conducción, perdió relato y empieza a perder territorio.

El dato más inquietante no es la quema de un árbol de Navidad. Es la certeza de que, sin Cristina, el kirchnerismo dejó de ser un sistema de poder coherente y pasó a ser una suma de facciones en disputa. Y cuando el peronismo se pelea consigo mismo, la calle deja de ser herramienta y se transforma en espejo. Un espejo incómodo, que devuelve una imagen difícil de aceptar: el fin de un reinado que ya no ordena ni siquiera a los propios.

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Maximiliano Sardi

Maximiliano Sardi

Editor de Internacionales.

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