En una reciente investigación del University College de Londres (UCL), se demostró que aquellas personas que duermen la siesta tenían un cerebro 15 centímetros cúbicos más grandes, lo que equivale a retrasar el envejecimiento entre tres y seis años. En ese sentido, el informe advierte que la clave es que las siestas duren menos de media hora.
La salud general del cerebro es importante para protegerlo contra enfermedades como la demencia, que está relacionada con los trastornos del sueño. Los investigadores sugieren que dormir mal daña el cerebro, provocando una inflamación con el tiempo y afectando a las conexiones entre las células cerebrales.
Los investigadores utilizaron una técnica novedosa para demostrar que la siesta es beneficiosa basándose en el ADN. Estudios anteriores han identificado 97 fragmentos del código genético que demuestran qué tan propensos somos las personas a dormir la siesta o a pasar el día con más energía. En el análisis, un equipo tomó los datos de 35.000 personas de entre 40 y 69 años como parte del proyecto Biobank en Reino Unido y comparó a los “dormilones” con los “no dormilones”.
Los resultados, publicados en la revista Sleep Health, mostraron una diferencia de 15 centímetros cúbicos, equivalente a entre 2,6 y 6,5 años de envejecimiento. En el experimento, los volúmenes cerebrales totales eran de unos 1.480 centímetros cúbicos. "Este estudio me ha convencido de que no debería sentirme mal haciendo la siesta. Puede que incluso esté protegiendo mi cerebro. Los resultados muestran un pequeño, pero significativo aumento en el volumen del cerebro”, afirmó a la BBC la profesora Tara Spires-Jones, de la Universidad de Edimburgo y presidenta de la Asociación Británica de Neurociencia.
“El principal beneficio de las siestas breves, es que contrarrestan los efectos fisiológicos que ocurren en el cuerpo desde que nos despertamos”, detalló Guy Meadows, especialista en fisiología del sueño y cofundador de The Sleep School, al medio británico. A partir del momento en que nos despertamos, “comienza a aumentar la adenosina, una sustancia química en el cerebro que es un subproducto del metabolismo”.
“Cuanto más tiempo permaneces despierto, más adenosina se va acumulando en tu cerebro, y por ello aumenta la sensación de sueño”, afirmó Meadows y agregó:”Cuando hacemos una siesta, reducimos la adenosina, metabolizamos un poco de esta sustancia en nuestro sistema, y eso nos ayuda a incrementar nuestros niveles de energía y a sentirnos más alerta y despiertos".
Este hábito ayuda a “mejorar nuestro estado de ánimo, a reaccionar más rápidamente, a reducir la posibilidad de cometer errores y a enfocarnos y poner más atención en lo que tenemos que hacer por la tarde”. Los beneficios que destaca Meadows se refieren específicamente a los que aportan las siestas cortas (llamadas en inglés power naps), cuya duración debe oscilar entre 10 y 30 minutos.
En las siestas más largas, entre 60 y 90 minutos, entramos en la fase REM (también llamada MOR, siglas en español de movimientos oculares rápidos), y ese sueño profundo es “el mismo tipo del que tenemos durante la noche y por eso conlleva los mismos beneficios”, sostiene la científica inglesa Sara Mednick, que desde hace más de 20 años se dedica a investigar los efectos del sueño.
"Si practicas todos los días dormir a la misma hora, tu cuerpo incorporará el hábito de asociar esa actividad a un tiempo específico”, afirman los especialistas. En ese sentido, sugieren que lo importante es no forzarse a dormir, sino simplemente acomodarse en la cama, un sillón o un lugar que nos resulte cómodo, oscurecer la habitación o cubrirse los ojos, y tratar de aprovechar ese momento para estar quieto y descansar
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