La dedicatoria de la autobiografía de Woody Allen es sorprendente. No porque le dedica el libro a Soon-Yi, su esposa, sino por las palabras que utiliza. “Para Soon-Yi, la mejor. La tenía comiendo de mi mano y entonces noté que mi brazo había desaparecido”. Por supuesto intenta que sean frases humorísticas, pero igual sorprende que desde el principio evoque una imagen similar a la de un amo dándole de comer a un animal doméstico.
La publicación de "A Propos of Nothing" ( "A propósito de nada") antes de que saliera a la venta, tuvo ya sus controversias. Hachette lo iba a publicar, pero luego de que Ronan Farrow, hijo de Mia Farrow y Woody Allen, protestara (es el mismo sello editorial del demoledor libro de Ronan sobre Harvey Weinstein) empleados de Hachette se unieron a la protesta y Hachette decidió no cumplir con el contrato. Unas semanas después el libro salió publicado por Arcade.
Como con sus películas, Woody Allen exigió el total control de su autobiografía, pero no puso en escribirla el mismo rigor que aplica en filmar. Lo hubiera favorecido un trabajo de edición, otra mirada un poco más severa, menos indulgente, de la que se puede tener acerca de la propia vida a los 84 años. El resultado es un libro fuera de época, de un hombre que no entiende este nuevo tiempo que le toca vivir. El tono que utiliza, a veces levemente indignado, delata esa incomprensión. Aunque viniendo de Woody Allen hay también partes de mucho humor.
Estoy escribiendo todo esto en Nueva York, en medio de una pandemia, oyendo sirenas continuamente y viendo en la pantalla de mi computadora cómo aumenta el número de muertos. En estos últimos días he pensado mucho en cómo nos olvidamos de agradecer.
Hace tiempo tuve que investigar la acusación de que Woody Allen había abusado sexualmente a Dylan, su hija adoptiva de siete años, tema al cual me referiré luego, pero antes quiero también recordar que miles de personas amaron sus películas.
Incursionó en todos los géneros: la comedia, el drama, la comedia musical, inclusive su propia versión del thriller. Además, sus películas del siglo XX son como un documental de una época y aunque se puede decir lo mismo de los directores de la Nouvelle Vague francesa o del neorrealismo italiano, no es un atributo tan común en los estadounidenses.
Desde 1959 filmó 48 películas y en 28 de ellas actuó. En su autobiografía se refiere a algunas en el principio de su carrera. Take the Money and Run (Robó, huyó y lo pescaron), Bananas, Sleeper (El dormilón), todas comedias que enseguida lo hicieron famoso. Bananas pareció ser una parodia de militares y sus golpes de estado, pero él aseguró que no había querido expresar ningún mensaje político, a pesar de que se inspiró en una novela sobre una revolución en Latinoamérica. En cuanto a Sleeper quiso que fuera una comedia épica, dividida en dos partes. La primera, la vida de un hombre alrededor de 1970 en la ciudad de Nueva York y que por una coincidencia desafortunada es congelado en un hospital. Centenares de años después es descongelado y se encuentra en un mundo distinto, que no se parece en nada al que conoció. Al final solo filmó esta segunda parte. El mundo del futuro que imagina es uno computarizado donde todas las personas son iguales, seres obedientes, con sus cerebros también funcionando como máquinas, que siguen a la perfección los mandatos de la sociedad.
Las películas serias como se las llamaba cuando se estrenaron: September, Stardust Memories (Recuerdos), Interiors no tuvieron éxito de taquilla. Fueron inspiradas en parte en las películas de Ingmar Bergman, su director preferido, como también lo fue Another Woman (Otra mujer). En una conversación telefónica con Bergman éste le contó que él también tenía momentos de pánico en el set cuando pensaba que no iba a saber dónde poner la cámara.
El escritor Norman Mailer le escribió a Allen que su película favorita había sido Stardust Memories. El tema central es acerca de un hombre que tiene aparentemente todo: dinero, fama, pero que vive ansioso y deprimido. No es el personaje con quien Allen más se identifica. En su autobiografía dice que es Cecilia en Purple Rose of Cairo (La rosa púrpura de El Cairo), la mujer que pasa la mayor parte de su tiempo en una sala de cine, enamorada de lo que ve en la pantalla.
Annie Hall (Dos extraños amantes) ganó cuatro Oscars, entre ellos al mejor director, pero Allen no fue a recibirlo. Un gesto que Hollywood consideró un desdén. Cómo era posible que alguien se negara a participar en la mayor ceremonia de premios para el cine.
Al día siguiente él leyó la noticia en el diario mientras comía sus cereales e inmediatamente volvió a trabajar en el libreto de su próxima película. Para Allen lo único que cuenta, dice él, es el trabajo bien hecho y seguir trabajando.
Durante mucho tiempo el estreno de una de sus películas era una ocasión para pasar un buen rato. Usaba mucho el recurso del voice over (ahora tan desacreditado) para sus personajes del hombre lleno de aversiones, que conquistaba con su ingenio y vivía insatisfecho hasta cuando conseguía sus deseos. Nos hacía partícipes de sus rarezas y obsesiones como si fueran mucho peores que las nuestras, lo que nos aliviaba de tener que sufrir las propias.
En su autobiografía, habla de una sola fobia: lo mucho que le cuesta entrar en un lugar donde hay algún tipo de evento social. Aunque también parece tener una repulsión importante con la idea de compartir un baño, como le ocurrió con el padre de Mariel Hemingway.
Según él la neurosis que la gente le adjudica viene de su facilidad para actuar el personaje del neurótico, pero en realidad es una persona muy estructurada. No fuma, no se droga, no toma ninguna sustancia que altere su conciencia y nunca probó marihuana.
El talento de Woody Allen para el humor es tal que en un evento le decía a su audiencia que la vida era terrible y la única manera de ser feliz era contarse mentiras, engañarse continuamente y de todos modos qué importaban las mentiras que vivíamos contándonos, si en cien años íbamos a estar todos muertos. La audiencia se reía a carcajadas como si fuera el mejor de los chistes.
Alguna gente no lo encontraba ni lo encuentra gracioso, pero el sentimiento en general antes de que su vida personal ensombreciera su carrera fue que una película de Woody Allen se distinguía entre todas las otras por su originalidad, por su manera tan particular de ver las cosas. Hubo sin duda una identificación de los espectadores con esos personajes excedidos por los problemas del amor que reflexionaban incansables sobre el sentido de la vida.
En la autobiografía de Mia Farrow, What Falls Away, ella contó que Allen era mucho más seguro de sí mismo de lo que aparentaba en sus películas y tampoco tan divertido. Además, era un snob que encontraba indignante las remeras rosas que vestía la hermana de Mía, Stephanie. Tampoco toleraba sábanas de polyester y tenía cantidad de requisitos de cómo debía ser el desagüe de su ducha.
Curiosamente, por ser una autobiografía, hay pocas observaciones sobre su experiencia como director. Siempre dejó que los actores hicieran lo que sus roles les inspiraba. Si eran óptimos profesionales sabían lo que debían hacer. Su conclusión principal es que las películas fallan cuando el libreto es flojo, y cuesta mucho más escribir un buen guion que dirigirlo. Según él, ningún director puede hacer una película de calidad con un mal libreto y lo más difícil es verle los errores antes de filmarlo.
Una de sus películas preferidas es Husbands and Wives (Maridos y esposas). Un ejemplo de ingenioso guion. Combina las historias paralelas de dos matrimonios de una manera casi perfecta por cómo se complementan. Empieza con una pareja anunciando que han decidido separarse porque desean distanciarse por un tiempo. La pareja que los escucha (Woody Allen y Mia Farrow) se muestran consternados, mucho más dolidos por esa decisión que el matrimonio que se está separando. A partir de ahí la historia da varias vueltas y termina exactamente en el lugar contrario de donde empezó. Un guion realmente logrado, que él imaginó cuando ya estaba con Soon-Yi, la hija de Mia Farrow. La filmó a la madre, su pareja oficial, como una mujer poco atractiva, que le preguntaba continuamente al personaje del marido, actuado por Allen, si la deseaba todavía o se sentía atraído por otras mujeres. Cuando Allen contestaba: “¿Cómo quién?” las audiencias, después de enterarse de su affaire con Soon-Yi, se reían a las carcajadas, dispuestas a festejar otra de sus bromas.
Crimes and Misdemeanors (Crímenes y pecados) también tiene dos historias paralelas, aunque para Allen la mezcla entre comedia y drama de esa película no fue fácil de combinar. Le hubiera gustado quitar las escenas donde él actuaba. Sin embargo, es justamente la liviandad de esa parte que enriquece la densidad de la otra. Como en Match Point, el tema del crimen que no se castiga es central. También en Cassandra’s Dream (El sueño de Cassandra) salvo que aquí el castigo llega cuando la conciencia del criminal se atormenta por lo que hizo.
Antes de que causara asco verlo en sus películas besar a mujeres mucho más jóvenes, pudo estar en la cama con Muriel Hemingway sin demasiada condena. Manhattan fue un éxito absoluto en todos los países donde se estrenó. Le valió estar en la tapa de la revista Time y ser proclamado como un genio de la comedia. Sin embargo, cuando él terminó de editarla no le gustó. Ofreció a los directivos de United Artists hacer otra película renunciando a su sueldo de director si no la estrenaban, pero no le hicieron caso.
Mucho en esa película, según él, fue el resultado de la suerte. Por ejemplo, se enteraron de que iba a haber fuegos de artificio y los filmaron. Después hubo una espectacular tormenta de nieve y también pudieron filmarla desde la terraza del departamento de Allen en Quinta Avenida.
Una de las cosas que más sorprende de la vida de Woody Allen es la suerte que tuvo. En los recuerdos que evoca es asombroso lo fácil que le resultó avanzar en su vida profesional, conseguir lo que quería, aunque se lamenta de no haber filmado una película genial. El mismo dice que tuvo más suerte y éxito del que merece.
De chico pasaba tardes enteras en el cine, haciendo comentarios sobre lo que estaba viendo y la gente se reía. Alguien le dijo que escribiera esas ocurrencias porque eran graciosas.
En sus comienzos como director de cine no tiene ninguna de las anécdotas que cantidad de gente famosa cuenta en sus autobiografías: la persona que los rebaja, los humilla y los niega. No tuvo obstáculos, o al menos no menciona ninguno.
La parte más genuina y probablemente más sincera de su libro es su infancia, la familia, los parientes, el barrio de Brooklyn donde vivía, la radio prendida continuamente cuando la música pop de la época eran Cole Porter, George Gershwin, Billie Holiday, que evidentemente luego le darían el gusto por el jazz y por tocar el clarinete.
También le gustaba la magia, los trucos de cartas, la trampa del póker. Dice que heredó de su padre el DNA de la deshonestidad en el juego.
A los 16 años empezó a escribir frases ingeniosas y divertidas que enviaba a periódicos y finalmente una de ellas apareció publicada. Luego escribió frases que eran un recurso publicitario para celebridades que supuestamente las decían y aparecían publicadas en los diarios como si un reportero las hubiera escuchado.
Era una máquina para producir gags. En el subterráneo desde su colegio hasta el lugar de su trabajo, un recorrido de media hora, escribía por lo menos veinte. A los 18 años triplicaba el dinero que su padre y su madre ganaban entre los dos.
Tuvo suerte con las dos primeras películas donde intervino como escritor y actor. What’s New Pussycat (Qué hay de nuevo Pussycat) fue un éxito comercial a pesar de las malas críticas. Casino Royale en la cual actuó fue un desastre cinematográfico, pero ambas le aseguraron largas estadías en Londres, Paris, el sur de Francia y Roma, además de estar con actores renombrados. Un privilegio para un principiante. La experiencia además fue útil porque se prometió que exigiría un control absoluto sobre las películas que planeaba filmar en el futuro. Nada de productores o financistas diciéndole lo que debía hacer.
En una prueba de actores para la película Play it again Sam (Sueños de un seductor) –escribió el guion sin dirigirla –conoció a Diane Keaton. Vivieron juntos por un tiempo y ella después fue su amiga más fiel, la que más lo defendió en el momento de las acusaciones. A pesar de lo mucho que ella comía cuando estaban juntos, detalle que él por supuesto notó, dice haberse enterado de su bulimia cuando leyó la autobiografía de Keaton.
Cuando se refiere a su relación con Mia Farrow enumera todas las cosas de ella que hubiera podido advertir y que no percibió en su momento. Da la impresión, sin embargo, de que su supuesta ceguera estuvo causada en parte porque consideraba a Mia Farrow Hollywood Royalty. Hija de actores, actriz en una película extraordinaria como fue Rosemary’s Baby de Roman Polanski, casada con Frank Sinatra y luego André Previn, y que vivió mucho tiempo en el sector privilegiado de Manhattan. Una vida, como dice Allen, con la que él fantaseó desde muy chico en los cines de barrio. Esas bellas mujeres que fumaban con boquilla y bebían tragos en amplias terrazas. Él las llamaba comedias del champagne. Historias que ocurrían en penthouses entre corchos saltando en el aire. Esas mujeres hermosas, sensuales, que vestían ropa de entrecasa que ahora se pondrían, como dice Allen, para una boda en Buckingham Palace. Todos bebían y nadie vomitaba. Apenas ganó suficiente dinero se compró un penthouse sobre Quinta Avenida con vista sobre Central Park. Ahí quiso llegar desde Brooklyn y ahí llegó.
Sorprende un poco la manera en que se refiere a su vida amorosa. La divide entre las relaciones duraderas y las que fueron solo un pasatiempo. A estas últimas casi ni las nombra, salvo por las hermanas de Diane Keaton y una actriz que siendo muy joven actuó en Annie Hall. Es como si quisiera convencer al lector, porque antes se convenció a sí mismo, de que su vida amorosa estuvo en los límites de lo normal: relaciones duraderas, comprometidas, fieles, con personas de más o menos su edad. Insiste reiteradamente que nunca tuvo aventuras, para usar la palabra que usa, con mujeres que trabajaban para él. Da una larga lista de la cantidad de oportunidades que les dio, pagándoles lo mismo que a los hombres, lo que en verdad es bastante excepcional.
De joven, en el colegio secundario, quería siempre conquistar a las chicas con su ingenio y siempre lo rechazaban. El estilo que le gustaba era la que vestía todo de negro, usaba aros de plata y leía Proust en francés. Solo para seducirlas y tener un tema de conversación hizo un esfuerzo por cultivarse.
Su primera esposa, Harlene Rosen, era una estudiante de filosofía con quien se casó a los veinte años. Cuando se divorciaron, él ya estaba en una relación con quien sería su segunda esposa: Louise Lasser. Estuvo muy enamorado de ella, a pesar de lo infiel y desequilibrada que era. Da como ejemplo de su rareza una conversación telefónica que tuvieron cuando él estaba en Europa. Después de varios minutos de estar hablando Louise, casi al pasar y sin darle mucha importancia, le contó que unos días antes su madre se había suicidado.
Debieron tener un matrimonio bastante especial porque cuando fueron a la ciudad de Juarez para divorciarse, durmieron juntos la noche antes.
Lo sorprenden las falsas percepciones que la gente tiene de él, por ejemplo, que es un intelectual sin ninguna habilidad para los deportes. Afirma que ambas cosas son falsas, que en su casa no había libros, salvo The Gangs of New York, y que él era muy atlético: corría, jugaba bien al béisbol, y jugó al tenis por décadas (suena a broma, pero aparentemente no lo es).
No tuvo mayores contratiempos financieros, como muchos directores de cine que se arruinan. Tuvo un penoso conflicto con una amiga de muchos años, Jean Doumanian, la productora que lo estafó y no quiso darle el dinero de las ganancias de sus películas. Finalmente tuvo que ir a juicio para recuperar lo que era suyo, pero antes de que eso ocurriera, iba a comer con ella casi todas las noches a Elaine, un restaurante del Upper East Side de Manhattan. A pesar de que la comida era espantosa y los precios exorbitantes comió allí durante todas las noches por casi diez años.
En este restaurante conoció a Antonioni y Resnais y Tati. De Antonioni dice que era un director brillante, pero sin ningún sentido del humor. Tati le recomendó que ahorrara dinero para sus viejos días (Tati se arruinó con su última película). A ese restaurante también iban Norman Mailer, Tennessee Williams, Mary McCarthy, Robert Altman, Nora Ephron, Gore Vidal, en parte porque era uno de los pocos restaurantes en aquella época abiertos hasta muy tarde.
Como no podía ser de otra manera hay detalles graciosos en la autobiografía de Woody Allen. Por ejemplo, cuando decide que va a tomar clases particulares para aprender a cocinar. Las clases lo dejaron físicamente agotado y a la tercera abandonó. Podrían haber sido una escena en sus películas, como por ejemplo cuando Keaton y él quieren cocinar langostas en Annie Hall, pero son demasiado sensibles como para tirarlas en el agua hirviendo.
Entre los desafíos de su carrera de director menciona haber filmado Zelig y A Midsummer Night’s Sex Comedy al mismo tiempo. No fue tanto el trabajo que significó sino hacer el cambio emocional de un tema al otro. Zelig es el aparente documental de un hombre que sobrevive siendo quien los otros esperan de él y copiando cómo se debe ser según lo que la sociedad determina uno debe ser. Tristemente, según Woody Allen, es el modo en el cual viven millones de personas y la base del fascismo. En cambio, la otra película es una comedia totalmente disparatada, de parejas mal avenidas, y que le permitió a Mia Farrow, como contó en su autobiografía, notar lo mucho que Woody Allen y la hermana de Mia, Stephanie, flirteaban durante la filmación (ella trabajaba de stand-up para Mia en las mediciones de luz).
Evidentemente a Woody Allen le gustaron las hermanas. Encontró encantadoras las de Diane Keaton, Robin y Dory con quienes tuvo breves romances, y en su libro halaga los buenos genes de todas ellas, incluyendo a la madre.
De ese gusto casi incestuoso probablemente le vino la idea para Hannah and Her Sisters. Es la historia de Hannah engañada por su marido con su hermana.
En su autobiografía, Mia Farrow cuenta que su madre, Maureen O’Sullivan, también actriz (fue la novia en la primera película de Tarzán) quedó algo impresionada cuando leyó el guion y le preguntó a su hija si no copiaba demasiado las personalidades e historias de sus vidas. La madre de las hermanas estaba descripta como una mujer a menudo ebria, una seductora incansable a pesar de la vejez, y muy adepta a usar malas palabras. Una descripción casi perfecta de la madre de Mia.
Hannah es una actriz talentosa, la única de las hermanas que logró reconocimiento por lo que hace, pero también es la que vive convencida de la perfección de su propio mundo, sin darse cuenta de lo que ocurre a su alrededor, entre otras cosas que su marido se acuesta con su hermana. La película fue filmada en el departamento de Mia Farrow y, como dice ella, con Michael Caine acostándose en su cama. No era un departamento de esos despojados y ascéticos. Los estadounidenses tienen una tendencia a acumular objetos inútiles.
Moses Farrow, el hijo adoptado por Mia Farrow que de chico le pidió a Woody Allen si podía ser su padre y que durante décadas eligió no verlo más para no traicionar a su madre, escribió que el ático en la casa de Mia en Connecticut, el lugar donde supuestamente ocurrió el abuso de Dylan Farrow, era de tamaño reducido. Estaba lleno de esas cosas que ocupan lugar, pero no se pueden tirar por razones afectivas: objetos viejos, baúles con ropa que no se usa más ni se va usar, y muchos ratones. He visto áticos similares. Como Moses dudo de que haya habido un tren eléctrico, armado y enchufado, dando vueltas del modo en que lo expone Dylan Farrow cuando describe el abuso de Allen. Nadie guarda un tren eléctrico funcionando en un ático de esas características.
Sin embargo, no creo que ella mienta. ¿Qué es la mentira? Lo que sabemos no es verdad, pero ella no sabe porque para ella ocurrió. Quizás no cómo lo describe, pero sí de alguna manera aproximativa. El tiempo, como hace el tiempo con los recuerdos, le agregó detalles narrativos. La memoria interpreta y distorsiona.
En su autobiografía Woody Allen relata, sin aclarar las razones, que la policía le sacó pelos de la cabeza. Lo señala porque le hizo pensar en cómo sería esa experiencia en gente no famosa como él. Parece un comentario de conciencia social repentina. Lo que no menciona es por qué la policía quería pelos suyos: para compararlos con uno que encontraron en el ático. Mientras tanto, Woody Allen decía por televisión que él nunca había estado allí, que como todos sabían era un famoso claustrofóbico. Cuando los pelos coincidieron, dio otra versión: probablemente alguna vez Mia le habría señalado el ático y él habría entrado para mirar.
“Siempre está flirteando con las chicas,” le dijo la maestra a la madre de Allan Konigsberg (el nombre de Woody Allen de chico) después de encontrarlo besando a una de ellas en un armario. Les mandaba invitaciones sugiriendo compartir tragos, como veía hacer a hombres y mujeres en las películas. En su autobiografía recuerda que le gustaba todo acerca de las chicas: su compañía, su autonomía, el sonido de sus risas. En una entrevista para la revista Playboy en 1967 le preguntaron a Allen si quería tener hijos y él contestó: “Ocho o doce chiquitas rubias. Amo a las chicas rubias”. Durante un viaje a Europa con Mia embarazada (de quien primero se llamó Satchel y ahora Ronan) y con la chiquita rubia Dylan ya adoptada, lo entrevistaron para la BBC. ¿Qué sentía al ser padre a los 50 años? Allen contestó: “Sería muy importante para mí si fuera una chica”.
Mientras tanto Mia Farrow iba notando que la adoración de Woody Allen por Dylan tenía un componente físico que a ella le molestaba. El modo en que entraba en la cama de Dylan en calzoncillos, enroscaba sus piernas con las de ella como si fuera un juego, y si bien todo podía ser considerado risueño y afectuoso, no era exactamente la relación indicada de un padre con una hija.
Woody Allen dice que antes de su affaire con Soon-Yi, la relación con Mia Farrow era ya distante. Ella le pidió que le devolviera las llaves de su departamento y que no fuera a verlos a Dylan y Satchel sin avisarle. Según ella, porque ya había varios detalles en el trato de Allen con Dylan que le molestaban. Hasta que llegó ese día cuando Mia descubrió las polaroids eróticas de Soon-Yi sobre la chimenea de Allen.
Convengamos que cualquier madre en esas circunstancias tendería a proteger a su hija de 7 años, la edad de Dylan en ese entonces. The Child Sexual Abuse Clinic of the Yale-New Haven Hospital and New York State Child Welfare, los dos organismos, investigaron las denuncias de Mia Farrow y no las consideraron fundadas, en parte porque el testimonio de Dylan era inconsistente.
Woody Allen por supuesto niega todo y, sin embargo, hay una fotografía de él que vi hace mucho tiempo y que me llamó la atención. Dylan, chiquita, gordita, con sus rulos rubios, sentada con las piernas abiertas sobre la cadera de Woody Allen que está parado al lado de una cámara sobre un trípode. Hay en la cara de Allen adoración. Él en su autobiografía lo repite continuamente: la adoraba, pero el modo de mirarla, de tenerla no era un modo paternal. Había una fuerza erótica, una obnubilación de todo lo que lo rodeaba. Tenía un aire enamorado, subyugado, y quizás sí la tocó entre las piernas. Muchos pedófilos quedan psicológicamente en la infancia y niegan serlo porque se consideran chicos ellos también. Quizás tocarla fue algo lúdico para él, algo así como el juego del médico que muchas chicas y chicos jugaban en la niñez, y que él ni siquiera registró como inapropiado. Lo que de haber sido así no lo absuelve en absoluto. Allen dice que en la investigación de ese caso él aceptó que le hicieran un polígrafo y Mia Farrow no.
Lo cierto y finalmente lo único que se puede afirmar con seguridad es que, por las decisiones de Woody Allen, como engañar a Mia Farrow con su hija Soon-Yi, varias vidas quedaron destrozadas. Quizás un día Ronan Farrow, en un gesto de justicia hacia su madre y su padre – no cree ser hijo de Frank Sinatra como dice Mía –decida investigar todo este tema como lo investigó a Harvey Weinstein. O quizás no, porque es muy difícil dudar de lo que siempre dimos por seguro.
En definitiva, no es un libro para entender mejor el lado oscuro de Woody Allen. Para eso, mejor mirar sus películas. Es un libro más bien para enterarnos, si es que tenemos tal curiosidad, de la versión humorística y elaborada que tiene de él mismo.
por Flaminia Ocampo
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