Agarrate Catalina. Catalina era una trapecista que formaba parte de la troupe de un circo que recorría los distintos barrios de Buenos Aires en la década de 1940. Su bisabuela, su abuela y también su madre habían sido trapecistas, y quiso la desgracia que todas hubiesen muerto en accidentes de trapecio. Aun así, Catalina continuó con la tradición de su familia y prosiguió trabajando en el circo. Esto, además del espectáculo, generaba una atracción extra de parte del público, tal vez morbosa, por lo cual era común que, al comenzar su número, alguien siempre le gritara “Agarrate bien, Catalina”, frase que con el tiempo se transformó en “Agarrate Catalina”.
Una segunda versión adjudica esta locución al famoso jockey uruguayo Irineo Leguisamo, inmortalizado por Carlos Gardel (1890-1935) en el tango “Leguisamo solo”, quien solía montar una yegua llamada Catalina y a quien el jockey le decía antes de cada carrera: “Agarrate Catalina, que vamos a galopar”.
De una u otra manera, este dicho todavía se utiliza para advertir a alguien sobre una situación peligrosa o difícil que exige cierto coraje para afrontarla.
Al que quiera celeste que le cueste
El origen de esta locución, según una de las fuentes más documentadas, está relacionado con el arte. Durante el Renacimiento (siglos XV y XVI), resultaba muy difícil obtener el color azul para las pinturas de los cuadros, los frescos de las catedrales y, en algunos casos, para las esculturas.
Esta tonalidad solo se conseguía a partir del lapislázuli, una piedra preciosa proveniente de Oriente, que permitía la obtención de un bello color azul, muy resistente al paso del tiempo.
Cuando un clérigo o un noble encargaba un cuadro, se calculaba a priori cuánta pintura de oro y cuánta de azul de ultramar, como se la llamaba en su época, llevaría. Cuanto más de cada una, mayor sería el costo de la obra. El celeste, al que hace referencia esta frase, se obtenía mezclando azul de ultramar con blanco.
Quien quiere algo valioso deberá sacrificarse para lograrlo y en algunos casos pagar el precio que se le pida. Ese es el significado con el que la expresión en cuestión llega hasta nuestros días.
Atorrante
A fines del siglo XIX, se decidió la colocación de grandes caños de desagües cloacales en la costanera de la ciudad de Buenos Aires, donde hoy se encuentra Puerto Madero, obra que se demoró más de lo pensado, dado que las enormes zanjas que los contendrían debían cavarse a pico y pala.
Mientras tanto, los caños en cuestión permanecieron en un descampado, a la vista de todos y con grandes letras estampadas a lo largo, con el nombre de su fabricante francés: “A-Torrant”. El hecho de que muchos indigentes, a los que en su momento se llamaba vagos o linyeras, merodearan la zona y que, en algunos casos, también durmieran dentro de ellos, dio origen a la palabra atorrante, que obviamente deriva del nombre de la empresa que los proveía.
Hoy utilizamos este término para identificar, peyorativamente, a los vagabundos, a los perezosos y también a los que no gustan del trabajo. La expresión “irse a los caños” para describir una situación de alejamiento o de quebranto económico reconoce el mismo origen.
Como bola sin manija
Los pueblos originarios de nuestro país cazaban con boleadoras que tenían tres piedras envueltas en cuero. A la más pequeña se la llamaba “manija”, porque de ahí las agarraba el indio para darles la dirección correcta.
Las boleadoras que solo tenían dos piedras eran mucho más difíciles de controlar, sobre todo en lo que a dirección se refiere. De ahí el origen de la expresión “como boleadora sin manija”, que con el tiempo derivó en “como bola sin manija” para describir a quien va de un lado a otro, perdido, desorientado y sin saber qué hacer.
Croto
Poco después de asumir, Don José Camilo Crotto, gobernador de la provincia de Buenos Aires entre 1918 y 1921, estableció, por medio del decreto N° 3 de 1920, que los braceros que viajaran por ferrocarril a levantar la cosecha no abonarían el pasaje.
Era común, en ese entonces, ver a estos trabajadores, también llamados “golondrina”, por estar de paso en un lugar donde hubiese trabajo, presentar sus credenciales en las estaciones, para poder viajar por Crotto, como se decía en esa época, para referirse al decreto firmado por el nuevo gobernador.
El hecho de que la mayoría de ellos estuviesen mal vestidos, no solo por el tipo de labores que realizaban, sino también por la extracción social a la que pertenecían y de que viajaran en vagones de carga, muchas veces en los techos, le dio a este término la connotación que todos conocemos. Esquina de Crotto, situada en las proximidades de la Bahía de Samborombón, en la intersección de las rutas provinciales 11 y 63, lleva ese nombre en honor a quien además de gobernador también fue senador nacional y uno de los creadores de la Unión Cívica Radical.
Echarse un polvo
En la Europa de los siglos XVIII y XIX los burgueses y aristócratas solían aspirar polvo de tabaco, al que llamaban rapé. Esto les provocaba molestos estornudos, por lo cual era común, durante las fiestas y reuniones, disculparse con los presentes para llevar a cabo esa práctica en otro cuarto.
La frase adquiere el significado actual cuando se comienzan a aprovechar esas licencias para mantener fugaces encuentros sexuales con amantes ocasionales.
“Permiso, nos vamos a echar un polvo” era la disculpa habitual de parte de quienes necesitaban ausentarse.
Del tiempo de María Castaña
Esta expresión, apenas conocida por las nuevas generaciones, hace referencia a cualquier cosa o persona que pertenezca a un pasado lejano.
María Castaña, Maricastaña o María Castiñeira, como también se la llamaba, fue una mujer española del siglo XIV que encabezó varias protestas contra los abusivos impuestos que cobraba el obispo de Lugo, Pedro López de Aguiar (1315-1400), con la anuencia de la Corona de Castilla. En una de estas protestas, ocurrida en 1386, murió Francisco Fernández, mayordomo y recaudador de impuestos del obispo, por lo cual María Castaña, su esposo y sus dos hijos fueron apresados y obligados a donar todos sus bienes y una importante suma de dinero a la Iglesia, para ser eximidos de prisión. Este hecho, sin embargo, convirtió a María Castaña en una heroína local, muy respetada por sus vecinos, además de una referente de todo lo ocurrido en un pasado muy distante. Desde el año 2000 una de las calles de la ciudad de Lugo, en España, lleva su nombre.
Estar en Pampa y la vía
Cuando alguien dice “Estoy en Pampa y la vía” o “Me quedé en Pampa y la vía”, lo que implica es que ya no tiene dinero o que ha sufrido un fuerte quebranto económico.
Esta frase está relacionada con el antiguo Hipódromo Nacional, ubicado, desde 1887 y hasta 1911, donde hoy se encuentra el estadio de River Plate. Dado lo despoblado e inaccesible de la zona, las autoridades del hipódromo habían arbitrado los medios para que un tranvía, que solo vendía boletos de ida y vuelta, llevara a los apostadores desde la intersección de las vías del actual ferrocarril Mitre y la calle Pampa, hasta el hipódromo. Aquellos que lo perdían todo, hasta lo necesario para regresar hasta sus casas, solían quedar varados, sin nada, en Pampa y la vía, hasta donde el Expreso Hipódromo los llevaba sin cargo.
Las paredes oyen
Este dicho surge durante la segunda mitad del siglo XVI, cuando Catalina de Médici (1519-1589), reina consorte de Enrique II de Francia (1519-1559), ordenó construir conductos acústicos en las paredes de ciertas habitaciones del Palacio Real para escuchar conversaciones que pudieran prevenir actos de traición o cualquier tipo de conspiración en contra de la monarquía o de su persona.
Enterados la servidumbre y, particularmente, los miembros de la Corte de la existencia de estos artilugios, comenzó a utilizarse la frase “Les mursont des oreilles”, literalmente “Los muros tienen orejas”, que llega hasta nuestros días como “Las paredes oyen” para aconsejar prudencia al hablar especialmente cuando se trata de secretos o información muy sensible.
No hay tutía
Esta expresión nada tiene que ver con la ausencia de la hermana de alguno de tus padres
Tutía deriva de “atutía” y esta del árabe “attutiyya”, término que identificaba a un ungüento medicinal que se elaboraba a partir del óxido de cinc que quedaba adherido en las paredes de los hornos y chimeneas después de la fundición de latón (una aleación de cobre y cinc).
Este remedio se utilizaba en la antigüedad para aliviar y curar todo tipo de enfermedades, en especial, las que tenían que ver con afecciones oculares. Tan buenos eran los resultados de esta medicina que en tiempos de Cervantes (1547-1616) ya se comenzó a utilizar esta palabra como sinónimo de remedio. De ahí la expresión “No hay tutía”, debiéndose escribir esta última como una sola palabra, según el Diccionario de la Lengua Española, para describir situaciones en las que no hay solución para un problema o, en términos más simples, que no tienen remedio.
No quiere más Lola
Usamos esta frase para referirnos a una persona que abandona un objetivo por cansancio, por agobio o simplemente por creer que no puede alcanzarlo. También se utiliza esta locución para hablar de quienes se encuentran a punto de morir.
“No quiere más Lola” es una expresión argentina que deriva del nombre de una famosa galletita fabricada por la empresa Bagley a principios del siglo XX. Se trataba de un producto que los médicos consideraban saludable por estar hecho con los mejores ingredientes y no contener agregados artificiales, por eso lo recomendaban a sus pacientes, y los hospitales lo incluían en la dieta de sus enfermos. De ahí que, cuando alguien agonizaba, se utilizara esta expresión para implicar que estaba entregado, que desistía o que, simplemente, ya no tenía esperanzas. Su uso, desde hace ya muchos años, también se aplica a las máquinas que dejan de funcionar y no tienen arreglo posible.
Pipí cucú
Corría el año 1974 cuando el ex campeón mundial de boxeo Carlos Monzón (1942-1995) viajó a Francia a recibir una distinción como mejor deportista del año de manos del alcalde de París, Valéry Giscard d’Estaing (1926-2020).
Lo acompañaban, entre otros, Tito Lectoure (1936-2002), dueño del Luna Park, Amílcar Brusa (1922-2011), su entrenador, y el periodista Ernesto Cherquis Bialo (1940), quienes lo instruyeron sobre la manera de proceder durante la ceremonia.
El santafesino debía tomar la plaqueta, girar para mostrarla y luego agradecerle al alcalde en francés, para lo cual debía decir “Merci beaucoup”, o sea, gracias, en ese idioma. Monzón, mucho mejor pugilista que orador, practicó la frase infatigablemente, pero llegado el momento solo atinó a decir “Pipí cucú”, expresión que un amigo suyo, el cómico Alberto Olmedo (1933-1988), popularizó en sus programas de televisión como sinónimo de todo lo que es refinado o digno de elogio.
Tirar la chancleta
“Darse súbita e inesperadamente a una conducta más liberada” es la manera delicada en la que el Diccionario de la Lengua Española define esta expresión, a la vez que aclara que es propia de la Argentina y Uruguay.
Esta frase parece originarse en los burdeles de principios del siglo XX, en los cuales la prostituta, como parte de su rutina, se asomaba al hall del prostíbulo o a un patio interior, en bata y chancletas, a convocar a su siguiente cliente.
Antes de entrar al cuarto, la trabajadora sexual se descalzaba o, dicho de manera coloquial, “tiraba las chancletas”. Un par de ellas delante de la puerta de una habitación significaba que no se podía ingresar porque la mujer estaba trabajando.
Tirar manteca al techo
De acuerdo con la Asociación de Academias de la Lengua Española, el americanismo “Tirar manteca al techo” significa “Despilfarrar o malgastar, generalmente con ostentación de lo que se posee”.
En su libro “Tirando manteca al techo: vida y andanzas de Macoco de Álzaga Unzué”, Roberto Alfano cuenta la historia de Martín Máximo de Álzaga Unzué (1901-1985), uno de los mayores dandies de la historia argentina a principios de la tercera década del siglo XX, cuando florecen las patotas de niños bien, hijos de las familias más ricas de Buenos Aires, llamados pitucos, cajetillas y luego petiteros.
Según Alfano, la expresión “Tirando manteca al techo” fue acuñada en el restaurante Maxim’s de París, cuando Macoco y sus amigos comenzaron a arrojar trozos de manteca al techo, usando tenedores como catapulta, tratando de embocarlos entre los prominentes pechos de las valquirias allí pintadas. Además de la puntería, también se competía por el tiempo que cada trozo permanecía en el techo. No mucho después, esta costumbre se hizo común en restaurantes y cafés de Buenos Aires, siempre a cargo de los pitucos o cajetillas de turno, generalmente alcoholizados.
De esta cuestionable práctica deriva el significado con el que la expresión llega hasta nuestros días, relacionada con el despilfarro y el derroche. Hay quienes también utilizan esta frase a la inversa, cuando al describir épocas menos prósperas dicen: “No está para tirar manteca al techo”. En España se le llama cajetilla al paquete de cigarrillos. Se relacionó el término cajetilla con “paquete” o elegante, y se lo aplicó a estos niños bien, por andar ellos siempre prolijos y bien arreglados.
Viva la Pepa
Quien decía “Viva la Pepa” en la España de principios del siglo XIX no hablaba del clima de desorden, alboroto o desenfado que la frase describe en nuestros días. Por el contrario, “Viva la Pepa” significaba “Viva la Constitución” y se refería a la promulgada en Cádiz, en 1812, en momentos en los que España sufría una fuerte crisis, entre otras cosas por hallarse su rey, Fernando VII (1784-1833), prisionero de Napoleón Bonaparte (1769-1821).
Dos años después, cuando el rey fue liberado y se restableció el absolutismo, este inmediatamente abolió la Carta Magna e incluso prohibió la mera mención de su nombre, por lo que los liberales debieron cambiar su tradicional grito de “Viva la Constitución”, por otro que no implicara castigos. Es ahí cuando la palabra Pepa reemplaza a Constitución, por haberse sancionado esta última un 19 de marzo, festividad de San José.
Estar en la picota
La expresión “Estar o poner en la picota” hace referencia al descrédito que sufre una persona u organización por haberse hecho públicos sus defectos o faltas. El origen de esta frase proviene de la Edad Media, época en la que era común exponer la cabeza de los ajusticiados por haber cometido algún acto delictivo en una picota, o sea, una columna de piedra que se encontraba a la entrada de algunos pueblos y ciudades. Colocar la cabeza de una persona era, además de la burla pública, una advertencia para el resto de los ciudadanos de lo que les podía ocurrir si cometían algún acto delictivo.
Hablando de Roma, el burro se asoma
Esta frase se hizo popular en la Argentina y otros países de habla hispana para referirse a la aparición repentina de alguien al que se está haciendo referencia. Es una suerte de crítica y muchas veces simplemente una chanza hacia el recién llegado.
Esta expresión deriva de “Hablando del rey de Roma, por la puerta asoma”, que a su vez surge de “Hablando del ruin de Roma, por la puerta asoma”, dado que en Roma nunca hubo un rey. ¿Pero quién era el ruin de Roma, al que hace referencia el dicho original? Nada más ni nada menos que el papa.
En el siglo XIV, cuando la ciudad de Aviñón era la sede del papado (1309-1377) se comenzó a utilizar la palabra “ruin” para referirse al sumo pontífice, al que muchos comparaban con diablo.
Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870) utiliza esta frase en Maese Pérez, el organista, publicada en 1861, cuando dice: “Hablando del ruin de Roma, cátale que aquí se asoma”.
Mambrú se fue a la guerra
“Mambrú se fue a la guerra” es la versión en español de “Marlborough s’en va-t-en guerre”, una canción infantil francesa compuesta después de la Batalla de Malplaquet, librada el 11 de septiembre de 1709, entre los ejércitos de Francia y la alianza compuesta por Inglaterra, Austria y Holanda, en el marco de la Guerra de Sucesión Española.
Durante la batalla, a pesar de ser derrotados, los franceses creyeron haber matado a su gran enemigo, el duque de Marlborough, a quien le dedicaron esta canción burlesca para celebrar su deceso. En tiempos de Luis XVI el tema se hizo popular en Versalles por ser del agrado de los reyes y luego en toda Francia. A España ingresó por la influencia de los Borbones.
El hecho de que a los hispanohablantes les fuera imposible decir Marlborough transformó a este personaje en Mambrú, la pronunciación más cercana a la original.
No dar el pinet
“Pinet” surge de la castellanización del apellido de un médico cirujano francés, Maurice Charles Joseph Pignet (1871-1935), quien en 1901 sugirió un índice para evaluar la contextura física de los candidatos al servicio militar obligatorio.
El índice de Pignet se calculaba en función de la estatura, la circunferencia torácica y el peso. Quienes no cumplimentaban lo exigido por dicha fórmula eran rechazados por no “dar el pinet”, así se lo expresaba. La popularidad de este índice en nuestro país, que en su momento también se utilizó para reclutar soldados, popularizó la frase.
“No le da el pinet”, se suele decir informalmente y a veces de manera jocosa, para señalar a quienes se consideraba con insuficiente inteligencia, talento, coraje o cualquier otra característica para aspirar a determinadas metas.
Poner las manos en el fuego
En la Europa del Medioevo, se practicaba el Juicio de Dios para determinar la culpabilidad o inocencia de una persona. Los acusados de quebrantar normas o cometer pecados debían someterse a distintas pruebas de fuego. Entre otras: sujetar un hierro candente, caminar sobre las brasas o introducir las manos o cualquier parte del cuerpo en la hoguera.
Si la persona salía indemne o con lesiones menores, significaba que Dios la consideraba inocente. Caso contrario, recibía un severo castigo. De esta práctica surge el significado de la frase “Poner las manos en el fuego” que hoy utilizamos para manifestar un respaldo total por alguien.
Charlie López es escritor, docente, conferencista. Es columnista especializado en etimología y lenguaje en diversos espacios de televisión, diarios y revistas. Su último libro es “Somos lo que decimos. Secretos, curiosidades e historias de 300 dichos y expresiones que usamos todos los días” (Aguilar).
por Charlie López
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