Cuando de maniobras tácticas se trata, Sergio Massa puede ser un as, pero si no tiene una estrategia coherente, su presunto dominio de las artes oscuras de la politiquería criolla no le servirá para mucho. Aunque todo hace pensar que le gustaría someter la desquiciada economía nacional a una cura brutal a sabiendas de que ya no le quedan anestésicos, o sea, más dinero que el procedente de la sobrecargada maquinita de imprimir billetes coloridos, para intentarlo tendría que superar primero la resistencia de quienes, por ahora, constituyen buena parte de su propia base de sustentación.
Es que con el kirchnerismo vacilando entre apoyarlo y hacerlo tropezar, no le será dado llevar a cabo las reformas drásticas que podrían salvar a la Argentina de la ruina, pero sin el kirchnerismo dependería casi por completo de la voluntad de la oposición y del peronismo “racional” de respaldarlo hasta que se hayan acercado a sus objetivos inmediatos. ¿Lo harán? Es posible; entienden muy bien que no les convendría en absoluto permitir que Cristina Kirchner y sus incondicionales, además de los caciques piqueteros, políticos del montón y sindicalistas que viven muy bien del modelo socioeconómico aún vigente, dinamiten al país al privilegiar su “relato” por encima de todo lo demás.
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Massa dio comienzo a su gestión embistiendo contra áreas que han sido proclives a rebelarse, como la de energía, de donde logró eyectar a Darío Martínez y Federico Basualdo, el kirchnerista al que Martín Guzmán no pudo remover. A buen seguro quisiera hacer lo mismo con un sinnúmero de otros que serán reacios a colaborar con un ministro, por súper que fuera, que no comparte las fantasías voluntaristas de Cristina, pero felizmente para el nuevo hombre fuerte de un gobierno enclenque, saben que si se le ocurriera renunciar les vendría la noche. Para Massa, la extrema gravedad de la situación económica es una carta de triunfo, acaso la única que tiene a mano, y a juzgar por lo que está sucediendo, está más que dispuesto a usarla.
De ser otro el personaje y otras las circunstancias, Massa estaría tratando de convencer al mundo de que cuenta con el apoyo entusiasta de todos los demás integrantes de la coalición gobernante, pero no puede sino entender que le convendría mucho más hacer lo contrario. Para una proporción muy significante de los agentes económicos locales, y ni hablar de aquellos del exterior, les será fundamental que se diferenciara del resto del oficialismo, mostrándoles que sí es un sapo de otro pozo que nunca soñaría con tomar en serio los remedios estudiantiles recomendados por la jefa y sus consiglieri. Todavía no lo ha conseguido, de ahí lo imposible que le ha sido iniciar su gestión acompañado por un equipo de economistas prestigiosos cuya mera presencia haría sospechar que, por fin, la Argentina está por tomar un rumbo muy distinto de aquel que la ha llevado al borde mismo de un abismo profundo, pero si le es dado neutralizar a los kirchneristas, podrían cambiar de actitud algunos que han preferido mantener su distancia.
Para que el país supere la crisis que lo está devorando, los encargados de la economía precisarán el apoyo o, cuando menos, el asentimiento de dos colectividades muy diferentes: una es la conformada por el grueso de los habitantes del país, otra por quienes operan en los mercados internacionales. Mientras que aquella, impulsada por políticos de retórica xenófoba, se entregó a variantes del cortoplacismo populista hace más de medio siglo, ésta la desprecia y suele boicotear a sociedades que se niegan a respetar las reglas que cree esenciales, entre ellas la de que la Justicia sea independiente del poder ejecutivo de turno.
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Para solucionar los problemas resultantes, muchos políticos prueban suerte con dos discursos contradictorios, uno para el consumo interno y otro, susurrado en privado, para los inversores en potencia, pero tal y como están las cosas, la ambigüedad así supuesta se ha vuelto contraproducente. ¿Será capaz Massa de unificar el discurso oficial? Sólo si la inminencia de un colapso generalizado persuada a buena parte de la población de que realmente no hay ninguna alternativa a un giro radical que merecería la aprobación de la comunidad internacional.
Como los acontecimientos recientes nos están recordando, ningún país es autosuficiente. Todos, desde Estados Unidos y China hasta los más chicos, necesitan exportar lo que pueden e importar insumos y bienes terminados. Es por tal motivo que está ocasionando tantas dificultades las interrupciones de la cadena de suministros internacional provocadas primero por la pandemia y después por la invasión de Ucrania por Rusia. Por lo demás, de decidir la dictadura china poner en cuarentena a Taiwán, de súbito todos los países del planeta se encontrarían en apuros al verse privados de los superconductores ultra-sofisticados que se producen en la isla que, en esta actividad tan importante para todo lo vinculado con las comunicaciones electrónicas, es una auténtica superpotencia.
Aunque a Cristina y sus seguidores les gusta rabiar contra la “fiesta de importaciones” que según ellos está celebrando el empresariado nacional, la verdad es que la Argentina está entre los países más autárquicos del planeta. Si bien en el corto plazo los esporádicos intentos de cambiar tal situación han causado muchos problemas y dado pie a protestas airadas por parte de los poderosos grupos proteccionistas financiados por los incapaces de competir con empresas foráneas, a través de los años los costos del aislamiento han sido colosales.
Parecería que Massa ha tomado a pecho dicha realidad y quiere que el campo, “la fábrica de dólares” más eficiente del país, se vea liberada de las restricciones que le impiden adquirir un mayor volumen. Lo mismo podría decirse de otros sectores, como los de la energía, la minería y, desde luego, las nuevas industrias virtuales que se basan en la informática, en que la Argentina sería por lo menos una potencia regional.
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Por lo pronto, el que a juicio de los pesimistas sea inminente una gran recesión mundial está jugando en contra de los responsables de la economía del país. Así y todo, podría entrañar algunas ventajas. Si bien la devastadora crisis argentina se debe exclusivamente a los errores de todo tipo cometidos por generaciones de gobernantes, será posible argüir que es en cierto modo un síntoma de un fenómeno universal, ya que son muchos los países que corren peligro de naufragar en la tormenta que se pronostica, lo que no beneficiaría del todo a aquellos que se suponen a salvo. De todas formas, a diferencia de casi todos los demás que podrían hundirse, la Argentina posee recursos abundantes que se han puesto de moda: alimentos, energía y elementos poco comunes como el litio.
Lo que no posee es una clase dirigente confiable. Se trata de un déficit que es mucho más costoso que el fiscal, pero es por lo menos concebible que el desempeño catastrófico del gobierno actual induzca al electorado a exigir cambios que sean más sustanciales que los insinuados por el triunfo de Mauricio Macri en 2015.
No es una cuestión de ideología. Cuando del manejo de la economía se trata, los norteamericanos, chinos, europeos y japoneses coinciden en que es mejor dejar que el sector privado se encargue de la producción de bienes y muchos servicios y que el público maneje las eventuales consecuencias sociales. Hoy en día, las disputas que están agitando el escenario internacional tienen más que ver con el nacionalismo, si bien diferencias acerca del respeto de los poderosos por los derechos humanos de quienes no lo son, la democracia y la libertad de expresión siguen separando a los contrincantes principales. Sea como fuere, es razonable suponer que aquí la mayoría no comulga con autocracias como China, Rusia e Irán que, huelga decirlo, cuentan con el apoyo anímico de Cristina y su tropa; a pesar de todas las desgracias que ha experimentado el país a partir de fines de 1983, la democracia liberal sigue disfrutando de buena salud.
Que éste sea el caso será importante si, como parece probable, las décadas próximas se vean dominadas por una guerra fría entre la alianza occidental liderada, de manera confusa, por Estados Unidos, y un bloque autoritario encabezado por China que, es de prever, hará de Rusia, con sus gigantescas reservas naturales, una especie de protectorado. En un mundo así dividido, no sería tan fácil como algunos imaginan permanecer equidistante de los rivales, ya que ambos se han manifestado dispuestos a hacer del comercio un arma, como en efecto ha hecho Rusia en la guerra de conquista que ha emprendido en Ucrania y los occidentales al intentar estrangularla con sanciones económicas. Frente a la emergencia provocada por la decisión rusa de castigar a los países miembros de la Unión Europea por el apoyo que están brindando a sus enemigos ucranianos privándolos de las cantidades enormes de gas que importaban, sería más lógico acercarse más a los occidentales con la esperanza de que los alemanes e italianos inviertan miles de millones de euros en Vaca Muerta y, con los demás europeos, aumenten sus compras de los productos del campo, lo que, con suerte, bastaría como para sacar al país del foso en que ha caído.
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