En el extremo sur de la Argentina, donde el viento sopla con la fuerza de los siglos y el horizonte parece no tener fin, una estancia centenaria se dispone a renacer bajo una nueva luz. Bahía Lángara, fundada en 1913 por Ceferino Ardura —uno de aquellos hombres que supieron desafiar la inmensidad patagónica—, guarda entre sus campos la memoria de generaciones que hicieron de estas tierras no solo un hogar, sino también un motor del desarrollo regional.
Durante generaciones, esta tierra fue sinónimo de producción ovina, un motor que impulsó la vida económica de la provincia en sus primeros años. Más tarde, la industria petrolera marcó un nuevo rumbo para la economía local y también para la familia, que supo adaptarse a los cambios de época. Hoy, el desafío es distinto, pero mantiene intacto el espíritu pionero: convertir a la estancia en el origen de los vinos más australes del mundo.
En 2021, sobre suelos donde jamás había brotado una vid, se plantaron las primeras estacas. Fue un gesto de audacia en una provincia sin tradición vitivinícola, donde el clima extremo es a la vez amenaza y promesa. Porque en esa dureza late la posibilidad de vinos irrepetibles, con un carácter tan indomable como el paisaje que los engendra.

El desarrollo del proyecto se vio fuertemente afectado por un grave incendio que tuvo lugar a fines del año 2022 en parte de la estancia, un hecho que no fue aislado y que se vincula de forma directa con el descuido la actividad petrolera en la zona. Pero lejos de ceder ante la adversidad, Bahía Lángara encontró en el fuego una razón más para reafirmar su vínculo con la tierra y su destino creador.
La primer cosecha de uvas y olivas llegó en 2024, como un símbolo de renacimiento. Los vinos, elaborados y fraccionados a más de 700 kilómetros en la bodega Ayestarán Allard, en El Hoyo, Chubut, pronto verán la luz del mercado. Y con ellos, la Patagonia suma un nuevo hito a su historia: el surgimiento de una vitivinicultura de frontera, allí donde la geografía parecía negarlo todo.
Más que una etiqueta, estos vinos representan resiliencia, memoria y futuro. Y así, en el confín del mundo, Bahía Lángara vuelve a colocarse en el lugar que le pertenece, el de los pioneros, reafirmando su legado patagónico.
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