Si hay algo que he aprendido en mi recorrido profesional, es que nadie nace siendo líder; se construye paso a paso. A veces, a contramano de las certezas; otras, navegando la incertidumbre.
Mi propio camino empezó mucho antes de tener un título o un equipo a cargo: nació en la escucha, en la empatía y en la necesidad genuina de influir positivamente en quienes me rodeaban.
Al principio, el liderazgo parecía una cuestión de autoridad o resultados. Hoy sé que es mucho más complejo —y mucho más humano-.
Fui entendiendo que no se trata de brillar solo, sino de ayudar a que otros descubran su luz.
Que liderar exige coraje para tomar decisiones, pero también humildad para admitir errores.
Que hay que aprender a comunicar con propósito, conectar emocionalmente, y estar dispuesto a transformarse tantas veces como sea necesario.
He recorrido caminos que exigieron estrategia, resiliencia y mucha introspección. Transité espacios de duda, de resistencia al cambio, y momentos en los que liderar era simplemente sostener.
Me he encontrado con equipos que esperaban certezas, y tuve que aprender que a veces es mejor ofrecer preguntas que respuestas.
Porque el liderazgo verdadero no impone: inspira, acompaña, escucha y transforma.
Hoy, trazando esta hoja de ruta desde mi propia experiencia, entiendo que el liderazgo no es un destino, sino una travesía constante. Y que el mayor gesto de liderazgo quizás sea reconocer que seguimos aprendiendo todos los días, sobre nosotros mismos y sobre los demás.
Recuerdo un momento clave. Era mi primera vez coordinando un equipo comercial. Teníamos objetivos ambiciosos y yo me sentía obligado a demostrar firmeza. Sin embargo, las cosas no fluían: reuniones tensas, resultados inconsistentes, y rostros que evitaban la mirada.
Un colaborador se me acercó y me dijo:
“Tal vez no necesitamos que nos dirijas… necesitamos que nos entiendas.”
Esa frase, tan simple, me desarmó. Fue mi punto de inflexión.
Desde entonces, entendí que liderar no es solo decidir: es conectar. Es estar dispuesto a transformar el enfoque, a comunicar con propósito, y a ofrecer más preguntas que respuestas. Aprendí que la autoridad sin vínculo es solo instrucción, y que el liderazgo con alma nace del respeto mutuo.
¿Cuándo podemos decir que alguien es líder? Hoy pienso que uno empieza a ser líder no cuando lo nombran, sino cuando el impacto se vuelve colectivo. Cuando los valores que defendemos empiezan a vivir en otros, y cuando nuestras acciones dejan huellas incluso en quienes no compartieron el camino directamente.
Con la experiencia y el camino recorrido, he realizado una síntesis para marcar el proceso en 5 etapas:
Etapa inicial. Como concepto, prevalece la Escucha activa y como valor central la Empatía.
Etapa que llamo “del primer Equipo”. Aquí aparecen la duda y la decisión. Hay que afrontarla con Humildad.
Etapa del “fracaso transformador”, en donde se impone el concepto de Redefinir el rol. Y se muestra como valor central el Aprendizaje.
Etapa del “liderazgo consciente”, que marca presencia de Vínculos y Propósito. Sin duda, el valor central lo ocupa la Confianza.
Y finalmente la etapa del “presente continuo”. Conceptualmente hay una evolución permanente y se muestra como valor principal la Adaptabilidad.
La hoja de ruta sigue en construcción. Porque liderar no es llegar: es caminar con conciencia, transformar con humildad, y aprender todos los días, incluso de nuestras propias versiones en borrador.
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