La frase que escucho, casi como un mantra de justificación, es: "Doctor, es que estamos en diciembre".
Diciembre no es solo un mes; se ha convertido en un estado de ánimo colectivo, una suerte de fecha de vencimiento psicológica donde sentimos la obligación de cerrar balances, asistir a todos los eventos y cumplir con compromisos sociales, justo en el momento biológico en que nuestro organismo pide, a gritos, entrar en "modo ahorro de energía".
La realidad es que, fisiológicamente, llegamos al final del ciclo con la "batería" en rojo. Nuestro cerebro y nuestro cuerpo piden vacaciones, pero la agenda social nos exige un rendimiento de alto impacto: trasnochar, comer en exceso y gestionar una logística familiar compleja. Esta disonancia entre lo que debemos hacer y lo que podemos hacer es el caldo de cultivo perfecto para el estrés.
Si queremos llegar al brindis del 31 lúcidos y saludables, es conveniente aplicar una estrategia de preservación biológica.
La dictadura del "Sí" y el costo del sueño
El primer sacrificio en el altar de las fiestas suele ser el descanso. Sin embargo, desde la medicina debemos ser tajantes: el sueño no es negociable. Dormir no es un lujo, es el momento donde se regulan las funciones metabólicas y hormonales.
Cuando recortamos las 7 u 8 horas necesarias para cumplir con un evento, al día siguiente no solo estamos cansados; estamos irritables y metabólicamente inestables. La falta de sueño nos empuja a tomar malas decisiones, especialmente con la comida. La estrategia es simple: hay que blindar la higiene del sueño. Desconectar pantallas dos horas antes y entender que retirarse a tiempo de una fiesta no es mala educación, es salud preventiva.
El fenómeno de la "Manada Gastronómica"
El comportamiento humano en diciembre es fascinante desde la sociología. Tendemos a mimetizarnos con el grupo para pertenecer. Si la "manada" decide que el menú es excesivo y poco saludable, el individuo que se cuida siente la presión implícita de no desentonar.
Aquí es donde debemos ejercitar el músculo más importante de la temporada: el carácter. A menudo escuchamos: "Dale, es solo un día, nadie le va a contar a tu nutricionista". Pero ceder por presión social es un error.
La solución no es aislarse, sino mantener la autonomía. Se puede disfrutar del encuentro social —que es el verdadero fin de la fiesta— sin que la comida sea el eje central. Aprender a decir "No, gracias" ante un plato que no deseamos es un acto de soberanía personal.
Sin embargo, existe una alternativa saludable a la negación: la elección consciente. Si realmente deseamos compartir el menú que eligió el grupo ("la pizza y la hamburguesa"), podemos hacerlo, pero bajo nuestros propios términos: sin culpa y con moderación.
Psicológicamente, cuando la decisión de comer algo "fuera de programa" se toma con antelación y convencimiento, se desactiva la ansiedad y, paradójicamente, se come menos. El secreto para no caer en el exceso es cambiar el foco de la gratificación: entender que la alegría de estas fechas debe provenir del encuentro y el vínculo humano, desplazando a la comida del centro de la escena. Comer lo que hay no está mal, siempre que sea una decisión propia y no una inercia colectiva.
El ancla de la rutina
Paradójicamente, cuando más caótico es el entorno, más rígida debe ser nuestra estructura de autocuidado. En diciembre, la actividad física no es para "quemar las calorías" de la cena anterior; su función es neuroquímica. El ejercicio es nuestro antidepresivo natural, el regulador de endorfinas que necesitamos para contrarrestar el cortisol del estrés.
Mantener la terapia, los espacios de ocio personal y el entrenamiento no es egoísmo; es la única forma de que el cuerpo —nuestra herramienta fundamental— llegue bien a la meta.
La propuesta para este cierre de año es cambiar la óptica. No miremos diciembre como una carrera de obstáculos, sino como un mes donde la prioridad debe volver a ser uno mismo. Porque el año que viene llegará, y necesitaremos este mismo cuerpo y esta misma mente para transitarlo.
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