Thursday 25 de April, 2024

SOCIEDAD | 22-06-2020 13:36

Quién es Laurie Garrett, la periodista que predijo la pandemia hace 15 años

Su cobertura del Ébola y la información que recolectó en círculos científicos, la llevó a pronosticar un virus global que pondría en jaque a los deficientes sistemas de salud.

Últimamente en los canales de televisión CNN y MSNBC, Laurie Garrett aparece seguido dando su opinión sobre la pandemia del coronavirus. La primera vez que la vi, sin saber nada de ella, le presté enseguida atención. No tanto por lo que decía sino por el aire resignado de estar viviendo algo que ya había anticipado. No tenía todas esas manifestaciones gestuales de la gente sorprendida o indignada por lo que le está pasando. En cambio, tenía esa calma de quienes se prepararon hace rato a la eventualidad de lo terrible.

Periodista de temas científicos, ganadora del Pulitzer Price (1996) por su cobertura del Ébola en Zaire, además de los otros dos grandes premios del periodismo estadounidense: el Peabody Award (1977) y dos veces el George Polk Award (1997-2000).

Miembro del Council on Foreign Relations, analista de las políticas mundiales de salud, publicó "The Coming Plague" (1995) "Betrayal of Trust" (2001), "I Heard the Sirens Scream: how Americans Responded to the 9/11 and Anthrax Attacks" (2011). Fue también asesora de la película "Contagion" (2011) dirigida por Steven Soderbergh.

En notas para el New York Times, y Vanity Fair, dos periodistas la describieron como la Casandra de las pandemias, ahora que la etiqueta de Casandra es un modo retórico de señalar a alguien cuyas profecías no se escuchan, aunque Laurie Garrett no escribió sus artículos (fue también periodista de Newsday) o sus libros por una vocación de clarividente sino porque estudió temas de salud pública y epidemias durante casi cuatro décadas.

Nada de lo que le escuché decir en sus apariciones televisivas fue alentador o reconfortante. “Pienso que por cuatro o cinco años ningún aspecto de nuestras vidas va quedar igual y que por ahora no podemos ni imaginarlo”. “El modo de no encarar el tema de una manera unificada internacionalmente puede causar problemas para erradicar el virus, inclusive con una vacuna”. “Puede volverse endémico y transformarse en la nueva horrible enfermedad que va quedar con nosotros para siempre”. “La economía del mundo va estar más allá de la desesperación”.

Garrett advierte (se refiere a Estados Unidos, pero supongo puede generalizarse) que si la gente sale de sus encierros y se enfrenta con un altísimo desempleo mientras nota que otros se han enriquecido aún más con esta pandemia, como dice ella: “Podremos también ver a qué se parece la rabia colectiva.”

En un artículo para la publicación Foreign Affairs de Julio/Agosto, 2005 empieza diciendo que los científicos han pronosticado desde hace tiempo la aparición de un virus de influenza capaz de infectar el 40% de la humanidad, matando un elevado número de personas. El CDC (Centers for Disease Control and Prevention) predecía en ese entonces que una epidemia con una virulencia de nivel medio podría matar a 207,000 personas, hospitalizar 734,000 y enfermar a un tercio de la humanidad, además del costo económico; pero una influenza más fuerte podría ser aún más devastadora con 80 millones de enfermos, 16 millones de muertos y un inimaginable desastre económico.

Describe exactamente lo que vivimos: cuarentenas, fronteras y aeropuertos cerrados durante meses, disminución o falta total de productividad, todas cosas que hace unos meses parecían impensables y que ella sin embargo enunció hace 15 años.

El casi total cierre de la actividad humana en sociedad ocurrió tan rápido y de modo tan drástico que recordar cómo fue evoca un tiempo casi irreal. Es inevitable pensar con cierta sorpresa que era posible viajar en cualquiera de los medios de transporte, estar en cafés, en eventos deportivos, culturales con gente que tosía y estornudaba a nuestro alrededor sin casi registrarlo, o al menos sin jamás pensar que eso podía matarnos.

También alerta contra la necesidad, la impaciencia de volver a “la vida normal”. La primera manifestación de la pandemia de 1918 no fue tan fuerte como para que las fuerzas militares de la Primera Guerra Mundial le dieran la debida importancia, pero cuando volvió a golpear en el verano de 1918, esa segunda ola de infecciones devastó ciudades y zonas rurales. Muchas muertes no quedaron registradas, pero historiadores y biólogos creen que un tercio de la humanidad se enfermó en 1918-1919 y que a pesar de que el número oficial fueron 50 millones de muertos, se piensa que 100 millones murieron.

Laurie Garrett echa agua fría sobre nuestras ilusiones de una vacuna que nos libere pronto de esta nueva manera de vivir. Los virus evolucionan. Pueden transmutar en otra cosa como ella dijo en CNN. Suponiendo que la vacuna pueda protegernos contra el Covid-19, para que sea realmente efectiva debe haber un plan mundial de vacunación, como lo hubo con la viruela hasta finalmente erradicarla. Para que ese emprendimiento global sea exitoso, la vacuna debe tener varias condiciones que son difíciles de lograr. Debe ser en una única dosis (si son dos, la gente no completa la vacunación). No debe ser inyectable porque los países más empobrecidos tienden a tener pocas jeringas que usan y vuelven a usar y como Garrett ha descripto ha sido una importante contribución a la epidemia de Ebola. No deben necesitar refrigeración, porque también –como detalla en Betrayal of Trust: The Collapse of Global Public Health –muchos lugares del mundo no tienen acceso a electricidad o generadores. Para una verdadera campaña de erradicación se necesitarían billones de vacunas y el compromiso de Big Pharma de que el precio sea accesible. También habría que organizar un gigantesco ejército de voluntarios que llegaran hasta los lugares más remotos e inhóspitos y lucharan contra la resistencia que las vacunas producen en mucha gente en muchos países independientemente de su nivel económico.

Lo que ella también señalaba en 2005 era la ineficiencia hospitalaria alrededor del mundo, la falta de infraestructura requerida para una pandemia. Por lo tanto, era necesario un plan internacional de prevención porque ningún país podía quedar totalmente aislado.

Su artículo termina con esta frase: “Aquellos responsables de la política internacional y de la seguridad nacional en todas partes del mundo, no pueden permitirse ignorar la alarma”.

Evidentemente la ignoraron durante 15 años.

 

Humanos. En la introducción de The Coming Plague: Newly Emerging Diseases in a World Out of Balance, Garrett explica el modo en que los humanos están colaborando con las epidemias. Hay cada vez más gente que se desplaza alrededor del mundo. Los viajes son cada vez más breves y a lugares más remotos, antes inaccesibles.

Además, esquemas de desarrollo mal planeados, una errante salud pública y una inacción política colaboran con la propagación de microbios. Las más peligrosas enfermedades encuentran a las poblaciones más empobrecidas. Los centros urbanos son ecosistemas que amplifican enfermedades infecciosas. La conexión entre la pobreza, la falta de básicos cuidados sanitarios, las alteraciones ecológicas y la irrupción de peligrosos microbios es tan obvia, según ella, que debería ser el principio básico de la salud pública.

 

Cita al historiador William McNeill, autor del brillante libro Plagues and Peoples, y la advertencia que él tiene para hacernos. “No escaparemos nunca los límites del ecosistema. Estamos atrapados en la cadena de alimentos, que nos guste o no, comer y ser comidos.”

Garrett siente una auténtica curiosidad, una pasión por el tema difícil aquel que nadie quiere enfrentar porque justamente nos obliga a mirar de cerca lo que preferimos ignorar, a menudo con la ilusión de que si lo suprimimos de nuestra conciencia no ocurrirá.

Ella en cambio decidió hace mucho que debía hacer exactamente lo contrario: observar y de cerca. Después de escribir su libro The Coming Plague quiso entender mejor en qué consistía una infraestructura de salud pública, cómo funcionaba o por qué no funcionaba, qué las hacía colapsar ante situaciones de stress o de dificultades económicas.

Escribe que es difícil escapar de esa palabra “infraestructura”, una palabra que suena tan falsamente banal, ya que no expresa ni sugiere los millones de vidas que pueden ser largas y saludables o breves y trágicas simplemente por el hecho de que exista o no una infraestructura.

Nueve años después del derrumbe de la Unión Soviética fue a Rusia durante lo peor de lo que podría llamarse una epidemia de alcoholismo, cuando comprar vodka era más barato que comprar los alimentos de la canasta familiar. En 1994, 50,000 rusos murieron por intoxicación alcohólica. Aumentó la violencia general y sobre todo la doméstica con cantidad de chicos maltratados y abandonados. Los arrestos de adolescentes de 1991 a 1997 triplicaron.

Era una sociedad al borde del colapso. Seis años después de la disolución de la Unión Soviética, VECTOR, el lugar donde se almacenaban los virus más peligrosos de la humanidad, también estaba en un estado de total deterioro y abandono. Allí, en edificio 1, había filas y filas de congeladores con Ebola, Lassa, viruela, Marburg, hepatitis A, B, C y decenas de otros virus mortales. Los guardias del ejército ruso que los custodiaban no sabían bien qué estaban custodiando.

Una de las muchas cosas que observó fue cómo la oposición de Joseph Stalin a la teoría evolucionaria dejó a científicos intelectualmente incapacitados por décadas posteriores, una incapacidad que seguía atentando contra la salud pública años después del final del comunismo.

Fue también al Zaire (ahora República Democrática del Congo) durante una epidemia de Ebola y a la India durante una epidemia de peste bubónica. Todas experiencias que relató en sus libros.

Una enraizada corrupción, una despreocupación de los gobiernos por la salud de sus ciudadanos son enemigas de la salud pública, que a pesar de proteger a todos se considera equivocadamente sinónimo de medicina para gente pobre. Garrett nos previene contra el terrible error de ese concepto. Para combatirlo, aunque sea para cuidar sus propios beneficios e intereses, las sociedades más ricas y los individuos más adinerados deben ocuparse de los sectores más frágiles de la sociedad.

El argumento se entiende perfectamente con la experiencia de este último coronavirus. Si la gente que vende animales en los mercados insalubres de Wuhan tuviera otra forma de ingreso, el costo económico, social, psicológico de esta pandemia no hubiera sido lo que es y seguirá siendo.

Garrett insiste que la salud pública no es una ideología, ni una religión, ni una perspectiva política. La historia demostró que cuando estas tres cosas intervienen o la influencian, el bienestar de la población empeora. “La salud pública necesita ser –debe ser –una prevención global. Eso sí sería un genuino progreso”.

Cuando hubo en 1994 la epidemia de peste bubónica en Surat, India, mientras todos trataban de salvarse y desesperados se subían al tren que los llevaría lejos, ella, en cambio, bajaba en esa estación. Aunque no lo dice, se sobreentiende que es la mujer blanca que llega a ese lugar donde los habitantes se han ido. Los únicos que quedaban eran quienes no tenían el dinero para huir. En el hotel Holiday Inn sobraban los cuartos para elegir, todos estaban vacíos. Desde ya, la comida faltaba. Conseguir un taxi que la llevara por el pueblo le costó lo que el hombre ganaba durante un mes entero de trabajo. Los hombres en Surat gritaban: Plaga, Plaga, Plaga” mientras una rata que no pensaban matar para que no los atacara escapaba. Ratus ratus es portadora en sus pulgas de la Yersinia pestis, una bacteria que ha causado a través de la historia más de una peste bubónica. En una epidemia entre 1346 y 1350 hubo de 20 a 30 millones de muertes.

En septiembre de 1994 el pánico cundía en la India. Es curioso cómo los países en épocas de prosperidad deciden, a través de sus gobernantes, reducir el presupuesto de la salud. ¿Qué los confunde a ese punto? ¿La ilusión del progreso? En la India era justamente el progreso económico lo que había empeorado la salud pública. El gobierno federal prefirió gastar su riqueza en armas nucleares y en un despliegue militar.

“Quizás la gran ironía,” según el Business Standard de Bombay “es que la epidemia ha golpeado una de las áreas más activas económicamente.” Ninguna ironía. Cuando solo se piensa en hacer dinero no se piensa en cuán fundamental es erradicar mosquitos, pulgas, moscas y ratas. O quizás sea esa la ironía.

Después de una noticia de la BBC sobre una misteriosa y letal fiebre, 400,000 personas se fueron de Surat, lo que aseguraba que de estar infectados infectarían a otros. No tardaron en aparecer casos en Delhi, Bombay, y otras ciudades.

La tetraciclina (un antibiótico) desapareció de las farmacias de la India, causando más dificultades para tratar a los verdaderos afectados.

Garrett relata con precisión los distintos pasos de focos infecciosos en determinado lugar, que sea Lassa, Marburg, Ebola, Machupo, todas enfermedades contagiosas y letales en las últimas cuatro décadas del siglo XX. También se refiere al pasar a Junín, la enfermedad que los agricultores argentinos llamaban: el mal de los rastrojos, y que lleva el nombre del lugar donde surgieron los primeros casos.

Lo extraordinario del modo en que ella presenta estas infecciones mortales es la intriga que crea por un tema médico. ¿Dónde está el virus, la bacteria, culpable de esas infecciones, qué animal, qué circunstancia, qué combinación de hechos la produce, de qué manera se contagia y se propaga? Es un mérito de su escritura la empatía y la preocupación que provoca por médicos, voluntarios (generalmente hombres) y enfermeras (generalmente mujeres). Cuando se infectan y luchan entre la vida y la muerte da ganas de rezar por ellos y cuando mueren, agradecerles en nombre de la humanidad su sacrificio.

Llega el primer paciente a algún hospital, es examinado, sus síntomas enseguida despiertan cierta sorpresa y consternación, a veces porque han sido virus aún no identificados, pero no era el caso de la epidemia de Surat, aunque qué médico hoy en día puede reconocer enseguida los signos de la peste bubónica.

Porque no se reconoce lo que tienen, los pacientes son examinados y reciben cuidados en general sin aislamiento. Contagian a los otros enfermos y a sus acompañantes, y a todo el personal que los trata. Cuando es solo el inicio de la enfermedad, y el único síntoma aún es fiebre, como ocurrió en 1976 con el primer caso de Ebola, los enfermos vuelven a la calle, a sus hogares donde siguen contagiando. Nadie entiende bien qué está ocurriendo.

Garrett detalla todos esos pasos y cómo, a pesar de que en el caso de la epidemia de Surat era una enfermedad tratable y contenible, el pánico, las reacciones equivocadas, la falta de un plan, el dinero que no se le dedicó a la salud pública y se le quitó a la prevención de epidemias causó un total colapso económico y social. Las confrontaciones entre médicos, aquellos que negaban fuera eso e insistían que era un hantavirus. Las pequeñas mezquindades, la necesidad de pretender que la situación está controlada cuando no lo está. Y por supuesto, los infaltables rumores sobre conspiraciones. La puerta abierta para la actividad favorita de millones de personas: los complós, las intrigas. “No hay plaga. Es Pakistán para arruinarnos económicamente” o “Miles están muriendo, pero no lo dicen”. También las reacciones desmesuradas, sin sentido como el hombre que mató a tres personas convencido de que eran portadores de la plaga. Las reacciones internacionales, también, o a veces peligrosamente la falta de reacciones.

El costo de todo este pánico nacional e internacional fue 2 billones, 56 muertes y 6500 casos curables con un antibiótico.

Ébola. Este es un caso de epidemia donde hay un tratamiento, se conoce la causa, aunque no se identifique la enfermedad enseguida, pero muchas epidemias surgen sin que se sepa qué la causa, y en el caso del Ebola se sigue sin saber. El nombre proviene de un pequeño río con ese nombre en la región de la epidemia.

Garrett escribe: “Durante siglos Ebola había merodeado en la selva del África Central. Su surgimiento en la población requirió la asistencia especial de los grandes vicios de la humanidad: la codicia, la corrupción, la arrogancia, la tiranía y la insensibilidad.”

Bastó que la desforestación empezara para que el virus del Ebola se fuera de su hábitat e invadiera a los Homo sapiens.

Hubo algunas críticas acerca de Garrett con el tema del Ebola. Uno de los científicos que estuvo más envuelto con las dos primeras epidemias (1976, 1979) y que sugirió el nombre de la enfermedad dijo que Garrett había escrito sobre el tema muy correctamente, pero que también había hecho algunos errores, pero ella es una periodista de temas científicos y él un científico.

Todas las enfermedades “nuevas” para que sean enfrentadas con eficiencia, Laurie Garrett señala, deben ser primero observadas por alguien que tiene conocimiento y reconoce la particularidad de lo que está investigando, además de tener el coraje de alertar, de sonar la alarma. Para que la investigación sobre esa nueva enfermedad se ponga en marcha, debe ser conducida en una atmósfera de colaboración y no de modos que opten por el secreto y la rivalidad.

Privadamente muchos científicos se quejan de las batallas entre renombrados organismos de la salud.

En los libros de Garrett se pueden encontrar descripciones de varias epidemias, de cómo empezaron, de qué las causó, qué se supuso que eran, cómo se luchó en contra. Es una virtud de cómo escribe que un tema que podría resultar terriblemente árido resulta apasionante. Las adversidades y los logros que tuvieron quienes lucharon por entenderlas o erradicarlas, la participación de los afectados, la colaboración u oposición de la gente en los lugares de las epidemias. Un crítico del Washington Post dijo de Betrayal of Trust que se leía como si fuera un thriller de Robert Ludlum. Un logro cuando se tratan temas como gonorrea, sífilis, clamidia o sida. O una mortal enfermedad diarreica causada por la bacteria Shigella que mató a cientos de personas después de la guerra civil en Ruanda en 1994.

Se pueden aprender muchas cosas: por qué la malaria no pudo ser erradicada y por qué la viruela sí. ¿Por qué el mal de Chagas se volvió endémico? En qué consistió la enfermedad de los legionarios, causada por una bacteria desconocida hasta el momento que mató a 59 legionarios en un hotel de Filadelfia y que fue bautizada Legionella, una que amenaza en los sistemas de refrigeración.

Hay muchos datos sorprendentes como los casos del virus del sida veinte años antes de la epidemia del siglo XX.

Inclusive hay detalles lingüísticos: Ki denga pepo es Swahili y significa: “Repentinamente invadido por un espíritu”. Era una frase que usaban los africanos del este para describir una enfermedad causada por la picadura de un mosquito y que producía migrañas, dolor de ojos, e inflamación de articulaciones. Es lo que ahora llamamos dengue.

También algunos casos que parecen detectivescos, como por ejemplo qué causó el Machupo en Bolivia en 1962. Cómo ocurrió que los virólogos y ecólogo que fueron a San Joaquín para buscar su origen lo encontraran, aunque dos de ellos pagaron esa voluntad estando semanas al borde de la muerte con una infección hemorrágica.

El ecólogo del grupo que no se había infectado se dedicó a juntar ratas, murciélagos, anacondas y una amplia variedad de insectos y, con voluntarios locales que pensaban ya haber tenido la enfermedad, se metían en pantanos con agua hasta las rodillas para recolectar animales nocturnos. Una de las serpientes que atraparon medía más de diez metros.

Finalmente, también los ayudó observar que no había gatos en San Joaquín. El animal propagador del virus Calomys callosus era conocido localmente como laucha.

Los dos epidemiólogos que se infectaron con el Machupo, tratados en Estados Unidos y ya inmunizados, regresaron a San Joaquín hasta terminar con su investigación.

En el verano de 1993 uno de ellos, Ronald Mackenzie, miraba la televisión. La noticia era acerca de plantaciones de cocaína en un lugar que reconoció como San Joaquín. Lo llamó a Karl Johnson, el otro epidemiólogo que había estado al borde de la muerte. Les dio ganas de volver, sabían que había un nuevo brote de Machupo. Llamaron a un colega boliviano para pedir consejo de cómo llegar hasta San Joaquín. Lo último que imaginaron fue la recepción que los esperaba. En La Paz, se sorprendieron por todos los eventos organizados para ellos. No se esperaban a que se los recordara después de 30 años. Les dieron la Orden del Cóndor de los Andes, la máxima distinción que otorga Bolivia.

El propio gobierno organizó un avión para llevarlos a San Joaquín. Más de 300 personas los esperaban para abrazarlos, darles flores y regalos. Sus apellidos eran nombres de calles, como los de los dos otros científicos Merl Kuns (el ecólogo) y Patricia Webb (viróloga, que se contagió por cuidarlo a Karl Johnson).

Las epidemias son un tema que parece destacar lo mejor y peor del ser humano. Durante una epidemia de meningitis desde 1996 hasta 1998 en Nigeria, una compañía nigeriana falsificó una vacuna con el sello de dos respetados laboratorios y vendió 600,000 dosis de lo que no era otra cosa que agua contaminada, lo que representó una catástrofe en la salud pública, además de la muerte de miles de personas.

En cambio, en la segunda epidemia de Ebola en Kikwit, Zaire, hubo cantidad de voluntarios para ocuparse no solo de cazar animales: ratas, murciélagos, monos, cuando se trataba de encontrar el portador del virus, sino que también hubo cantidad de hombres que se ofrecieron para cavar fosas, transportar y enterrar a los muertos. Cuando estos voluntarios morían de la enfermedad, otros enseguida se ofrecían para remplazarlos mientras no faltaba quien preguntara: ¿el mundo nos va a ayudar?

Lo que queda claro en las palabras de Garrett es que el mundo es un único gran pueblo para microbios y afines y si los toleramos creyendo que están lejos nos atraparán. Tan remoto parecía Wuhan. Salvo, como dice ella, que aprendamos a vivir en un pueblo global y racional para combatirlos de manera conjunta y permitirles pocas oportunidades de infectarnos. Si no, los predadores del Homo sapiens vencerán y serán siempre la próxima plaga.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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por Flaminia Ocampo

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