Wednesday 9 de July, 2025

CULTURA | 26-02-2025 20:05

La amistad de San Martín y Rosas: adelanto del nuevo libro de Pacho O'Donnell

Se llama “El ADN argentino” y es un recorrido por la historia desconocida del país, desde el descubrimiento de América hasta la batalla de Caseros. Entrevista con el autor.

"Una de las circunstancias peor digeridas por nuestra historia oficial siempre ha sido la cláusula tercera del testamento del general don José de San Martín: “El sable que me ha acompañado en toda la guerra de la independencia de la América del Sur le será entregado al general de la República Argentina don Juan Manuel de Rosas, como una prueba de satisfacción que como argentino he tenido al ver la firmeza con que ha sostenido el honor de la República contra las injustas pretensiones de los extranjeros que trataban de humillarla”. Don José celebraba así la heroica defensa de la Confederación rosista ante el bloqueo e invasión de la poderosa Francia y no la gesta de Obligado, como se confunden no pocos historiadores, que tendrá lugar algunos años después.

San Martín

Tan extraordinaria disposición testamentaria de nuestro máximo prócer ha sido soslayada o directamente silenciada en nuestros textos históricos. Hasta Sarmiento opinó con insolencia que se debía a la senilidad del Libertador de América... Sin embargo, la relación entre San Martín y Rosas fue intensa a lo largo de muchos años.

Habiendo transcurrido ya un tiempo prolongado del exilio europeo de don José, casi olvidado por la prensa y los gobernantes de Buenos Aires, el joven estanciero Rosas dio el nombre de San Martín a una de sus estancias y poco después, en el mismo año de 1820, bautiza otra como Chacabuco.

Pacho O'Donnell

San Martín, como militar de alma que era, aborrecía el desorden y la indisciplina. Estaba seguro de que la anarquía en que se había sumido su patria terminaría por derrumbarla y hacer fracasar la lucha por su independencia, en la que él había invertido tantos esfuerzos y sacrificios. “Conviene en que para que el país pueda existir es de necesidad absoluta que uno de los dos partidos en cuestión desaparezca de él —escribía el 3 de abril de 1829 a su gran amigo Tomás Guido—. Al efecto se trata de buscar un salvador que reuniendo el prestigio de la victoria, el concepto de las demás provincias y más que todo un brazo vigoroso, salve a la patria de los males que la amenazan”.

De los dos partidos, el unitario o el federal, las simpatías del Libertador se inclinaban hacia el último. Por el obstinado saboteo que sus planes libertarios siempre habían sufrido por parte de Buenos Aires bajo el dominio político de sus enemigos Alvear o Rivadavia; también porque en su peregrinar por las provincias al frente de sus tropas había aprendido a valorar el coraje y el patriotismo de sus caudillos.

Es la anarquía que sucede al fusilamiento de Dorrego la que le impide desembarcar en Buenos Aires cuando, reclamado por algunos y odiado por otros, se niega a participar en las luchas intestinas, como justifica nuestra historia oficial. También, seguramente, porque San Martín temía, con razón, por su vida.

Eran tiempos violentos y los logistas y rivadavianos que habían vuelto al poder, con Lavalle como pantalla, desconfiaban de San Martín y se lamentaban de su presencia. Los periódicos bajo su control, los más importantes, no ahorraban infundios sobre el Libertador sugiriendo corrupción, amoralidad, cobardía y otras lindezas.

Juan Manuel de Rosas

Otra carta de San Martín a Guido: “El foco de las revoluciones, no solo en Buenos Aires sino en las provincias, ha salido de esa capital, en ella se encuentra la crema de la anarquía, de los hombres inquietos y viciosos, porque el lujo excesivo multiplicando las necesidades se procura satisfacer sin reparar en medios: ahí es donde un gran número no quieren vivir sino a costa del Estado y no trabajar”.

El 17 de diciembre de 1835, San Martín celebra la “mano dura” de Rosas: “Ya era tiempo de poner término a males de tal tamaño para conseguir tan loable objeto, yo miro como bueno y legal todo gobierno que establezca el orden de un modo sólido y estable”. Don Juan Manuel es para el Libertador la antítesis de la anarquía y valoriza la despótica tranquilidad que reina en su país: “Solo ella puede cicatrizar las profundas heridas que ha dejado la anarquía, consecuencia de la ambición de cuatro malvados...”. Y al año siguiente: “Desengañémonos, nuestros países no pueden, al menos por muchos años, regirse de otro modo que por gobiernos vigorosos, más claro: despóticos”.

José de San Martín

Rosas le agradece a San Martín su apoyo, que le sirve, merced el prestigio de este en Europa, para contrarrestar la acción de no pocos compatriotas que recorren las cancillerías extranjeras buscando aliados para derrocarlo. Le ofrece ser embajador en Perú, cargo que el Libertador rechaza con el pretexto de que eran muchos los lazos que lo unían a Lima y a sus habitantes como para poder desempeñar correctamente tal responsabilidad. También aduce que él es “solo un militar” y que carece de condiciones como diplomático. Algunos historiadores liberales argumentan que este rechazo se debió a que San Martín no quiso comprometerse con los desbordes totalitarios de don Juan Manuel. En esa línea está también la carta que el 21 de septiembre de 1839 escribe a su amigo Goyo Gómez lamentando el asesinato del doctor Maza: “Tú conoces mis sentimientos y por consiguiente yo no puedo aprobar cuando veo una persecución general contra los hombres más honrados del país [...] el gobierno de Buenos Aires no se apoya sino en la violencia”.

Sin embargo, el tono predominante de la relación entre ambos es la cordialidad. Conociendo Rosas las penurias económicas del exilio sanmartiniano, ordena en 1840 “que se otorgue la propiedad de seis leguas de tierra al Señor General de la Confederación Argentina don José de San Martín”. Y más adelante, sabiéndolo enfermo y necesitado de atención, designa a su yerno Mariano Balcarce como oficial en la Embajada Argentina en Francia, e instruye reservadamente a Manuel Sarratea, embajador, para que exima a Balcarce de residir en París, asiento natural de la representación diplomática, con objeto de no privar al prócer de la presencia y asistencia de su hija Mercedes.

San Martín

San Martín continuará opinando, en su activa correspondencia con Buenos Aires: “En mi opinión el gobierno en las circunstancias difíciles debe, si la ocasión se presenta, ser inexorable con el individuo que trate de alterar el orden, pues si no se hace respetar por una justicia firme e imparcial se lo merendarán como si fuera una empanada, lo peor del caso es que el país volverá a envolverse en nuevos males”.

Y Rosas seguirá correspondiéndole: el 11 de octubre de 1841 el obsecuente almirante Guillermo Brown le solicita que lo autorice a designar “Restaurador Rosas” a la nave capitana de la escuadra de la Confederación Argentina, a lo que aquel le responde ordenándole que la nave deberá llamarse “Ilustre General San Martín”. Cabe señalar que también nuestra historia oficial ha silenciado la colaboración que nuestro máximo prócer naval, el almirante Brown, prestó al gobernador Rosas.

San Martín

Cuando Francia e Inglaterra atacan la Confederación Argentina, nuestro Libertador máximo no vacila en escribir a Rosas, poniéndose otra vez a sus órdenes y ofreciéndole regresar a la patria para combatir contra los invasores en una declaración pública que pudo haberle provocado serias dificultades ya que vivía en una de las potencias beligerantes. San Martín y Rosas comparten un hondo sentimiento nacional que para algunos críticos roza la xenofobia.

Una de las últimas cartas que escribe San Martín tres meses antes de su muerte, con letra dificultosa, fue justamente a Juan Manuel de Rosas: “Como argentino me llena de un verdadero orgullo, el ver la prosperidad, la paz interior, el orden y el honor establecidos en nuestra querida Patria, y todos estos progresos efectuados en medio de circunstancias tan difíciles en que pocos Estados se habrán hallado” (Boulogne-Sur-Mer, 6 de mayo de 1850)".

 

“Una entrañable amistad epistolar”, texto que integra “El ADN argentino”.

 

Pacho O'Donnell

 

 

Entrevista con Pacho O'Donnell
 

 

Dividido en breves capítulos que recorren nuestra historia desde el descubrimiento de América hasta la batalla de Caseros, “El ADN argentino. Las raíces de nuestra identidad nacional. La historia de que no nos contaron” (tal su título completo), es el último libro de Pacho O'Donnell, que dedicó más de una decena de ensayos a nuestro pasado. Aquí, explica las razones de su escritura.

NOTICIAS: ¿Cuál fue la idea principal detrás este libro?

Pacho O'Donnell: La historia oficial, que a lo largo de los años ha ido cambiando de nombre e incorporando metodologías pero sigue siendo en esencia la misma que fundaron Bartolomé Mitre y Vicente Fidel López, es la que escribieron los vencedores de las guerras civiles del siglo XIX. Y como todos los vencedores la torcieron a favor de sus intereses. Su espíritu no pudo sino reproducir la ideología oligárquica, porteñista, liberal en lo económico y autoritaria en lo político, antihispánica y anticriolla de aquellos cuyo proyecto de país estaba resumido en el dilema sarmientino entre “civilización”, lo europeísta-porteño, y “barbarie”, lo criollo-provincial. Estaban convencidos del país que querían y lo llevaron adelante sin reparar en medios. Guiados por abstracciones de interpretación sesgada como “civilización”y “progreso” cuyas acepciones poco y nada tenían que ver con lo nacional, diseñaron el ADN de una sociedad a imagen y semejanza de las naciones poderosas de la época y copiaron sus instituciones y sus cartas magnas sin reparar que ellas respondían a circunstancias e idiosincrasias ajenas a las raigalmente nuestras. Pero, esencialmente, se propusieron que la Argentina, su clase dirigente pensara, creara y actuara como británicos en primera instancia, aunque incorporando también influencias francesas en lo cultural. De allí nuestras costumbres, nuestros gustos, nuestra arquitectura, nuestros deportes, nuestros vicios. Nuestra historia. Para llevar a buen puerto ese proyecto de organización nacional consideraron imprescindible renunciar a lo criollo y a lo hispánico que constituían la identidad medular de lo argentino. Comenzar de cero, imaginando haber nacido del otro lado del océano. Sus ideólogos, en especial Sarmiento y Alberdi (éste antes de su conversión y de su conflicto con el sanjuanino), bregaron por la transformación de la Argentina en lo que no era pero que ellos consideraron que debía ser. Debieron enfrentar una dificultad supina: sus habitantes, la plebe, según su concepción, “no servían” para el proyecto “civilizador”. No olvidaban que era contra ellos que habían combatido a lo largo de los años de guerras civiles pues los criollos, los indios, los gauchos, los mulatos, los orilleros habían sido leales, en su inmensa mayoría, a quienes representaron sus intereses ante el despotismo porteño: Artigas, Dorrego, Rosas, Ramírez, Peñaloza, Felipe Varela. También San Martín. Todos ellos, vale apuntar, de finales trágicos. Este libro como otros anteriores de mi autoría pretenden describir y comprender nuestra historia desde una perspectiva diferente, una versión nacional, popular, federal e iberoamericana. Estoy convencido de que no podemos comprender quienes y como somos basados en una historia falseada. Mi obligación como amante de la historia verdadera es recuperar personajes y circunstancias jibarizadas o escamoteadas por la historia oficial. Es semejante a lo que sucede en el psicoanálisis personal donde lo que se juega es develar el verdadero discurso del inconciente en vez de aquel que nos condena al síntoma.

José de San Martín

NOTICIAS: ¿Cómo eligió a los personajes y sucesos que componen el texto?

O'Donnell: Me mueve algo parecido a un espíritu de justicia. Manuel Dorrego, el gran Dorrego, merece mayor reconocimiento que el que le concede a regañadientes la historia oficial. Fue un estadista, un patriota que se compenetró de los intereses de los sectores populares y eso le costó la vida. Del lado contrario podemos poner a Rivadavia, homenajeado con la avenida más larga del mundo y otras honras cuando fue un pionero del endeudamiento venal, además de enemigo acérrimo de San Martín.

NOTICIAS: ¿Qué revelan estas historias del ADN de los argentinos?

O'Donnell: Revelan que argentinas y argentinos no hemos logrado definir nuestra identidad. Tironeados por un lado por un precepto civilizatorio que nos es sustancialmente ajeno, lo que nos lleva a una generalizada desvalorización de lo propio y una melancólica exaltación de lo ajeno. Ello redunda en un débil sentimiento patriótico que no alcanza para mitigar o frenar el daño que inescrupulosos infringen a su patria y a sus compatriotas (hijos de un mismo padre). ¿Qué otra cosa puede decirse de los monstruosos y reiterados endeudamientos? Asimismo la grieta entre los habitantes del puerto y los de las provincias no se zanjó con la guerra y persiste como la madre de todas las grietas que nos dividen.

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Adriana Lorusso

Adriana Lorusso

Editora de Cultura y columnista de Radio Perfil.

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