Las noticias que llegan desde Medio Oriente son desgarradoras y alarmantes. Nadie permanece inalterado después de experimentar un conflicto bélico. Palabras como crueldad, imprevisibilidad, alerta, muerte, caos, desprotección, peligro, inseguridad, trauma, herida, riesgo, angustia, dolor y terror inundan mi mente al pensar en la guerra.
Desde la perspectiva de la psicología, podemos entender que las experiencias traumáticas dejan una marca en nuestra psique. Al ser evocadas, estas experiencias despiertan las mismas sensaciones de displacer con las que fueron vividas anteriormente. Además, provocan una multitud de síntomas físicos y mentales que acompañan al individuo a lo largo de su vida.
Sigmund Freud descubrió en la fijación al trauma y en otros fenómenos la repetición compulsiva -automática e involuntaria- de las experiencias más dolorosas de la vida del individuo. A toda esta sintomatología la denominó “neurosis de guerra”, concepto del que se ha derivado el actual “trastorno por estrés postraumático”. Freud también señaló que todo lo que establece vínculos afectivos entre los hombres e impulsa la evolución cultural actúa contra la guerra.
Como psicóloga deportiva, siempre me ha fascinado la capacidad de resiliencia que tienen los atletas. Hoy pienso en Israel y veo en la televisión las plazas con sus búnkers al lado de los juegos infantiles. Creo firmemente que en medio de tanto estruendo, la actividad física y recreativa es crucial: apelar a lo lúdico funciona como un bálsamo en tiempos de guerra. Y el deporte en sus bases es eso: diversión.
Además, ¿qué mejor que el deporte para transmitir superación? El deporte une a las personas y transmite valores como el trabajo en equipo, humildad, compañerismo, empatía, respeto y resiliencia. Es urgente incorporar la estructura deportiva a situaciones extremas porque quienes practican y viven en ámbitos deportivos desde niños están habituados a estos conceptos.
Hace unos días vi la serie “Las nadadoras”, basada en la historia real de Yusra Mardini, una atleta olímpica nacida en Siria. Después de refugiarse en Berlín, formó parte del equipo de Atletas Olímpicos Refugiados que compitió en los Juegos Olímpicos de Río 2016 y Tokio 2020. Su historia (como la de muchos otros deportistas) transmite pasión, resistencia y adaptabilidad ante los cambios.
Por supuesto, la práctica deportiva no va a frenar al terrorismo ejercido por quienes no respetan nada. Sin embargo, desde nuestro pequeño lugar, jugar, reírse, superarse a uno mismo y a un rival de un modo reglado; acatar todos las mismas reglas y trabajar en equipo es revolucionario en estos tiempos.
Lic. Luz Morales Psicóloga, especializada en Clínica y Deporte.
MN 43342 MP 94642
IG: @luzmoralespsi
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