Las empresas familiares son como ese árbol que plantaron los abuelos en el patio de casa. Creció con raíces fuertes, algo torcidas a veces, con ramas que se mezclan entre sí, y que cobija a todos con su sombra. Pero, como todo ser vivo, llega un momento en que necesita una poda estratégica para seguir creciendo sano, fuerte… y para que no se caiga encima de nadie.
La palabra “reestructuración” puede sonar temible. A muchos les recuerda a despidos masivos, consultoras frías y gráficos con muchas flechitas. Pero en el universo de la empresa familiar, reestructurar tiene más que ver con acomodar la casa que con derrumbarla. Es ordenar roles, revisar creencias, profesionalizar sin deshumanizar, y encontrar un nuevo equilibrio entre lo afectivo y lo productivo.

¿Por qué reestructurar?
Porque crecer desordenadamente también es una forma de estancarse. Muchas empresas familiares se enfrentan con desafíos que no provienen de la competencia o del mercado, sino de tensiones internas no resueltas, superposiciones de funciones, falta de comunicación clara y decisiones emocionales que se disfrazan de racionales.
Reestructurar implica preguntarse, con honestidad y sin miedo:
- ¿Quién hace qué y por qué?
- ¿Estamos ocupando los puestos por talento o por apellido?
- ¿Cuáles son los objetivos reales de la familia y cuáles los de la empresa?
- ¿Nuestros colaboradores entienden y comparten el rumbo?
Y aquí viene una de las claves que solemos pasar por alto: el bienestar de las personas que trabajan con nosotros, más allá del apellido.
Bienestar laboral: ¿lujo o inversión?
En muchas pymes familiares, los colaboradores “no familiares” viven en un estado de limbo: lo suficientemente adentro como para ser afectados por las dinámicas disfuncionales, pero no tanto como para poder opinar o cambiar las cosas. Cuando la comunicación está viciada por vínculos cruzados, discusiones familiares se filtran en la oficina, o decisiones se toman en asados de domingo, el clima laboral sufre… y mucho.
Familiarizar a la empresa no es invitar a todos al cumpleaños del abuelo, sino incorporar una cultura de cuidado, cercanía y pertenencia con todos. Significa que cada persona, lleve o no el apellido fundador, pueda sentirse parte de algo más grande, con propósito, con sentido, y en un entorno donde su bienestar importa.
En procesos de reestructuración bien llevados, solemos ver cómo mejora el ambiente laboral cuando se clarifican los roles, se ordenan los canales de comunicación y se abren espacios para escuchar a todos. Cuando dejamos de dar por sentado que “así son las cosas acá” y empezamos a conversar en serio.
Cómo acompañar una reestructuración desde una mirada integral
Como contador te diría: revisá los números, medí la eficiencia, detectá cuellos de botella.
Como agile coach: trabajá en ciclos cortos, medí impacto y hacé mejoras continuas.
Como team coach: mirá los equipos como sistemas vivos que necesitan acuerdos claros, feedback y confianza.
Y como coach ontológico: escuchá las emociones que están debajo del Excel. Las resistencias, los miedos, los duelos por soltar viejas formas de hacer las cosas. La reestructuración no es sólo estructural, es emocional.
Y en las empresas familiares, esto se vuelve más evidente: no hay escisión entre lo personal y lo laboral. Por eso, acompañar estos procesos desde una perspectiva sistémica y humana es la gran diferencia entre reestructurar y deconstruir con sentido.
Los frutos de una buena poda
Cuando la reestructuración se hace con conciencia, compromiso y mirada integral, los resultados son visibles:
- La empresa gana en eficiencia, foco y adaptabilidad.
- La familia se ordena y puede proyectar continuidad sin conflictos latentes.
- Los colaboradores se sienten valorados, escuchados, y eso se traduce en compromiso real.
- Se reduce la rotación, mejora el clima y se fortalece la cultura.
En definitiva, la empresa se vuelve un lugar donde da gusto estar. Y eso, en estos tiempos, vale oro.
Para cerrar…
Reestructurar no es una amenaza, es una oportunidad. Una empresa familiar que se anima a mirarse con honestidad, a abrazar el cambio y a priorizar el bienestar de todos sus integrantes —familiares o no—, está sembrando las bases para trascender generaciones. Porque las raíces son importantes… pero también lo es saber hacia dónde queremos que crezca nuestro árbol.
Mariela del Valle Aguilera
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por CONTENTNOTICIAS














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