Wednesday 17 de December, 2025

POLíTICA | 19-11-2025 18:34

Alberto Fernández procesado: el libro que revela la trama de la Causa Seguros

En “El Martirio”, el autor de esta nota dedica a un capítulo a ese escándalo de corrupción. Sus antecedentes en el rubro con Menem. Y la conexión con el caso Fabiola.

La noticia de estos días es que Alberto Fernández fue finalmente procesado en la Causa Seguros, el expediente que desde el vamos no solo compitió en importancia con la denuncia por violencia de género realizada por Fabiola Yañez, sino que hasta fue el origen de esa otra investigación. El martes 18, la Cámara Federal de Comodoro Py confirmó el procesamiento del ex presidente y lo dejó cerca de ser enviado a juicio oral.

Los detalles de esa trama de corrupción, algunos desconocidos, los publiqué en un libro que vio la luz en noviembre de 2024, titulado “El martirio”, en alusión a la pelea íntima y mediática entre Fernández y su ex primera dama.

A continuación, la transcripción de ese capítulo, “Seguros”.

María Cantero recibe un mensaje de WhatsApp urgente en su celular: “En este momento, el boludo en Radio La Red AM910”. Responde sin dudar: “¿Alberto?”. Sintoniza la radio y escucha lo que dice su antiguo jefe, el ex presidente, sobre el escándalo del momento, el de los seguros.

Su desilusión es tremenda.

Cuando termina el reportaje, le contesta por WhatsApp a su marido, Héctor Martínez Sosa: “Me duele el corazón”.

Martínez Sosa, apodado “Hecky”, es quien le había reenviado la frase del “boludo” con la que algún amigo le avisó a él del reportaje. Es el broker de seguros que se benefició como nadie con la administración de Fernández. Cantero, a su vez, había sido la secretaria del mismo Alberto. Los tres se conocían desde hacía más de treinta años, pero ahora el ex presidente no respondía por ellos en la radio.

Todo lo contrario: se lavaba las manos.

Esto decía en aquella entrevista del 29 de febrero de 2024, días después de que se destapara el caso.

–¿Pidió por la contratación de Martínez Sosa? –le preguntó el periodista Facundo Pastor.

–Nunca –negó el ex presidente.

–¿Y María Cantero, su secretaria? –siguió Pastor.

Alberto hizo un breve silencio, y luego dijo:

–Dudo que ella hiciera tal cosa. Si lo hizo, no lo apoyo...

El periodista enmudeció y lo dejó seguir hablando:

–No puedo garantizar que ella no haya hecho algo así. Si lo hizo, se extralimitó.

Durísimo.

Para no quedar pegado al escándalo, el jefe le había soltado la mano. La responsable de los contratos ganados por su marido broker era ella, una secretaria rasa, y no quien tomaba las decisiones.

Por eso Cantero decía que le dolía el corazón. “El boludo” la había traicionado.

Como había hecho con su “querida Fabiola” cuando en público se despegó de la fiesta de Olivos.

Pero, antes de detenernos en la trama de los seguros, hay que contar que esas palabras de Fernández tuvieron un efecto colateral. Porque cuando meses después, en agosto, a la secretaria le tocó declarar en otro expediente, el de violencia de género, no movió un dedo para defender a su ex jefe. Fue una devolución de gentilezas.

Cantero, recordemos, era la que había intercambiado con Fabiola Yañez aquellos mensajes en los que la primera dama le hablaba de las escenas de violencia en Olivos y hasta le enviaba las fotos con los moretones. Y de esos chats, como se dijo, había nacido la investigación por violencia de género cuando el juez Ercolini secuestró el celular de la secretaria para avanzar en la causa de los seguros y se encontró con la inesperada sorpresa: el ojo morado, el hematoma en el brazo, las sucesivas alertas que Fabiola le había hecho llegar a Cantero.

“Anoche me pegó de nuevo”.

“Me quiso ahorcar”.

“Sabiendo que podía estar embarazada, me pegó una patada en la panza”.

Por esos mensajes, Cantero fue llamada a declarar como testigo el 22 de agosto de 2024.

Y no ayudó, como dijimos, en nada a su antiguo jefe. Confirmó que los chats y las fotos eran reales, un dato crucial. Nunca puso en duda la palabra de Yañez. Mostró empatía con ella y dijo que trató de “acompañarla”. Y dijo: “Las imágenes de los golpes me sorprendieron muchísimo”.

Si hubiera declarado otra cosa, si hubiera negado, por ejemplo, tener conocimiento sobre los chats y las imágenes de los golpes, la causa hoy podría estar en otra instancia. Como mínimo, embarrada. Pero también es cierto que la secretaria se exponía a una acusación por falso testimonio si hacía eso. Lo importante, en todo caso, es que decidió preservarse a sí misma y exponer a Alberto.

Como él antes había hecho con ella.

La verdad era que Alberto, Cantero y su marido “Hecky” Martínez Sosa se frecuentaban desde los años ‘90, cuando el primero era titular de la Superintendencia de Seguros del gobierno de Menem y ya tenía la misma secretaria que después lo acompañaría en la Casa Rosada, primero como jefe de Gabinete de los Kirchner y finalmente como Presidente. Alberto y María se habían conocido primero, en la Facultad de Derecho de la UBA, y el broker Martínez Sosa fue el último en unirse al triángulo. Era un interlocutor habitual del superintendente Fernández y se terminó enamorando de su secretaria. Pero ya hablaremos de esa época borrosa.

Lo que importa ahora es determinar si Alberto es tan inocente como afirma en la causa de los seguros, iniciada –otra vez– por una investigación de Clarín, la némesis del ex presidente. Según lo que reveló una auditoría interna elaborada por la empresa estatal Nación Seguros a pedido de la Justicia, los 25 brokers más importantes del rubro cobraron casi 3.500 millones de pesos de comisiones por seguros con el Estado durante la gestión de Fernández. En el segundo puesto de ese ranking figura el marido de la secretaria Cantero, con 366 millones. En el primer lugar, con 1.665 millones, aparece la firma Bachellier, que, según las escuchas de la causa, estaría ligada de manera estrecha al mismo broker.

Todo empezó con un decreto de Fernández que en diciembre de 2021 estableció que los ministerios y los organismos del Estado debían contratar las pólizas con Nación Seguros. Al frente de esa compañía estatal estaba Alberto Pagliano, otro viejo conocido que lo acompañaba desde los años en que Alberto era el funcionario de Menem que regulaba al sector. A partir del decreto presidencial, la figura del broker o intermediario se hizo un hábito. O, mejor dicho, se institucionalizó, porque en realidad ya era algo que venía sucediendo, aunque a menor escala y sin reglamentación. En síntesis, el esquema impuesto por aquel decreto fue el siguiente: las dependencias del Estado debían operar con Nación Seguros, y esa empresa tercerizaba el trabajo con los brokers.

Allí es donde entró “Hecky” con sus comisiones millonarias.

¿Pero Alberto sabía? Lo dicho: se conocían más que bien desde los años ‘90. Y además hay chats de WhatsApp en el expediente judicial que son reveladores. Veamos uno, que pertenece al 24 de mayo de 2023.

María Cantero le escribe al Presidente: “Hola jefe, ¿cómo estás?”.

“Todo bien”, contesta él.

Y la secretaria va directo al grano: “Tengo un problema, están sacándole Cancillería a Hecky, están nombrando otro productor”.

Le manda otro mensaje: “Hecky va a hablar con Juan Manuel”.

Y otro: “Ya le sacaron algunas cuentas. La Cámpora arma broker”.

Y otro más: “Pero Cancillería son nuestros”.

¿Qué responde Fernández? Solo tres palabras: “Ya me ocupo”.

Fin de la conversación.

La secretaria le avisaba que su marido “Hecky” estaba por perder una cuenta, que los muchachos de La Cámpora empezaban a meter mano en el negocio y que algo había que hacer. Y Alberto se ocupó.

Como se ve, ella no se había “extralimitado”. El jefe no solo sabía, sino que además empujaba.

En otros chats también se advierte la familiaridad con que se trataban los integrantes del triángulo conformado por el Presidente, la secretaria y el broker.

Por ejemplo, en abril de 2018, cuando Cantero no estaba trabajando con Fernández, él le escribió: “Arreglemos para almorzar uno de estos días. ¡Lo veo más a Hecky que a vos!”.

Y en junio de 2016 se dio este curioso intercambio.

“¿El Gordo va mañana?”, pregunta Alberto.

“Sí, y hoy me llamó desde la oficina”, contesta Cantero.

Fernández le pide: “OK, porque necesito algo de dinero para el finde”.

Cantero lo tranquiliza: “Sí, mañana está”.

“OK”, contesta Alberto.

“Mandale un mensaje hoy”, le indica Cantero.

“El Gordo” al que se refería Alberto no sería otro que Daniel Rodríguez, el ex intendente de la Quinta de Olivos que por esa época trabajaba con Martínez Sosa. Era el que llevaba y traía, según se desprende de aquellos mensajes. Igual que lo que había ocurrido con la historia del supuesto sobre con euros para que Fabiola se practicara un aborto, narrada en un capítulo anterior.

Fernández, como puede verse, no solo vivía de prestado en el departamento de Albistur, sino que además solía pedirles plata a otros amigos, sobre todo a los que le debían favores.

Hasta los incluía en las rendiciones de su contabilidad personal, donde Martínez Sosa figura desde hace años como un acreedor suyo: según detalló Alberto en su declaración jurada, presentada ante la Oficina Anticorrupción, el broker le prestó 20 mil dólares. Aunque en sus últimos ejercicios contables esa deuda se redujo: ahora son solo 102 mil pesos.

Podría terminar de pagarle de una buena vez.

En otro chat, del 7 de octubre de 2022, vuelven a hablar de plata.

Desde la Casa Rosada, Cantero le escribe a su marido: “Me olvidé de preguntarte si llegás a juntar el dinero para los muchachos de mi oficina”.

Una hora después, “Hecky” le contesta con la foto de un grueso fajo de billetes de 1.000 pesos.

La confianza con Alberto era tanta que el entonces Presidente se ocupó personalmente de que su conocido consiguiera la segunda dosis de la vacuna contra el Covid.

“Pasame el nombre completo y el DNI de Hecky”, le escribe a Cantero en julio de 2021.

“Gracias, jefe”, contesta la secretaria.

Al día siguiente, Alberto le avisa: “Viernes a las 10 de la mañana lo vacunan a Hecky en el mismo lugar donde lo vacunaron”.

También se nota un trato confianzudo en el intercambio que se dio luego de que Cristina Kirchner confirmara a Fernández como su postulante a la Presidencia, en mayo de 2019.

Cantero, que siempre miró con recelo a CFK, le escribe en tono de broma al recién estrenado candidato: “Jefe, te volviste loco. ¿25 años te cuidé para esto? Supongo que a partir de ahora no me vas a contestar más. ¡Un clásico!”.

Alberto le responde: “¡Dejá de protestar!”.

Cantero sigue bromeando: “No te voto. Y conmigo comportate, yo soy Coto. A vos te conozco”.

Y agrega: “Hecky está Feliz”. Con mayúscula.

Alberto festeja: “Vamos a volver”.

Cuando estalló el caso, Alberto primero se defendió con estas palabras: “Jamás en mi vida hablé con Martínez Sosa de sus seguros”. Y más tarde, cuando trascendió que el broker se había entrevistado con él en la Quinta de Olivos, se volvió a desentender: aseguró que había ido a ver a otra persona, “El Gordo” Rodríguez, el intendente de la Quinta.

Pero enseguida se comprobó que eso no era tan cierto. Los mensajes en manos de la Justicia revelaban que Martínez Sosa había ido a la Quinta de Olivos el 21 de diciembre de 2021, aunque no figuraba en el listado de ingresos para no dejar rastros de la visita.

Ese día, Cantero le avisó por WhatsApp al Presidente: “Jefe, Hecky está llegando”.

Y le pidió: “Atendelo a Hecky con amor”.

Un rato después, Alberto le reenvió a ella una imagen que después borró, pero que los peritos judiciales pudieron recuperar: era Martínez Sosa, de jeans y camisa blanca, sentado en un sillón del despacho del Presidente en Olivos.

La foto tal vez la sacó el mismo Fernández, que también le agradecía a su secretaria: “Espectacular el cuadro”.

Al parecer, se refería a una pintura de Perón y Evita abrazándose. La obra, de Juan Manuel Núñez Lencinas, terminó colgada en su despacho.

“Nadie te admira más que él”, cerraba el diálogo su secretaria.

El día anterior, Cantero le había confirmado a su marido: “Mañana 10.30 te espera Alberto en Olivos. Llamame cuando puedas”.

Y la mañana de la reunión, volvió a escribirle. “¿Ya estás con Alberto? ¿Cómo te fue?”.

“Recién salgo”, contestó el broker un rato después.

Y describió el encuentro: “Muy lindo”.

Los mensajes sobre la cumbre entre el Presidente y el broker en Olivos son de solo 19 días después de firmado el decreto del 2 de diciembre de 2021 que posibilitó toda la operatoria.

En cuanto al cuadro de Perón y Evita, aquel presente no era una excepción. Cantero y “Hecky” solían agasajar al Presidente con obsequios costosos, desde un Rolex hasta una colección de corbatas.

Había que mantener aceitado ese vínculo.

A Fabiola, en cambio, no la tenían tan en cuenta, como se desprende de un chat del 15 de octubre de 2022.

La secretaria escribe: “Tengo que hacer algo por Alberto. Anoche hablé con él un rato largo”.

Martínez Sosa le responde, aún agradecido por la reunión de meses antes con el Presidente: “¿Qué cosa? Votarlo. ¿Después de hablar conmigo?”.

Ella le dice: “Acá tenemos muchas ideas de regalitos”.

El broker pregunta: “¿Para Fabiola?”.

“¿Qué Fabiola? Para él”, escribe la secretaria.

Claro, el importante, el que posibilitaba los negocios, era el Presidente.

Las fotos de los golpes eran algo secundario comparado con eso.

Martínez Sosa tal vez preguntó por Fabiola porque la pareja del broker y la secretaria ya habían tenido algún detalle con ella, como uno pulsera. Pero nunca un Rolex o un cuadro original.

La historia del Rolex es curiosa. Un ex funcionario no identificado le contó a Infobae que Cantero le entregó aquel regalo en mano al jefe el 8 de diciembre de 2019, dos días antes de que asumiera la Presidencia.

“Mirá lo que te compramos con Hecky”, le dijo.

Pero Alberto se molestó y rechazó el presente, acaso porque había testigos, como el que narró la escena, o quizá porque era un gobernante honesto que no aceptaba dádivas.

Los chats de la causa vuelven más probable la primera hipótesis.

Esos mensajes que estudia la Justicia además confirman que Martínez Sosa también vio a Alberto en la Casa Rosada, no solo en Olivos.

El 18 de febrero de 2020, Cantero le escribió a su marido desde su lugar de trabajo: “¿Venís con el auto? Entrá por donde te dije. Rodeá la Rosada y en lugar de ir a Leandro N. Alem, agarrá para Avenida de Mayo. Enseguida tenés un puesto de la poli en las rejas”.

“Hecky” responde: “OK. ¿A quién digo que voy a ver?”.

Cantero dice: “A mí, al Presidente. Fue el chico de audiencias”.

El broker repregunta: “¿A vos o al Presidente?”.

La secretaria escribe: “Al Presidente. Decile que sos mi marido. Te están esperando”.

El lobby de Cantero para favorecer a su marido, empujado por el propio Presidente, se trasluce en los chats analizados por la Justicia. Cantero no solo consiguió que Alberto lo recibiera en distintas oportunidades y le permitiera ganar contratos con su compañía de seguros, sino que también contactó a altos funcionarios de su administración con el mismo objetivo, entre ellos al jefe de Gabinete, Santiago Cafiero. También aparecen mencionadas las dependencias de la Casa de la Moneda, la Cancillería, Corredores Viales y Fabricaciones Militares, entre otras.

Es cierto que parecía haber varios bandos en pugna, como indicaba el antes citado mensaje de la secretaria en el que le avisaba a Fernández sobre la competencia de los supuestos brokers de La Cámpora. Esa pulseada también queda reflejada en una charla del 17 de abril de 2020, en la que aparece el nombre de Juan Ignacio Forlón, un ex integrante de la Auditoría General de la Nación cercano al hijo de la vicepresidenta, Máximo Kirchner.

“Hecky” le habla a Cantero de un competidor en potencia, Sebastián Díaz Bancalari, sobrino del fallecido dirigente peronista. “Amigo de Forlón y de Máximo”, le informa a ella.

“¿Quién es Forlón?”, pregunta Cantero.

“El ex presidente en la época de Cristina que me sacó Fabricaciones Militares y lo mandé al carajo”, le explica Martínez Sosa.

Pero Cantero le recuerda que ellos ahora tienen al ancho de espadas.

“Ahora Alberto es Presidente. No Cristina”.

En un intercambio del 15 de septiembre de 2023 se advierte cómo la secretaria ayuda a su marido broker con la palanca que le da su cargo.

“¿Te contestó Juanchi?”, le pregunta ella, seguramente por Zabaleta, el ex intendente del partido bonaerense de Hurlingham y parte de la mesa chica de Alberto.

“Kato nos puede ayudar con eso”, agrega, en referencia a Gabriel Katopodis, el ministro de Obras Públicas y también integrante del círculo de confianza del Presidente.

Martínez Sosa contesta con un audio: “Sí, le mandé una perorata de que me confirme por favor. Y me contestó: ‘Héctor, estoy a mil, te llamo más tarde’. ‘Sí, claro, cuando puedas’”.

Cantero le recomienda: “Esperemos entonces hasta esta noche”.

“¿Juan Pablo lo conoce?”, pregunta su marido, en referencia al vocero Biondi, quien, ya echado, seguía ejerciendo su rol en las sombras.

“Sí, claro”, le dice Cantero. “Yo también. ¿Querés que le escriba?”

“No”, contesta “Hecky”.

“Por qué yo no”, quiere saber ella.

“Porque no voy a involucrar a nadie”, dice él.

Cantero se queja: “Pero a esos te los conseguí yo. Puedo preguntar si tuvo algún problema. Tengo confianza”.

Por supuesto que tenía confianza con los colaboradores y amigos del jefe. “A esos te los conseguí yo”.

Pagliano, el ya mencionado titular de Nación Seguros y albertista hasta la médula, también velaba por los negocios de “Hecky”. En el grupo de WhatsApp de los directores de su compañía se advierte lo compenetrado que estaba con el asunto.

En un chat del 2020, uno de los directores, Gustavo García Argibay, envía un paper y comenta:

“Muchachos, esta es la designación que nos va a llegar a favor de Héctor para las cuentas de las distintas fuerzas de seguridad”.

Pagliano responde enseguida: “Excelente. ¿Bachellier labura con Héctor?”

García Argibay confirma: “Sip, es el Ruso Tórtora”.

Se refiere a Osvaldo Tórtora, el dueño de la aseguradora Bachellier, la más favorecida en el ranking de los contratos. En segundo lugar, como dijimos, estaba Martínez Sosa, pero también apadrinaba al primero. La Justicia maneja la hipótesis de que eran socios.

En otros mensajes de 2019, meses antes de que Fernández llegara al poder, ya se veía cómo la secretaria y el broker y se estaban preparando. El 11 de agosto de ese año, el candidato del Frente de Todos aplastó a Mauricio Macri en las PASO y le sacó 16 puntos de diferencia, que resultaron irremontables en las generales. Solo dos días después, el 13 de agosto, “Hecky” le pidió a Cantero que le armase una reunión con el flamante ganador.

“Recién llegó Alberto”, le informa ella.

“¡Muy biennn Gatín! Le decís si lo puedo ver esta semana”, pide él.

“Gatín”, como la llama su marido, le responde: “Sí”.

“OK”, agradece “Hecky”.

“Ahora se va a almorzar”, dice ella. “Yo me ocupo”.

Una semana después, el broker ya había empezado a moverse.

“Lo llamé a Claudio para recuperar los seguros de allá”, escribe Martínez Sosa en referencia a un supuesto contrato en la provincia de Mendoza.

“¿Eso es para nuestra PYME?”, pregunta Cantero. “Todo suma para tu PYME, Gatín”, la festeja su marido, divertido.

“Gatín” y “Hecky”, como Bonnie y Clyde, jugaban en equipo. Pero no hubieran llegado tan lejos sin la tercera pata, Alberto.

También había, si se quiere, una cuarta, y también era alguien importante en la trama de Fabiola y su denuncia. Se trata del “Gordo” Rodríguez, intendente de la Quinta de Olivos durante la gestión de Fernández, quien, como Cantero, declaró como testigo en la causa por violencia de género, aunque su testimonio favoreció al ex presidente. Dijo, por ejemplo, que una de las empleadas de la residencia le pidió que hablase con Alberto por las supuestas reiteradas caídas de Fabiola en estado de ebriedad, que le habrían ocasionado, según él, distintos moretones como los que se apreciaban en las fotos del escándalo. Un calco de la versión del jefe. Como máximo responsable de la Quinta, “El Gordo” Rodríguez juraba no haber visto escenas de golpes, pero sí reconoció que el escándalo de la fiesta de Olivos deterioró la relación de pareja. “Empezó a haber un malestar entre ellos dos. Todos nos sentíamos afectados por la foto de la quinta de Olivos, los que trabajábamos ahí. Yo me refiero a todos, a Fernández y a Fabiola, también”, declaró.

Tampoco le constaban las infidelidades de él, aunque reconoció estar al tanto del “radiopasillo” que lo involucraba con Sofía Pacchi, la amiga y colaboradora de Yañez.

Y dijo algo más, que dejaba entrever que a veces Fabiola “se escapaba” de la Quinta sin avisarle a nadie. “En dos o tres ocasiones –detalló– nos encontramos con que la primera dama se retiraba sin mi conocimiento ni de los de Casa Militar”. Otra vez, la teoría albertista de las infidelidades de ella.

Rodríguez aclaró que Alberto hacía lo mismo, escaparse sin avisar, pero puso el énfasis en Fabiola.

Como intendente de la Quinta, “El Gordo” era el responsable, junto al personal de la Casa Militar, de las cámaras de seguridad del lugar, las que curiosamente no atesoraban ningún material cuando la Justicia pidió por ellas una vez comenzada la investigación. Hubiera sido una prueba fundamental, pero no quedaba registro de nada. De hecho, hay una versión según la cual, a instancias de Rodríguez, aquellas cámaras no cubrían todo el perímetro de la Quinta. Filmaban algunas partes de los jardines, pero otras no. Por ejemplo, dicen que nunca apuntaron hacia la Casa de Huéspedes en la que Fabiola vivió sola con su hijo Francisco durante los meses finales de ese gobierno, y donde el Presidente, según el relato de ella, le golpeaba la puerta con furia cada vez que tenía algo para reprocharle.

“El Gordo” lo negó. Y declaró que fue la propia primera dama la que le pidió, en una ocasión, que las cámaras no enfocaran la piscina del lugar, donde, según Alberto y sus testigos en la causa, ella se divertía de madrugada hasta emborracharse con su hermana Tamara –sí, también se llama Tamara– y sus amigas.

Rodríguez dijo que no pudo cumplir con el pedido. Pero poco importa, porque hoy igual no quedan imágenes.

¿Por qué ya no hay registros fílmicos de lo ocurrido en los jardines de Olivos? Porque, como comprobó la Justicia, esas cámaras solo guardaban tres meses de grabación y luego el material se borraba automáticamente. Insólito.

¿Hubo encubrimiento por parte de Rodríguez? El hombre lo niega.

En todo caso, así como la secretaria Cantero daba vueltas y vueltas ante las fotos que le había mostrado Yañez, él tampoco iba a ser de ayuda. Formaba parte de la sociedad de Alberto y “Hecky”.

Rodríguez, como se dijo antes, trabajó para los dos. Primero integró la custodia de Fernández en su época de jefe de Gabinete de los Kirchner –lo avalaba su experiencia como ex bombero de la Policía Federal– y en poco tiempo se convirtió en su secretario todoterreno. Luego, con el funcionario en el llano, el que le dio trabajo fue Martínez Sosa en su aseguradora. Y cuando Alberto finalmente llegó a la Presidencia, “El Gordo” volvió a su lado.

Hay un episodio que demuestra la extrema cercanía entre ellos. Cuando la Justicia allanó las propiedades del broker en la causa de los seguros, en una de ellas, en el barrio de Martínez, en la Zona Norte del conurbano bonaerense, se encontró con “El Gordo”.

Sí, vivía en una casa a nombre del otro, así como Fernández a su vez habita el departamento de Albistur.

Acaso todo era de todos. Propiedades, negocios, comisiones. O quizá solo se trataba de una increíble cadena de casualidades.

Hay otra protagonista que cruza la causa de los seguros y la vida personal de Alberto. Es Vilma Ibarra, la titular de la Secretaría Legal y Técnica de su gobierno y también su ex pareja. Como encargada de cuidarle la firma al Presidente, la funcionaria notó desde el primer día lo problemático que era el decreto de los seguros, y por eso ordenó hacerle algunas modificaciones para que la operatoria resultara menos evidente si a los medios se les ocurría posar su lupa sobre ella.

El artículo 3 de la normativa se refería a la figura del “productor” o “asesor de seguros” –en buen criollo, broker o intermediario– y lo incluía en la operatoria en los casos en que las autoridades lo juzgasen necesario. Pero Vilma decidió borrarlo de un plumazo.

Alberto Pagliano, el amigo del Presidente que estaba al frente de Nación Seguros, y que era el autor intelectual del decreto, se quejó en uno de los chats interceptados: “Le sacaron el artículo 3 de productores”.

Del otro lado, Roberto Gilbert, a cargo de la Oficina Nacional de Contrataciones, lo consolaba: “¡Mejor, lo decidís vos! ¿Qué más? Excelente”.

Le estaba diciendo que no había por qué imponer la figura del productor porque bastaba con que el Gobierno obligara a sus dependencias a operar con Nación Seguros. Luego Pagliano, su titular, podía decidir lo que quisiera.

Pero el funcionario quería dejar todo por escrito.

El 24 de noviembre de 2021, solo una semana antes de que saliera el decreto, le envió un mensaje de audio a Ibarra. “Hola, Vilma, buen día. Mirá, en realidad no quiero molestarte, pero lo estoy haciendo. A ver, yo no tengo problema con que ese artículo lo saquen. Lo que sí, ese artículo no está para que cada uno pida meter un asesor, no siempre es lo que uno piensa. Los asesores de seguros tienen su función en el medio. Pero que no lo hagan todo en la sombra como se está haciendo. Están en todas las compañías”.

Y siguió explicando: “Es decir, es tratar de poner en blanco lo que hoy está pasando en negro. Nada, era eso nomás. Pero si querés, me podés llamar tranquilamente”.

Pero Vilma ya había tomado la decisión.

Le contestó que ese artículo no iba a pasar el filtro: “Creemos que es mejor no legalizar esa figura”.

Y no le dio más explicaciones.

Vilma es de pocas pulgas, una característica que Fernández respeta. Pero eso mismo también la hace chocar con otras mujeres del universo albertista, como la secretaria Cantero.

Las dos tenían un trato frío, quizá porque “Gatín” estaba al tanto de los reparos de la funcionaria con respecto al decreto de los seguros.

–Estaba todo mal entre ellas –asegura el allegado a Cantero citado más arriba–. Prácticamente no se dirigían la palabra.

Vilma conocía a Alberto desde antes de que existiera el kirchnerismo. Habían compartido la Legislatura porteña en los tardíos años ‘90, una época en la que ella le parecía inalcanzable a él. Por entonces, a Vilma le atribuían un romance con su jefe político en el Frepaso, el carismático Carlos “Chacho” Álvarez, un tema que incluso llegó a la tapa de la revista La Primera, de Daniel Hadad. Según uno de los amigos de Alberto, “ella lo tenía loco desde hacía tiempo, pero nunca le dio bola”.

Pero eso cambió cuando a él lo nombraron jefe de Gabinete de Néstor Kirchner en mayo de 2003. Entonces sí logró seducirla. Ese año, los dos tuvieron que sentarse cara a cara para negociar el apoyo de los Kirchner a la reelección de Aníbal Ibarra como jefe del Gobierno porteño y los cargos que a cambio de eso cedería el frepasista en su administración. Fue en esos escarceos políticos de tira y afloje, en los que Vilma defendía los intereses de su hermano intendente y Alberto los de los K, que se encendió la chispa.

Él estaba casado hacía ocho años con Marcela Luchetti, la madre de su hijo Tani. Pero se separó de manera fulminante.

En la Casa Rosada, a Vilma por entonces la llamaban “la segunda dama”, porque noviaba con quien era el segundo de Kirchner, Alberto.

Estuvieron una década juntos, al menos hasta el año 2013, con lo cual –ya se dijo– se superponían las fechas con Fabiola, quien en la Justicia ahora asegura que empezó su relación con Fernández en 2010.

Pero la que por entonces convivía con él en el departamento en Puerto Madero era Vilma, la pareja oficial.

Para 2015, incluso, había muchos que creían que seguían juntos. La revista Noticias lo dio por hecho en un reportaje que le hizo a Ibarra ese año, luego de que ella publicara su libro “Cristina versus Cristina”, en el cual criticaba duro a la entonces Presidenta. También Fernández era un salvaje detractor de la jefa por aquel tiempo.

Como no estaba al tanto de la separación, el periodista Rodis Recalt le preguntó a Vilma en esa entrevista:

–¿Su relación con Alberto tuvo alguna influencia sobre el libro?

–No –dijo ella–, ni siquiera sé si Alberto leyó el libro. No lo leyó antes de que fuera a edición.

–¿No se lo mostró?

–No. Nosotros no tenemos biografías políticas similares. Alberto pertenece al PJ, yo nunca fui del PJ.

–No entiendo, ¿no hablaron del libro?

–Bueno… Hace un tiempo que ya no estoy con Alberto.

–¡Ah!

El diálogo de sordos por fin había terminado.

El periodista intentó sobreponerse a la gran sorpresa:

–En esta época se separaron muchas parejas por cuestiones ideológicas y hasta se han roto familias…

Vilma sonreía por la situación:

–Yo no me junté por ideología ni me separé por ideología, si esa es la pregunta.

Vilma había sido el gran amor de Fernández, pero lo cierto es que siempre tuvieron sus peleas. En plena guerra con el campo, por ejemplo, ella se fue del departamento de Puerto Madero y un tiempo después regresó. También jugaban su papel los celos, y algunas mujeres que eran señaladas como demasiado cercanas a él. Data 54, el sitio web de Jorge Lanata, se hizo eco de una supuesta relación paralela con Sandra Bergenfeld, la legisladora porteña y ex bailarina del programa “Las gatitas de Porcel”. Y otros sumaban el nombre de Rosario Lufrano, la directora ejecutiva de la TV Pública, por entonces Canal 7, designada en ese cargo por pedido de Alberto. Fabiola recién aparecería en 2010, si es cierta su versión. Como se ve, las infidelidades no parecían algo nuevo en la biografía del ex presidente.

Pero lo que no hubo en esa relación con Ibarra son escenas de violencia. Al menos, ninguna que se hubiera denunciado.

¿Cómo era posible que una feminista confesa como Vilma hubiera estado diez años con un presunto golpeador? La pregunta retórica la formuló el propio

Alberto cuando estalló el escándalo de Fabiola. No tenía sentido, decía, que se hubiera transformado en un hombre violento “de grande”. Que ni su ex esposa ni Ibarra lo hubieran denunciado en el pasado, sostenía, era la prueba de que Yañez estaba mintiendo.

El día que Fernández anunció su Gabinete, ya como Presidente electo, dijo:

–Saben ustedes que la conozco bien a Vilma.

La cámara de TV que transmitía el acto rápidamente enfocó el rostro de ella, que hizo una mueca de picardía.

El día de su nombramiento, ella juró con un pañuelo verde atado a la muñeca y, cuando se acercó al Presidente, él se inclinó levemente para decirle algo al oído. La confianza seguía intacta.

Por esos tiempos, la funcionaria, con despacho en la Casa Rosada, aprovechaba sus momentos a solas con Fernández para lo que llamaba un “coaching de género”. Él pedía consejos de cómo moverse en el mundo feminista y ella –autora de la Ley de Matrimonio Igualitario y la primera senadora que se peleó con la Iglesia por presentar un proyecto para legalizar el aborto, en 2006– hacía lo posible por deconstruirlo. El Presidente en privado se consideraba “un varón del siglo XIX”, pero Vilma le festejaba sus progresos, como cuando se sentó a capacitarse en violencia de género frente a la ya mencionada socióloga Dora Barrancos y la ministra de las Mujeres, Elizabeth Gómez Alcorta, para cumplir con la Ley Micaela. ¿Cómo imaginar, por esos días, que la historia terminaría con una denuncia como la de Fabiola?

Evidentemente, la relación de Alberto con Vilma había sido distinta. De hecho, los testigos que los veían interactuar en la Casa Rosada, ya como Presidente y funcionaria, aseguran que era ella la que solía levantarle la voz a él cuando algo la molestaba. Por ejemplo, cuando Fernández se sentó a una larga mesa con empresarios, gremialistas y representantes sociales para firmar el Compromiso Argentino por el Desarrollo y la Solidaridad.

Ese día, después del evento, Vilma rezongó sin disimulo:

–¡Ni una mujer había!

–Tiene razón –le dio la derecha él delante de los otros presentes.

El dato de los sonoros gritos de ella también llegó a oídos de Máximo Kirchner. En febrero de 2023, entrevistado por el sitio El Cohete a la Luna, dijo lo siguiente para defender a su madre de las acusaciones de maltrato hacia Alberto. “En este gobierno no es Cristina Kirchner la mujer que le grita a Alberto, quizá haya otra, no sé, pero no es Cristina…”.

En el diario Página/12 enseguida sumaron más detalles: “Por los pasillos de Casa Rosada aseguran que quien suele levantarle la voz al primer mandatario es una de las mujeres que forman parte de su círculo íntimo y que viene sobreviviendo a los sucesivos cambios de Gabinete. Desde el entorno del Presidente hablan de gritos, incluso en reuniones de Gabinete”.

Así es, Vilma no se quedaba callada. Y Alberto respetaba eso.

Un último dato sobre la funcionaria. A los pocos meses de asumir, y con la pandemia ya instalada en el país, Ibarra tuvo su propia fiesta de Olivos. Fue cuando, por invitación del propio Presidente, decidió celebrar su cumpleaños en la Quinta. Esa noche, la del 20 de mayo de 2020, en los registros de ingresos de la residencia presidencial figuran los nombres de Vilma, de sus hijos Mariano, Matías y Sebastián Lebendiker –frutos de su primer matrimonio– y hasta del músico Pedro Aznar, acaso contratado para amenizar la velada con sus acordes, y tal vez a dúo con Alberto, un guitarrista part time que suele ufanarse de su cercanía con Litto Nebbia. Pero es imposible saber cómo transcurrió aquello, porque esa vez no hubo fotos.

Fabiola debió sentirse algo rara esa noche.

Los invitados, según los registros, se quedaron hasta las 23.59. Un minuto después cumplía años la funcionaria.

Al día siguiente, Fernández habló sobre la cuarentena y las restricciones. Dijo que el país estaba atravesando “el peor momento de la pandemia” y que las reuniones sociales seguían prohibidas.

La fiesta de cumpleaños de Vilma recién trascendió tiempo después, cuando en agosto de 2021 aparecieron las imágenes de la celebración de Fabiola en Olivos. Fue una revelación colateral.

Pero volvamos a la causa de los seguros, la responsable de que haya salido a la luz el escándalo de la violencia de género. Al momento de irse del poder, Fernández solo mantenía en alto dos banderas. Una era la de su militancia feminista y “progre”, apalancada en hitos como el de la Ley del Aborto, la del DNI no binario –que incluso aprovechó su hijo Tani para rebautizarse– y la creación del Ministerio de las Mujeres. La otra bandera era la de su supuesta transparencia: para marcar diferencias con la jefa, el ex presidente repetía, aquí y allá, que él volvía al llano sin ninguna causa por corrupción en su contra.

Pero las dos bombas judiciales de 2024, primero la de los seguros y luego la de Fabiola, desmoronaron el bello discurso en un santiamén.

Ahora, Alberto está en observación, en el mejor de los casos.

Cuando le tocó defenderse en aquel reportaje con Facundo Pastor con el que empezaba este capítulo, el ex presidente –además de soltarle la mano a su secretaria– intentó una tímida defensa de Martínez Sosa.

–Tampoco es un Lázaro Báez –dijo.

Es una de sus comparaciones favoritas. Cada vez que algún empresario cercano caía bajo sospecha, Fernández echaba mano a ese paralelismo. Por ejemplo, cuando le tocó defender como abogado a Cristóbal López en una causa por evasión.

Lázaro Báez, para él, era un extremo indefendible: el ex empleado del Banco de Santa Cruz que, de la noche a la mañana, se había transformado en rey de la obra pública con una constructora inscripta solo horas antes de que los Kirchner, sus socios, desembarcaran en el poder. Lo de socios no es un eufemismo: figuraban así en sus declaraciones juradas. En el discurso de Fernández, Lázaro representaba la corrupción llevada a su máximo punto posible.

En cambio, lo de Martínez Sosa, o antes lo de Cristóbal, era algo distinto. Según el ex presidente, podía haber algún malentendido, quizás alguna desprolijidad menor, pero nunca un robo burdo como el que les atribuía al constructor patagónico y sus mandantes.

Si hasta se vanagloriaba de haber estado lo más lejos posible de Lázaro en los años en que compartió el poder con Néstor y Cristina.

“Lo vi una sola vez, él estaba en Olivos”, había dicho en su momento, antes de que apareciera esa antipática foto que lo mostraba sonriendo junto a Báez en alguna locación santacruceña.

Pero no, “Hecky” no era Lázaro. El empresario K está condenado en distintas causas y cumple prisión domiciliaria. El amigo de Alberto solo está imputado por ahora, aunque le embargaron parte de su patrimonio. Según el ex presidente, hasta es posible que sea víctima de una conspiración.

El propio Martínez Sosa le sigue la corriente: su argumento, en privado, es que quisieron correrlo del negocio y que este escándalo beneficia a Ignacio Sáenz Valiente, un abogado que tiene de cliente de toda la vida al Grupo Clarín y que en paralelo incursionó en el mercado de los seguros.

¡Martínez Sosa se autopercibe una víctima de Clarín, como Alberto! El guión de los dos es el mismo.

Es cierto que el mencionado Sáenz Valiente tiene un pie en el rubro, a través de la compañía Green Ocean Trust & Insurance SA, pero no hay rastro de que trabaje con el Estado, como sí lo hacía Martínez Sosa.

También los referentes de “Hecky” y Lázaro Báez salieron magullados. Cristina Kirchner fue condenada en la causa de la obra pública, al igual que el constructor patagónico. Y Alberto fue imputado en el expediente de los seguros por el juez Ercolini, su enemigo íntimo, quien además inhibió sus bienes. El “huemul” de Lago Escondido no descansaba.

En el caso del ex presidente, la primicia de Clarín que dio origen a la investigación estaba basada en un hallazgo del por entonces titular de la Anses de Milei, Osvaldo Giordano, quien notó lo que su organismo pagaba en la tercerización con los brokers. “Era 40 por ciento más barato un autoseguro”, dijo el funcionario antes de que el decreto de Fernández fuera derogado por la gestión libertaria.

Otra vez, como luego en el caso de Fabiola, de un lado estaban Clarín y el Gobierno, y del otro, abandonado a su suerte, Alberto.

Ya en junio de 2023, mucho antes de que se destapara la olla, los periodistas Carlos Pagni y Horacio Verbitsky se sumaban a la subterránea guerra discursiva entre cristinistas y albertistas, con Lázaro y Martínez Sosa como estandartes de un lado y otro. Esto escribió Verbitsky en El Cohete a la Luna, citando un artículo de Pagni en el diario La Nación: “En una de las inauguraciones en que ocupa su tiempo, Alberto disparó en forma explícita contra Cristina”. Y reprodujo un fragmento de la nota de Pagni: “Le dedicó una serenata diciendo que él no entrega obra pública a los amigos ni tiene amigos empresarios. Desde el Instituto Patria le contestaban, también en media lengua: ‘Obra pública no, contratos de seguros’. ¿Hablan de un tal Martínez Sosa? Habladurías”. Verbitsky trataba de “maestro de la insidia” a su colega y continuaba diciendo, para salvaguardar el honor de la vicepresidenta: “La versión que hizo circular Pagni no proviene del Instituto Patria, sino de un competidor que perdió algunos negocios sabrosos”.

Aquella trifulca entre los periodistas pasó desapercibida para el gran público, pero no para una persona: Cantero.

La secretaria le reenvió el artículo al Presidente y se quejó: “Se equivoca Verbitsky. Estoy furiosa. El competidor se llama Castello y cobra 25 por ciento, en lugar de 5, porque tiene que repartir en el Instituto Patria”.

Alberto le contestó: “Deberías decirle a Héctor que haga público eso”.

Pero nunca sucedió.

Cantero se refería a la compañía Castello Mércuri, que figuraba tercera en el ranking de contrataciones del Estado en la era Fernández, y que tenía que “repartir en el Instituto Patria”, según ella. Como cuando hablaba de los supuestos brokers de La Cámpora, la secretaria decía estar segura de que sus competidores K también querían hacer negocios.

Pero lo interesante aquí es que, menos de un año antes de que explotara el escándalo, ya varios periodistas hablaban del tema de los seguros. Las señales estaban ahí. Faltaban las pruebas.

Cantero y “Hecky”, como dijimos, conocían a Alberto desde la época en que estaba al frente de la Superintendencia de Seguros del gobierno menemista. Ya se movían juntos por entonces. “Gatín” trabajaba de secretaria, Fernández era el funcionario y Martínez Sosa, el broker. Hay anécdotas de esos tiempos olvidados que permiten comprender mejor lo que terminó saltando a la luz treinta años después. Es que en los ‘90 también hubo denuncias, solo que no prosperaron como ahora.

Veamos solo algunos ejemplos, como el que conté en el libro “Fernández & Fernández”, sobre Alberto y Cristina, publicado en 2019.

Miguel Ángel Toma, el ex jefe de la SIDE duhaldista que por esos tiempos ocupaba una banca en la Cámara de Diputados, fue uno de los denunciantes del joven Alberto treintañero. En 1991, un conocido le trajo información urticante y de primera mano. Se trataba de Ramón Valle, el secretario general del Sindicato del Seguro.

–Este tipo les está cobrando plata a las empresas para hacerles la liquidación del reaseguro –dijo Valle.

–¿Cómo que les cobra? –se sorprendió Toma.

Valle evitó los eufemismos:

–Les cobra el 10 por ciento. Les dice: “¿Vos querés cobrar la liquidación? Entonces dame el 10”.

El que no ponía, decía Valle, no cobraba.

El diputado menemista advirtió que era una acusación grave.

–Mirá, Ramón –le dijo al sindicalista–, ustedes tienen que hacer una denuncia ante la Justicia.

Valle preguntó:

–Pero escuchame, ¿esto lo sabe el ministro Cavallo?

–No tengo idea –dijo Toma.

Tras reflexionar unos segundos, le propuso:

–Lo que puedo hacer, como diputado, es un pedido de informes.

Dicho y hecho. El pedido de informes interrogó al Ministerio de Economía de Domingo Cavallo sobre los detalles del mecanismo de liquidación de reaseguros, debido a que, como advertía Toma, había quejas entre las compañías del sector.

A los pocos días recibió el llamado de Fernández, a quien nunca antes había tratado.

–¿Qué es ese pedido que mandaste? –le recriminó el funcionario, fuera de sí.

–Tranquilo –lo frenó Toma–. Es un pedido de informes, no una denuncia judicial.

Alberto no se calmó:

–¡Pero acá vos estás poniendo en juicio mi honor! ¡Estás insinuando no sé qué!

Toma mantuvo su tono calmo:

–Yo no necesito que vos me expliques nada. Esto lo tiene que responder el Ministerio.

–¡Pero vos me estás acusando! –insistió Fernández.

–No tiene sentido hablar en estos términos –lo frenó Toma, y cortó la llamada.

El pedido de informes del diputado, que no adquirió trascendencia pública, fue contestado algunas semanas más tarde por el Ministerio de Economía. No había nada llamativo en esa respuesta. Todo legal, decía la contestación: sin coimas ni pedidos del “diez”. Pero si de algo sirvió la estocada de Toma fue para hacerle saber a Fernández que ya había otras personas al tanto de los supuestos retornos.

Toma suele repetir la historia y siempre concluye:

–Alberto me odia desde entonces, porque se ve que expuse su negocio.

Es curioso que, al mismo tiempo que las sospechas nacían bajo la superficie, la carrera de Alberto comenzara a parecer prometedora para el establishment que asistía a los eventos públicos. En 1992, el funcionario fue destacado como uno de los “Diez Jóvenes Sobresalientes de la República Argentina”, el premio que entregaba la llamada Cámara Junior de Buenos Aires. Otros galardonados de ese año fueron el funcionario menemista y también albertista Gustavo Béliz, el bailarín Julio Bocca y el economista Martín Redrado.

La periodista Nancy Pazos conoció a Alberto por esa época, y de una forma bastante particular.

–Un día, un colaborador de él llamó a mi productor y le preguntó cuánto salía sentarse en mi programa de TV, “Ruleta Rusa” –me dice.

–¿En serio? –pregunto.

–Te lo juro –responde–. Yo me sentí burlada en mi honor. ¡Me estaba comprando!

–¿Y qué pasó?

–Se lo comenté a mis compañeros en Clarín. Él tenía algunos amigos ya en el diario, así que se enteró enseguida. Me llamó y me dijo: “Yo no fui, no tengo nada que ver”.

–¿Le creíste?

–Qué sé yo. Le dije: “Si vos no fuiste, echalo al que llamó”. El tema quedó ahí.

En esos años, Fernández buscaba hacerse conocido a cualquier precio.

El fallecido periodista Julio Nudler, columnista económico de Página/12, también objetó el trabajo de Fernández como superintendente de Seguros en un artículo de 2004 que, según denunció, fue censurado por sus editores. Pero ese intento de silenciamiento se volvió un tiro por la culata cuando Nudler lo hizo público y el artículo salió de todas formas en otros medios. ¿Qué decía esa nota? Que la gestión de Alberto en la Superintendencia había presionado para que se reconociera una deuda con el sector de los seguros de 1.200 millones dólares. Sin embargo, según el titular del Instituto Nacional de Reaseguros (INDER), Roberto Guzmán, esa deuda en realidad era bastante menor, de 500 millones como mucho. Escribió Nudler: “Guzmán frustró así uno de los mayores robos contra el Estado”.

¿Por qué Alberto presionaba para que el Estado pagara más a las aseguradoras? ¿A cambio de qué? El acusado negó todo, también en Página/12, donde su cargo de jefe de Gabinete de Kirchner lo convertía automáticamente en inocente. Esa nota reivindicatoria la firmó Verbitsky. Y Nudler pagó cara su osadía: le sacaron su columna económica y ya no le permitieron firmar ningún artículo.

El mencionado Guzmán también escribió un libro sobre aquella trama, titulado “Saqueo asegurado” y prologado por Cavallo. Allí narró que en 1995, el último año en que Alberto estuvo al frente de la Superintendencia, el entonces ministro de Economía se enojó con los desmanejos del organismo.

Cuando le contaron que Fernández no iba a algunas reuniones importantes, el ministro ordenó:

–Pídanle la renuncia.

Le explicaron que era tarde. Alberto ya la había presentado porque se iba a trabajar al Banco de la Provincia de Buenos Aires, también en el tema seguros.

Cuentan que Fernández se enojó cuando supo del libro de Guzmán y del prólogo de Cavallo, y lo encaró al ministro de Economía.

Cavallo se encogió de hombros:

–Pero Alberto… ¿Cuánta gente te pensás que va a leer eso?

Al parecer, había escrito el prólogo por compromiso, sin adentrarse en los detalles del libro.

El periodista Santiago O’Donnell recordó en una nota publicada en el sitio Medio Extremo que el mencionado Guzmán había contratado al abogado Luis Moreno Ocampo y su socio Hugo Wortman Jofré para realizar una auditoría externa sobre lo que ocurría en el INDER y la Superintendencia durante esos años de Alberto. El resultado fue un informe que ratificaba las denuncias. Escribió O’Donnell: “En ese entonces yo dirigía la revista de Poder Ciudadano y en octubre de 1995 publiqué una nota firmada por Moreno Ocampo, en realidad una entrevista desglosada que le hice sobre el tema, artículo de tapa que titulé ‘La Mafia del INDER’. En ese texto, el abogado cuenta con detalles y ejemplos cómo corroboró a través de cámaras ocultas la corrupción galopante que existía en el INDER. Los intermediarios de los punteros políticos que ocupaban el directorio del INDER junto a Fernández y Claudio Moroni (su segundo), captados por las cámaras ocultas, ofrecían dos tipos de servicios: pago de siniestros hasta entonces demorados y pago de siniestros directamente inventados”.

Pero esas cámaras ocultas nunca vieron la luz. El superintendente parecía blindado.

Según O’Donnell, Moreno Ocampo –cuando hablaba en confianza– “no dudaba en señalar a Fernández como el principal responsable por lo que sucedía en el INDER”.

Cantero y Martínez Sosa, dijmos, ya estaba al lado del superintendente por esos tiempos.

Hay otra escena inquietante que cuenta un testigo ocular, Julio Bárbaro, el histórico dirigente del peronismo que estuvo al frente del COMFER con Kirchner. Es del otoño de 2002, plena época del “que se vayan todos”, cuando los políticos vivían con miedo permanente a los escraches después del estallido económico y social que había provocado la huida en helicóptero de De la Rúa.

Kirchner y Alberto, su flamante operador en el sueño compartido de llegar a la Casa Rosada, estaban cenando en El Museo del Jamón, el restaurante de la calle Cerrito, a pocas cuadras del Obelisco. Los acompañaban Bárbaro y el historiador Eduardo Luis Duhalde, apodado “El Bueno” para diferenciarlo del otro, el por entonces Presidente interino.

Desde otra mesa del restaurante, mucho más poblada que la de Alberto y Kirchner, los observaban con insistencia. Los murmullos se hacían cada vez más fuertes.

–Nos van a cagar a trompadas –susurró Bárbaro.

Sus amigos se miraron en silencio.

De pronto, uno de los comensales de la mesa vecina avanzó decidido hacia ellos.

–¿Qué pasa, compañero? –intentó apaciguarlo Bárbaro.

El hombre contestó, exaltado:

–Con vos está todo bien. Pero este de acá, Fernández, es un hijo de puta. ¡Me cagó mi empresa!

Alberto seguía callado mientras el acusador lo señalaba.

Bárbaro buscó descomprimir la situación:

–Muchachos, estábamos comiendo, ya nos íbamos.

Pero el hombre seguía furioso:

–Tengan cuidado de con quién se juntan. Es un jodido este tipo.

Kirchner y Duhalde “El Bueno” no movieron un músculo hasta que el agresor regresó a su mesa. El gobernador de Santa Cruz era un personaje aún desconocido para el público porteño por esos días, y nadie reparó en él.

Fernández murmuró, a modo de disculpa:

–No tengo idea de quién es ese tipo. Jamás lo vi en mi vida…

El otro ya no podía escucharlo.

Bárbaro recuerda:

–Pensé que nos pegaban esa noche. Néstor y Alberto estaban pálidos.

–¿Por qué el hombre lo acusó de “cagarle su empresa”? –pregunto.

–Andá a saber –contesta Bárbaro–. Alberto nos dijo que era un loco.

–¿Y le creyeron?

–Mirá… Siempre se dijo que él hizo negocios raros en la Superintendencia de Seguros, en la época de Menem. Para mí, era un tipo al que cagó.

Bárbaro hace un silencio. Parece arrepentirse de lo que acaba de decir y se ríe.

Por entonces, la cuestión no pasaba de algún escrache esporádico, un pedido de informes, un libro sin mucha difusión, un par de notas en los medios, una auditoría ignorada.

Ahora hay una causa judicial que avanza.

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Franco Lindner

Franco Lindner

Editor de Política, Información General y de la web de NOTICIAS. Autor de "El martirio" (Planeta).

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